La oración en el supermercado
En algunos supermercados hay restaurantes en los cuales los clientes se sirven ellos mismos. En uno de esos comedores, una mujer fue hasta las fuentes de comida, sirvió tres platos y se los llevó a sus hijos, quienes ocupaban una mesa en medio del salón. Luego volvió para servirse su propia comida. Entonces su pequeña hija le gritó:
–Mami, ¿debemos orar aquí también?
Los clientes de las otras mesas dejaron de conversar y, con curiosidad, dirigieron sus miradas hacia la madre. Cuando ella sintió que todos la miraban, sus mejillas se pusieron rojas de vergüenza. Sin embargo, después de dudar un momento, respondió afirmativamente con la cabeza. Los niños entendieron la señal y oraron en silencio, con las manos juntas, antes de comer.
La mamá se preguntaba para sus adentros: –¿Por qué me molestó lo que sucedió? ¿Tuve miedo a la burla? ¿Ese temor fue más grande que mi amor al Señor? ¿Me cuesta tanto mostrar que soy Su hija? Entonces tomó su bandeja, se sentó a la mesa, juntó las manos y dio las gracias a Dios por esa comida. Y, aunque notó que la gente la miraba, no se ruborizó. Pensó: –Si no hubiese sido por mis hijos, seguramente habría juntado mis manos a escondidas bajo la mesa o ni siquiera habría orado. Por mis hijos tuve que aprender a mostrar también aquí, que siempre soy una hija de Dios.
El que da… pan al que come, proveerá… ¡Gracias a Dios por su don inefable!
(2 Corintios 9:10, 15).