Nunca hay que mentir
Hace muchos, muchos años Fritz Oberlin, un siervo del Señor, era conocido como excelente maestro. Cierta vez llevó a vivir en su casa a una niña, quien había perdido a sus padres por ser enemigos del gobierno.
Oberlin le enseñaba a portarse bien y a tener valor para decir siempre la verdad, a cualquier precio. Le mostraba como ejemplo al Señor Jesús, quien delante de sus acusadores siempre dijo la verdad. Jesús mismo declaró: “Yo soy el camino, y la verdad” (Juan 14:6).
Una mañana, muy temprano, unos soldados del gobierno golpearon a la puerta de Oberlin y le dijeron:
–Tenemos orden de buscar a la hija de N., muerto como enemigo del nuevo gobierno. Dinos si ella está aquí y no revisaremos tu casa.
Oberlin sabía que al contestar «sí», se llevarían a la niña y ella moriría como sus padres; pero tampoco quería decir «no», porque eso habría sido una mentira. Entonces dijo:
–Cumplan su deber. ¡Busquen!
Pero, dentro de sí Oberlin dijo al Señor con todo su corazón: «Hice lo que debía. Ahora, Señor, tú que puedes hacerlo todo, haz lo que deseas».
La búsqueda empezó por el sótano, siguió luego por las habitaciones; las abrían y buscaban en todos los rincones. Solo faltaba revisar el pequeño cuarto del piso alto, el que era usado por la niña. La puerta estaba completamente abierta. Los soldados le echaron un vistazo al pasar, pero no entraron. ¿Qué había pasado?
La niña, al oír los pasos de los soldados cuando subían la escalera, se había escondido detrás de la puerta pues aún no había terminado de vestirse. Ella no sabía que la buscaban. Al finalizar la infructuosa búsqueda, los soldados se fueron. La huérfana se había salvado sin que Oberlin hubiera tenido que mentir.
Dios afirma la confianza de los suyos y oye sus oraciones. Le gusta que ellos digan siempre la verdad.
He aquí, tú amas la verdad
(Salmo 51:6).