La recompensa por un vaso de agua
La pequeña Alicia había aprendido de memoria el versículo que dice: “Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente…, de cierto os digo que no perderá su recompensa”. Entonces pensó: –Ya que el Señor Jesús quiere que demos un vaso de agua fresca a la gente, cuando yo vaya a buscar agua a la fuente, siempre llevaré conmigo un vaso y ofreceré de beber a las personas que pasen por allí.
Un día, mientras sacaba el agua, vio llegar a un hombre bastante viejo, barbudo y de cara triste, lo que la asustó mucho. Sin embargo, fue hacia él y le dijo: –Señor, tal vez usted esté cansado y tenga sed. Tome este vaso de agua de parte del Señor Jesús. El hombre quedó sorprendido. No dijo una sola palabra, tomó con muchas ganas el agua y se fue. Unas lágrimas corrían por su rostro.
Los años pasaron. Alicia creció y llegó a trabajar en un hospital. Debía atender a los enfermos y, además, les leía la Biblia. Una noche preguntó a algunos enfermos cómo habían conocido al Señor Jesús. Un hombre muy anciano empezó a contar su historia:
–Hace años me sentía muy solo y triste. Por eso quería quitarme la vida. Cuando iba a hacerlo, pasé junto a una fuente. Allí una niña me ofreció un vaso de agua «de parte del Señor Jesús». Entonces supe que yo no estaba solo: mi Salvador estaba conmigo y se preocupaba por mí.
Alicia estaba muy sorprendida y contenta: ¡ella había sido usada por Dios para que ese hombre conociera al Salvador! El anciano rebosaba de alegría al ver nuevamente a la que no solo le había salvado la vida en este mundo sino que también le había guiado a la vida eterna.
Sí, todo lo que se hace por amor al Señor tiene valor a los ojos de Dios. Nunca digas: –Soy muy pequeño para hacer algo para él.
Todas vuestras cosas sean hechas con amor
(1 Corintios 16:14).
Andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros
(Efesios 5:2).