El vaso de agua fresca
Hacía muchas horas que un hombre trabajaba a pleno sol. Cuando su pequeño hijo se dio cuenta de ello, corrió a la cocina, llenó un vaso de agua fresca y lo llevó a su padre, diciéndole:
–Papá, te he traído algo fresco para beber.
Cuando el hombre recibió el vaso de mano de su hijo, vio cómo los sucios dedos del chico pasaban por sobre el borde del vaso y tocaban el agua, haciendo que un hilito de suciedad corriera por la bebida. Sin embargo, tomó el vaso y de un golpe bebió toda el agua. Luego le dio gracias y le palmeó el hombro cariñosamente. Se había fijado en el amor del pequeño y no en la suciedad del agua.
Así hace Dios. Él mira nuestros corazones y no nuestro pobre comportamiento para complacerle. Él sabe que somos débiles y aprecia lo que hacemos por él, por poco e inútil que parezca.
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio
(Salmo 51:10).