No soy mío
Un día, la pequeña Susy dijo a su padre:
–Quisiera dar algún dinero para el servicio de Dios, pero no tengo nada.
–Dios no espera que le des lo que no tienes –contestó su padre. Pero hay otras cosas que puedes hacer, mira…
Tomó un libro de su biblioteca e hizo que Susy leyera un pasaje en alta voz: «Hoy fui a Dios y me entregué a él. Todo lo que soy y lo que tengo es suyo. Ya no soy mío. No tengo derecho a este cuerpo, a estas manos, a estos pies, a esta lengua, a estos ojos, a estos oídos. Me entregué a él».
–Estas son palabras escritas hace mucho tiempo por un hombre que ahora está en el cielo –dijo el padre–. ¿Ves, Susy, qué es lo que tienes y puedes dar a Dios?
La niña no dijo nada. Miró sus manos, luego sus pies. Al fin exclamó:
–No creo que Dios los quiera.
Su padre le respondió:
–Él los quiere y ahora está mirando para ver si estás dispuesta a dárselos. Si le das tus manos, las usarás únicamente para hacer cosas buenas y no dejarás que se lleven cosas que no son tuyas. Si le das tus pies, nunca permitirás que te lleven adonde no debes ir. Si le entregas tus ojos, no mirarás lo que a él no le guste. Si le das tu lengua, no le permitirás decir cosas desagradables o mentiras. He dejado lo más importante para el final: tu corazón, debes dar tu corazón a Dios. Así serás toda de él y no querrás guardar nada para ti.
Dame, hijo mío, tu corazón
(Proverbios 23:26).