La falda escocesa
Un misionero que trabajaba en África deseaba comprar un terreno para edificar una sala de reuniones. Habló de este deseo a sus amigos de la ciudad en donde había nacido. Entonces algunas señoras tuvieron la idea de hacer distintos objetos y venderlos para juntar dinero a fin de poder comprar el terreno.
Una creyente anciana y muy pobre también participó en dicha obra. Primero oró para pedir a Dios que la ayudara en esa tarea. Luego recordó que había guardado retazos de géneros de muchos colores. Quizá podría hacer con ellos una colcha o una falda escocesa. Al fin decidió hacer la falda. La confeccionó lo mejor que pudo, a pesar de sus ojos ya cansados. Luego la puso en venta, pero nadie la compró. Unas personas la veían muy chillona. Otras pensaban que las puntadas eran muy grandes.
El dinero conseguido durante esta campaña fue muy poco para comprar el terreno; no obstante, le fue enviado al misionero junto con la falda y la demás ropa que no había sido vendida.
Cuando llegó el paquete, el misionero puso la ropa en venta. El jefe de la tribu indígena pasó por allí y lo único que le gustó fue la falda escocesa.
–Si usted me da esa hermosa falda –le dijo al misionero– le daré en cambio el terreno que usted desea.
¡Qué valor tiene para Dios todo lo que se hace para él! Dios se había guardado la falda para aprovecharla bien.
Amiguitos, no piensen que ustedes son muy chicos o poco inteligentes para hacer algo para el Señor. Recuerden que él dijo:
Tu Padre que ve en lo secreto te recompensará
(Mateo 6:4).
Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor…; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís
(Colosenses 3:23-24).