La cabeza de pescado
Billy iba camino a su casa, recordando lo que había oído en la escuela dominical. El Señor Jesús no tenía dinero, pero quería pagar el impuesto que las autoridades exigían de él y de Pedro, su discípulo. Por lo tanto, Jesús dijo a Pedro que echara el anzuelo al mar y que en la boca del primer pez que sacara encontraría una moneda con la cual podría pagar la suma requerida.
Billy era hijo de una viuda muy pobre quien no tenía suficiente dinero para pagar sus gastos. Por eso Billy pensó que, si Jesús había hecho aquello por Pedro, también podía hacerlo por su mamá. El niño oró para pedir eso al Señor; luego tomó sus pocos ahorros y fue a la pescadería. Allí pidió un pescado, ¡uno grande!
–Pero –le dijo el vendedor– un pescado grande cuesta más de lo que tienes ahí. Entonces Billy le explicó:
–Lo que realmente quiero es una cabeza. No hace falta todo el cuerpo.
El pescador le entregó, pues, una gran cabeza envuelta en una hoja de periódico.
Al llegar a su casa, el chico, muy entusiasmado, mostró a su madre la compra y le dijo:
–Es para pagar nuestras deudas, como Pedro. Y le contó el relato de Mateo 17:24-27.
Juntos, madre e hijo, abrieron la boca del pescado, pero… ¡no había dinero en ella! Con gran desilusión, Billy se echó en su cama y lloró hasta dormirse.
Mientras tanto, la mamá miraba distraída la hoja del periódico en la que había venido envuelto el pescado. De repente, con sorpresa, vio su nombre en un aviso del diario. Allí se le hacía saber que debía entrevistarse con determinada persona. Cuando fue a verla, esta le entregó una gran suma de dinero, explicándole que un tío suyo había muerto y le había dejado esto como herencia. Al oír Billy esa noticia, exclamó muy alegre:
–Después de todo, el Señor Jesús escuchó mi oración. Si no hubiera sido por la cabeza de pescado, mamá nunca se habría enterado de ese dinero.
Esta historia, que realmente ocurrió en Inglaterra, nos enseña que la oración hecha sin dudar siempre da resultado, aunque no sea de la manera que esperamos.
Pida con fe, no dudando nada
(Santiago 1:6).