A casa
Anita se había portado muy mal por lo que fue castigada; pero no quería reconocer que merecía el castigo y dijo:
–Ustedes son malos padres. Quisiera irme de aquí y buscar otro papá y otra mamá.
Su padre le contestó tranquilamente:
–Está bien, Anita, si así piensas, búscate otros padres. Ponte tu abrigo y vete.
Llevada por su obstinación, Anita tomó el abrigo y se dispuso a partir, pero ¿adónde podía ir? No tenía dinero ni conocía a nadie. Triste, bajó la escalera, salió a la calle y caminó hasta el cruce de vías. ¿Adónde ir? Entonces, sollozando, se sentó en el pasto al borde del camino. Se sentía sola, desamparada, y creía que nadie la quería.
Pero su padre la había seguido sin perderla de vista ni un momento. Ella lloraba, creyéndose abandonada por el mundo entero. De repente sintió que dos fuertes brazos la rodeaban. ¡Su querido papá! No parecía enojado. Entonces pudo decirle cuánto sentía haberse portado mal y le susurró al oído:
–¿Quieres perdonarme? ¿Puedo volver a casa?
Un suave beso en la frente y un fuerte abrazo fueron la respuesta.
Volvieron a casa tomados de las manos. Luego el padre pensó: Muchos hombres y mujeres se comportan con Dios de la misma manera que lo hizo Anita. No entienden su bondad. Le creen duro e injusto. Por eso le dan la espalda y se alejan cada vez más de él. Pero Dios los ama y espera que ellos reconozcan su error y se vuelvan a él. Quiere perdonarles y recibirles con los brazos abiertos. Desea ser su Padre y que ellos sean sus hijos, para que estén siempre en su casa junto a él.
¿Le amas tú?
Dios es amor… Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero
(1 Juan 4:16 y 19).