Mis cuentitos

Relatos para niños

La tormenta de nieve

Por una estrecha carretera, un ómnibus transportaba a un grupo de escolares, quienes iban de vuelta a sus casas. La tormenta de nieve era cada vez más fuerte; tan fuerte llegó a ser que en cierto momento, la vía quedó completamente tapada. El ómnibus se salió del camino y sus ruedas quedaron hundidas en la nieve y el barro. El conductor decidió ir a pie hasta el cruce de caminos, donde había una cabina telefónica, a fin de pedir ayuda. Antes de partir les pidió a los niños que se quedaran dentro del ómnibus.

Los chicos aprovecharon el tiempo para hacer sus deberes escolares y después se divirtieron un rato, hasta que sintieron mucho frío. Tenían hambre y sed. Se hacía de noche. Los niños más pequeños se pusieron a llorar. Los mayores contaron historias para calmarlos. Santiago, uno de los pequeños, pensaba en sus padres, quienes seguramente se sentirían preocupados. Sin embargo, con mucho valor y confianza empezó a cantar:

¡Qué importan mis pocos años!
Soy un cordero del buen Pastor.
Yo pertenezco al feliz rebaño
que él siempre cuida con gran amor.
Sé que me guarda de todo extraño
mi adorable Salvador.

Con voz clara, Santiago repitió la canción varias veces y muy pronto los demás se le unieron. ¡Qué ánimo les dio! Ya no se sentían solos, pues Santiago les había explicado que el buen Pastor era Jesús, el Amigo de los niños.

Entre tanto, el conductor había llegado a la cabina telefónica, pero la línea estaba cortada. Después de horas de inquietud, oyó que se acercaba la máquina usada para quitar la nieve. Guió a los operarios de la máquina hasta el ómnibus; pero nada podía hacerse hasta que parara de nevar. Afortunadamente habían traído mantas y alimentos. Esa fue verdaderamente una larga noche para los niños, aunque, gracias a Dios, habían comido y entrado en calor.

Santiago cantó varias veces más su cántico, ya sabido de memoria por todos. Después nadie lo olvidó, y al cantarlo, más de un corazón sintió que amaba al Señor.

Yo soy el buen Pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen
(Juan 10:14).