Mimosa

La joven hindú

El amor vencedor

Sólo nos falta contar lo que para Mimosa resultó una gran felicidad después de tantos sufrimientos. Cierto domingo por la tarde, cuando el sol doraba el cielo con sus últimos rayos, fuimos a la orilla del Lago Rojo, al pie de las montañas, acompañadas por mucha gente del lugar. Y mientras grandes y pequeños formaban un semicírculo en la ribera, Mimosa descendió solemnemente al agua para ser bautizada. Su marido, quien había vuelto para ese día, la miraba mudo y confuso.

Para aquellos que hacía poco tiempo que estaban con nosotros, esta ceremonia no era otra cosa que una alegre fiesta de bautismo; para nosotros, al recordar el pasado, ¡cuánto más significaba!

Hoy en día, Mimosa se halla otra vez en su entorno hindú tan extraño. Nos escribe que algunos se asombran, otros se burlan de ella; no obstante, algunos comienzan a escuchar.

Su marido, a quien desea ardientemente ganar a la fe, siente que ella le llena de vergüenza. Sin embargo, lo extraordinario es que reconoce por esposa a alguien que deshonró su casta, la que no permite a una persona bautizada seguir perteneciendo a la casta.

La vida de Mimosa no puede ser fácil, nunca pidió que lo fuera; solamente oró que le fueran dadas la fuerza y la paciencia necesarias hasta el fin.

En estos felices momentos de su vida, cerramos la historia de Mimosa. Hemos contado la primera parte de ella a fin de alentar, si fuera posible, a los que, turbados por los acontecimientos sombríos de hoy en día, se sentirían tentados a pensar que Dios ya no se manifiesta como antes. También deseamos despertar el interés de los que todavía no han comprendido lo grande de la obra misionera.

¿Alcanzaremos nuestra meta? ¿Se puede oír hablar de esta mujer hindú, sola para hacer frente a tantas dificultades, pero protegida, consolada, fortalecida, alimentándose del pan que el mundo desconoce, saciada con las fuentes del Agua de Vida, sin convencerse de que el amor de Dios obra de mil maneras? En este instante, este amor trabaja en silencio en muchos corazones. ¿No es este relato un brillante testimonio del poder del Dios invisible?

¡Cuántas almas hay por las que hemos orado durante muchos años! Y sin embargo, permanecen indiferentes al amor de Dios. No nos desalentemos si aún no vemos los resultados esperados, o si nos parece que nos movemos sobre arenas movedizas. El amor encontrará el camino, y al fin triunfará.

Quien visita estas regiones lejanas se encuentra cara a cara con las fuerzas brutales del pecado; conoce a veces lo que es temblar, al comprobar la casi omnipotencia del príncipe de este mundo. ¿Será fortalecido al leer estas páginas? En lo más oscuro del paganismo, como también en los países llamados cristianos, en todo corazón donde el amor de Dios pueda entrar, encontrará un eco y llevará fruto, pues nada que esté en el cielo, en la tierra o debajo de la tierra es imposible para Dios.

La oración es como el escudo en la batalla, como el fresco rocío de la mañana, un viento fresco en un día abrasador, como la luz de la luna y las estrellas de la noche. Fortalecerá a los que, tocados por el amor de Cristo, le siguen hoy en día, aunque estén totalmente desconocidos. Es muy posible que Dios tenga otras Mimosas en el mundo.

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Estamos seguros de que nuestros lectores desearán conocer algunos detalles de lo que le sucedió a Mimosa y a su familia después que esta historia fue escrita.

El Señor le dio dos hijos más: una niña y luego un niño. Mimosa tuvo el gozo de ver a su marido volverse hacia Dios y más tarde ser bautizado. Siguió viviendo con él en su pueblo, aunque nos visitó a menudo. En 1938, enfermó gravemente y la trajeron a nuestro hospital. Allí permaneció en paz hasta que fue llevada para estar con el Señor.

Kinglet es, desde hace varios años, un colaborador en la misión de Dohnavur, donde asume gran parte de las responsabilidades. «El que trae suerte» trabaja también en la misión, se ocupa principalmente de los muchachos. El quinto hijo, aquel que traía desgracias, a quien llamaron luego «Don de Dios», se casó. Después que su esposa falleció, y en respuesta al llamado de Dios, volvió a la misión para trabajar en la granja. En cuanto a los dos últimos hijos, ambos están casados y viven en otra parte.