Usted no me engaña
Entonces, Mimosa se fue a los campos llevando a su primogénito. Si bien nunca había oído hablar de Agar (Génesis 21:14-19), en su dolor hizo como ella. Con un pedazo de tela de algodón hizo una hamaca improvisada, la cual colgó de una rama de acacia. Colocó a su bebé dentro y balanceó suavemente la hamaca hasta que la criatura se durmió. Luego se alejó sola y clamó al Señor. Nunca había aprendido a orar, ni había escuchado hacerlo, excepto en aquel momento en que la remitimos al Señor, el día de su visita con su padre.
El idioma tamil tiene cuatro expresiones para el pronombre de la segunda persona del singular. Tú, empleado por el mayor hacia el menor y por el superior hacia el inferior. Luego, la segunda expresión es algo más respetuosa. La tercera es la que emplea el hijo hacia su padre y se traduce por usted. Y al fin la cuarta, la más respetuosa, es la que equivale a «vuestro honor», «vuestra excelencia».
Con el seguro instinto de los valores eternos, el tamil emplea el vocablo «tú» para dirigirse a la divinidad. Los cristianos utilizan la segunda forma. Mimosa ignoraba la forma de expresión de los cristianos. Le pareció natural emplear el vocablo «usted» para dirigirse a Dios, como lo hacía con su padre.
–Oh Dios –dijo en voz alta; y las palabras parecían volar en el espacio infinito–, ¡oh! Dios, mi esposo me engañó, mi madre me engañó, mi cuñado también; pero usted no me engañará.
Luego, deteniéndose un momento y levantando los ojos al cielo, dijo de nuevo:
–Todos me engañaron, pero usted no me engañará jamás. ¿Qué haría sin usted? Usted es el dador de la salud, la fuerza y la energía. ¿No es esto una riqueza mucho mayor que el dinero y el apoyo de los demás?
Deteniéndose otra vez, se arrodilló en medio del campo, desató su sari y lo extendió como para recibir lo que pedía. Sin duda fue así como Rut extendió su manto cuando Booz puso en él las seis medidas de cebada. Para las mujeres de Oriente, este acto significa una humilde espera llena de amor. La de Rut fue colmada, pues Booz le dijo: “No vayas… con las manos vacías” (Rut 3:15-17).
Arrodillada, repitió: –Usted no me engañará.
El sol arrojaba sobre ella sus rayos de fuego. En la plantación de algodón, las nuevas hojas verdes se inclinaban agotadas por el calor del sol; Mimosa permanecía de rodillas indiferente a todo. Su sari todavía extendido delante de su Dios parecía decir: «Estoy vacía, lléneme». El Espíritu Santo no podía tomar nada del libro de los libros para comunicárselo. Ella no conocía ni una sola línea de él. Pero los recursos de Dios no tienen límites. Recordó una palabra oída muchas veces de su padre terrenal: «El que planta el árbol lo regará». Dios era para ella el Jardinero celestial. Él había plantado su pequeño árbol. ¿Acaso no lo regaría? Recogió su sari y se levantó.
¿Qué pasó entonces? Fue como en la historia de Agar. Dios le abrió los ojos y le mostró un pozo al que se acercó y del cual bebió. De pronto desapareció su abatimiento. Se sintió fortalecida y con nuevas energías. Su Dios la había oído. No tenía que batallar sola y sin socorro alguno. Ella tenía a su Dios.
–¡Oh! ¡qué haría sin usted! –exclamó como en un canto de triunfo. Con una pequeña señal de unión de manos, que es el «amén» de los hindúes, inclinó la cabeza y se quedó tranquila, bebiendo de las aguas refrescantes. Dirigiéndose luego hacia el árbol donde su bebé se mecía al soplo de la suave brisa, lo tomó y volvió a su casa, llena de una paz “que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7).