La carga de Star
Mientras tanto en Dohnavur, donde vivíamos con Star, sin conocer ella las circunstancias de su hermana, se sentía particularmente llamada a orar por ella. Mimosa y sus hijos nunca estaban fuera de sus pensamientos. Anhelaba escribirle para pedirle que viniera a vernos. Muchas veces estuvo a punto de hacerlo, pero sentía como una mano invisible que retenía la suya, nos contó una vez, poniendo su mano izquierda en la derecha para inmovilizarla. «No podía escribir; pensaba en Uza y el arca (2 Samuel 6:6). Sentía que no debía tocar, que esto no era cosa mía sino de Dios». Entonces oró pidiendo que los niños quisieran venir hacia los misioneros, pues muchas veces los deseos de los niños ejercen influencia en los padres. Lo pidió durante tres meses; luego estuvo presa de fiebre por cuatro días, lo que le permitió orar más intensamente. Fue una experiencia muy extraña para ella. A pesar de que deseaba mucho sanar pronto, pues nadie podía reemplazarla en su trabajo, parecía que tuviera otro trabajo que realizar: presentar a Mimosa a Dios.
Poco a poco su alma se llenó de paz y, aunque seguía pensando en Mimosa y sus hijos, aquella preocupación por ellos dejó de ser una carga para Star. Al quinto día le fue como si el Señor Jesús hubiera entrado en su cuarto. Pudo levantarse y, sin pasar por la convalecencia se sintió del todo bien. “Entonces él se acercó, y la tomó de la mano y la levantó; e inmediatamente le dejó la fiebre, y ella les servía” (Marcos 1:31).
Las cartas provenientes de su pueblo natal tardaban una semana en llegar a Star. Ocho días después llegó una de Mimosa, la primera que recibió de su hermana. Estaba escrita en varias veces, precisamente durante esos cuatro días de enfermedad.
¡Cuán poco sabemos sobre la influencia de nuestros actos, y cómo somos llevados de aquí para allá por esa mano invisible!