Mimosa

La joven hindú

La botella vacía

Sus sufrimientos no habían llegado a su fin. Los niños tuvieron después una enfermedad de la piel; el pobre bebé, cubierto de llagas rojas, se quejaba día y noche. Mimosa quiso suavizar su dolor con aceite, pero la botella estaba vacía y no había dinero para comprarlo.

Fueron momentos penosos. Podría haber pedido prestado, pero ese proceder le desagradaba, no porque hubiera oído decir que estuviera mal hacerlo, sino porque su instinto mismo la retenía.

–Nuestro Dios lo sabe; Él cuidará de nosotros. Me dará la fuerza y me ayudará a ganar más si lo cree bueno para nosotros –dijo a sus hijos.

Esa noche, oyendo a sus pequeños llorar y quejarse, su fe fue puesta a dura prueba. Desde hacía años ella enviaba regularmente por medio de sus niños ofrenda de acciones de gracias al Dios de los cristianos, a quien también adoraba. A veces el don consistía en una monedita de plata; otras veces, solamente en un puñado de sal. El niño que lo llevaba lo ponía en la bandeja destinada a los dones y se marchaba sin que nadie preguntara quién era el donante. Así, nadie reparaba en esas pequeñas ofrendas que se confundían con las demás.

–Si hubiera guardado esas monedas ganadas trabajosamente –pensó–, hoy tendría algo para aliviar a mis hijos.

Pero pronto desechó esos pensamientos. Hizo arrodillar a sus pequeños junto a ella sobre las esteras y oró diciendo:

–Dios nuestro, ¡ayúdenos en estos sufrimientos!

Pidió también las fuerzas necesarias para trabajar a fin de poder comprar lo que tanto les hacía falta. Consolados y reconfortados, los niños se durmieron.

¿Y el aceite?

Durante todos esos años, las hermanas de Mimosa nunca pensaron en enviarle cualquier cosa. Tal vez fue debido a que vivían lejos e ignoraban sus necesidades; o quizás, conociendo su carácter, temían un rechazo.

Por su lado, Mimosa nunca les habló de sus dificultades, y si algo habían oído, era por intermedio de otras personas; pues ella, preocupada por el hecho de que el nombre de Dios no fuese blasfemado, no contaba nada a quien no podía comprender.

«Yo conozco Su amor, ¿cómo podría dudar de Él? Si les contara mis penas, ellas dirían: ¡Ah, tu Dios no es tan bueno como los nuestros! ¡Mira, a nosotros no nos falta nada!».

Un día, sin embargo, ocurrió que sus dos hermanas pensaron en ella y en su familia. Dos veces durante este período le enviaron pequeños regalos que vinieron muy apropiados y ella no pensó en rechazarlos. La botella de aceite se llenó y hasta pudieron comprarse otras cosas indispensables. Con el corazón conmovido, Mimosa dio gracias a Dios y cobró nuevos ánimos.

Así obraba esta mujer hindú tan ignorante, en todas las circunstancias difíciles de la vida, con oración y confianza, aceptando la enfermedad como venida de Dios, y esperando de Él la curación, sin preocuparse por saber de qué medios se valdría para hacerlo. Consideraba que el excelente aceite de eucalipto que aliviaba al instante la mordedura de un escorpión era un don de su buen Padre de los cielos, al igual que el arroz y el curry con que se alimentaban sus niños. En su fe, no turbada aún por los dichos de los hombres, le parecía muy natural que Dios pudiera sanar, y si el alivio no llegaba inmediatamente, la oración le traía una gran paz. «La paz… eso es lo importante», decía en su inocente simplicidad.

Más tarde, cuando le preguntaban por qué hay muchos enfermos que no son sanados, por ejemplo su pequeño Mayil, ella miraba tranquilamente a su interlocutor diciendo que no sabía, pero que su Dios sí lo sabía. ¿No bastaba? A cualquier cuestión embarazosa respondía de esta manera. Ahora suele contestar con un movimiento de manos que en el idioma tamul significa tantas cosas como lo que se expresa con la lengua, y con una sonrisa que ilumina su rostro habitualmente serio. Otras veces, levantando los ojos, dice: «Padre, usted lo sabe. Todo está bien, Padre, ciertamente todo está bien».

Esta historia ¿parece inventada o por lo menos modificada? No hay ni una línea que no sea verdad, pues una historia ampliada por poco que sea deja de ser verdad. Además, ¿se puede inventar o retocar algo que está relacionado con verdades divinas? Las obras de Dios tal como existen, ¿no son perfectamente bellas? ¿Para qué arruinarlas tratando de añadir algo? Sucesos que nos parecen imposibles siguen ocurriendo, porque Dios queda el buen Padre de los cielos para con sus hijos.