Mimosa

La joven hindú

Cuida a mi pajarillo

Mucha gente concurrió, como de costumbre, al velatorio del pequeño Mayil, pero muy poca simpatía testimoniaron a Mimosa.

¿Quién quería condolerse de una madre que había rehusado salvar a su hijo? Algunas mujeres, conmovidas por tanto dolor, no le hicieron reproches, pero la mayoría la censuró. ¿No había rechazado, aun a costa de la salud de su hijo, la sencilla nuez de coco para apaciguar la ira de los dioses? ¡No había de extrañar que los dioses y los demonios se pusieran en su contra!

Si es difícil soportar un dolor cuando se está rodeado de simpatía, ¡cuánto más cuando el camino está sembrado de espinas!

El día en que murió el pequeño Mayil, las mujeres, envalentonadas por el silencio de su dolor, le hicieron comprender sin miramientos que ella era la única responsable de su desgracia, y se burlaron de sus inútiles oraciones.

–Tu Dios no te oye, o no sabes orar; –y mostrándole el pequeño cadáver, añadían con cruel mofa–: Mira la respuesta de tu Dios.

Mimosa sólo respondió con estas palabras:

–Dios me lo dio, Dios me lo quitó, todo está bien.

Pero cuando se quedó sola, y ya no necesitó defender a su Dios, se preguntó angustiada: «¿Por qué mi pequeño Mayil tuvo que partir?».

Al fin llegó a la conclusión de que Dios la juzgó incapaz de cuidar una criatura tan hermosa, por lo tanto se lo llevó para cuidarlo Él mismo. Entonces, levantando los ojos al cielo repitió: «Todo está bien».

En esos países tropicales, sobre todo en tiempo de cólera, cuando un niño muere, se lo envuelve casi inmediatamente en una sábana vieja, con tan solo un minuto para decirle adiós, y se lo lleva para ser quemado.

–Mi hijo no será quemado como un niñito hindú, sino que será sepultado como un hijo del Dios viviente.

Tal fue la decisión de Mimosa, y nada la hizo cambiar de idea. Sin embargo, no estaba segura de que su pequeño Mayil tuviera lugar en el cielo de los cristianos, ya que, según ella, no era un niño cristiano; pero, por otra parte, no quería dejarlo quemar según los ritos de la religión hindú:

–No voy a la iglesia, no soy nada, no tengo derecho de pedir nada; no obstante, mi hijo debe tener una sepultura cristiana –se decía.

No hubo, pues, para el pequeño Mayil ni el soplo habitual a través de las conchas, ni ruidosas lamentaciones. Su cuerpito fue depositado en el campo como una semilla, para esperar la resurrección, de la que su madre nunca había oído hablar todavía. Los vecinos repitieron:

–Está loca, ¿quién se preocupa por lo que hace una loca?

Mimosa sólo dijo: –Mi pajarillo voló.

Y levantando sus manos al cielo en un acto de plena confianza exclamó: «¡Cuida tú a mi pajarillo!».