Mimosa

La joven hindú

Adiós, hermanitos

Después de unos días de descanso, la madre sintió que debía marcharse. No podía estar quieta entre nosotros mientras su pequeño «El que trae suerte» abría sus grandes ojos a toda clase de cosas que no olvidaría nunca. También tenía miedo de que oyera palabras que todo su cariño de madre no bastaría para borrar de su memoria.

Habíamos llevado al bebé a nuestro pequeño hospital a pesar de sus enérgicos gritos de protesta. La enfermera cuidó sus heridas; había sufrido a causa de la dura vida que llevaba su madre. Hubiésemos querido tenerlo hasta su completo restablecimiento, aunque estos pocos días habían bastado para transformarlo de un bebé molesto y enfermizo en un niñito lindo y sonriente. La mirada de su madre se iluminó oyendo las alegres carcajadas de su querido quinto hijo y viéndolo asentir con su cabecita vendada cuando le preguntamos: ¿Quieres volver para la fiesta de Navidad, pequeño «Don de Dios»?

Temíamos verlos partir. Los muchachos estaban con los demás niños en el cuarto de juegos; habían decidido quedarse. Mimosa ya se había despedido de ellos en particular; les dio una última mirada en la que puso toda su alma.

– ¡Adiós, hermanitos! – dijo agitando su mano hacia donde estaban los niños en tropel, indicando así que los suyos eran nuestros y los nuestros suyos; todos estaban incluidos en su adiós–. ¡Que la paz sea con ustedes, hermanitos! – agregó.

Así fue como nos dejó, sencillamente y con buen ánimo.