Estudio sobre el libro del Génesis

Génesis

Prefacio

Es para nosotros un privilegio ofrecer a nuestros hermanos en Cristo de habla española una revisión completa del primer volumen de la muy conocida obra en inglés de C. H. Mackintosh titulada Estudios sobre el Pentateuco. Esperamos publicar asimismo, Dios mediante, todos los tomos de esta valiosa obra, la que tanta ayuda ha proporcionado a millares de creyentes en Cristo en muchos países y en varios idiomas.

El libro del Génesis ha sido llamado la sementera de la Biblia, dado que en él se refieren los eternos designios del Dios viviente, soberano y todopoderoso. Se puede decir que es la base de toda la revelación que tenemos en los otros 65 libros y la portada majestuosa de la magnífica estructura de la Biblia. Los hebreos le dieron por título la primera palabra hebrea que significa «En el principio», denominación muy apropiada, puesto que en este libro se encuentra el principio u origen de todas las cosas, sean físicas o morales. No hay nada ni nadie que no haya tenido principio con excepción de Dios, el “que es y que era y que ha de venir” y por cuya voluntad “todas las cosas… fueron creadas” (Apocalipsis 1:4, 8; 11:17; 4:11).

La gran verdad central de este libro es la concerniente a la «vida», y en él Dios se ve como Dador de ella. Después de la historia de la creación, descrita en los capítulos 1 y 2, hay una serie de siete biografías que presentan gráfica y detalladamente un perfecto cuadro de la vida divina en el alma, desde su principio –casi imperceptible– y a lo largo de todo su desarrollo. En Adán, caído y pecador, se ve el principio de esta vida espiritual. Luego, en los capítulos 4 y 5, tenemos la historia de las dos simientes que se oponen recíprocamente, una historia que tiene su contraparte en cada alma regenerada en la cual “el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí” (Gálatas 5:17).

Luego, en los capítulos 6 a 11, vemos el pasaje de Noé por el juicio del diluvio, en el cual “el mundo de entonces pereció anegado en agua” (2 Pedro 3:6), hasta su participación en una nueva escena, en la cual “ofreció holocausto en el altar, y percibió Jehová olor grato” (Génesis 8:20-21), figura de la posición en la que está el creyente en Cristo, a saber:

En Cristo, es nueva creación; las cosas viejas pasaron, he aquí que han sido hechas nuevas
(2 Corintios 5:17; N. T. Interlineal Griego-Español).

En la vida de Abraham en Canaán –la de un peregrino y forastero pero adorador de Dios– tenemos, como consecuencia, un comportamiento conforme a tal carácter. "Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él" (Colosenses 2:6).

Luego, Isaac –figura de los creyentes en Cristo como “hijos de la promesa” (Gálatas 4:28)– nos habla de la obediencia y sujeción a la voluntad del Padre, lo que conduce a una vida de paz y gozo inefable.

En la vida de Jacob se nos presenta la disciplina de los hijos –por la cual el hombre engañador se convierte en “Israel”, «un príncipe de Dios que ha vencido»–, una disciplina dictada por el amor, la que tiene por objeto la mortificación de “las obras de la carne”.

En la séptima vida –la de José– se ve la más plena semejanza a Cristo. Él sufre, no por el pecado, sino a causa de la justicia, y llega a ejercer supremacía sobre el mundo y a gozar de una plena bendición dispensada por la mano del Todopoderoso.

En estos estudios sobre el Pentateuco, el autor presenta en términos claros e inequívocos la verdad tocante a la condición del hombre caído y arruinado por el pecado, y, a la vez, el remedio perfecto que hay en Cristo, como así también otros asuntos de importancia práctica, tales como los privilegios y las responsabilidades del discípulo de Cristo, la unidad perfecta y distintiva de la Iglesia de Dios, etc.

Quiera Dios que los lectores de estos tomos hallen mucho alimento espiritual y que se afirmen en la fe.

El editor