Lot y el juicio de Sodoma
El creyente y el mundo
El Señor, en su gracia, se vale de dos métodos para desviar el corazón del hombre de las cosas de este mundo: primeramente revela el valor y la inmutabilidad de “las cosas de arriba”, y luego hace conocer la vanidad y la naturaleza perecedera de las cosas “de la tierra” (Colosenses 3:1-2.).
El final del capítulo 12 de la epístola a los Hebreos nos ofrece un magnífico ejemplo de cada uno de estos métodos. Después de haber establecido la verdad en cuanto a que hemos llegado al monte de Sion y a todos los gozos y todos los privilegios consiguientes, el apóstol continúa diciendo: “Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos. La voz del cual conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido, diciendo: Aún una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo. Y esta frase: Aún una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles” (Hebreos 12:25-27). Ahora bien, más vale ser atraído por los goces del cielo, que ser empujado por las penas de la tierra. El cristiano no debe esperar que el mundo le abandone para que él abandone el mundo; debe dejar las cosas de la tierra por virtud de la comunión con las cosas de arriba. Cuando se ha logrado a Cristo mediante la fe, no es difícil dejar al mundo; más bien, en tal caso, es difícil permanecer adherido al mundo. Un barrendero de calles que llega a ser millonario no continuará por mucho tiempo en su oficio. Del mismo modo, si por la fe nos apropiamos el valor y la realidad de los bienes inamovibles de los cielos y la parte que de ellos nos toca no hallaremos dificultad en dejar los gozos engañadores de la tierra.
Lot sentado en la puerta
Fijemos ahora la atención en la parte solemne de la Historia Sagrada a la cual hemos llegado. “Lot estaba sentado a la puerta de Sodoma” (v. 1), en el puesto de la autoridad. Había avanzado: «se había abierto camino en el mundo», había tenido éxito, a vista humana. Anteriormente había ido poniendo sus tiendas paso a paso hasta Sodoma; más tarde, sin duda, penetró en la ciudad misma y ahora le hallamos sentado a la puerta, en el puesto de las personas influyentes. ¡Cuánto se diferencia esto de la escena que abre el capítulo anterior! La razón de ello, querido lector, es obvia: Abraham “por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas” (Hebreos 11:9). Nada de esto se nos dice de Lot. No se podría decir: «Por la fe estaba Lot sentado a la puerta de Sodoma.» No, no; Lot no ocupa ningún puesto en la lista de los nobles mártires de la fe, en la “nube de testigos” del poder de la fe (Hebreos 11; 12:1). El mundo fue para él un lazo, y las cosas presentes su ruina. Él no se sostuvo “como viendo al Invisible” (Hebreos 11:27). Sus ojos estaban fijos en las “cosas que se ven… las que son temporales” mientras que los de Abraham descansaban en las que “no se ven, (las que) son eternas” (2 Corintios 4:18). Era inmensa la diferencia entre estas dos personas, las que, no obstante haber empezado juntas su carrera, llegaron a resultados muy diferentes, al menos en orden a su testimonio público. Sin duda Lot se salvó, pero esto fue “como por fuego” (1 Corintios 3:15), porque su obra fue quemada. Abraham, al contrario, tuvo una rica entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (2 Pedro 1:11). Además, no vemos en ninguna parte que a Lot se le haya concedido el disfrute de los honores y privilegios que se le acordaron a Abraham. En lugar de recibir en su morada la visita del Señor, leemos que “afligía cada día su alma justa” (2 Pedro 2:8). En lugar de disfrutar de la comunión con el Señor, se hallaba a lamentable distancia de él; en lugar de interceder por otros, apenas podía orar por sí mismo. Dios permanece con Abraham para comunicarle sus pensamientos, mientras que a Sodoma solo envía sus mensajeros, y a estos apenas si les consiente que entren en la casa de Lot para aceptar su hospitalidad. “No” –responden– “que en la calle nos quedaremos” (v. 2). ¡Qué reproche! ¡Cuán diferente es esta respuesta a la que el Señor le dirige a Abraham, diciéndole: “Haz así como has dicho” (cap. 18:5).
La elección de Lot
Recibir la hospitalidad de alguien es un acto de gran significado y la expresión de completa comunión con aquel de quien se recibe: “Entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. “Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor, entrad en mi casa, y posad” (Apocalipsis 3:20; Hechos 16:15). Si ellos no hubiesen tenido tal concepto de ella (es decir, de Lidia) no habrían aceptado su hospitalidad. La respuesta, pues, que los ángeles dan a Lot encierra una positiva condena de la posición que este ocupaba en Sodoma: preferían pasar la noche en la calle que abrigarse bajo el tejado de uno que se hallaba en una falsa posición. Por cierto que su único objeto al ir a Sodoma parece haber sido el de librar a Lot, y esto a causa de Abraham, tal como está escrito: “Así, cuando destruyó Dios las ciudades de la llanura, Dios se acordó de Abraham, y envió fuera a Lot de en medio de la destrucción, al asolar las ciudades donde Lot estaba” (v. 29). Esta afirmación prueba que Lot fue salvado por amor a Abraham. Dios no simpatiza con un corazón mundano como el que llevó a Lot a establecerse en medio de la corrupción de la criminal Sodoma. No fue su fe, ni la mente espiritual, ni “su alma justa”, sino fue el amor por el presente siglo malo el que le arrastró primero a escoger, después a “poner sus tiendas hasta Sodoma”, y, por fin, a sentarse “a la puerta de Sodoma”. ¡Qué triste elección la suya! Una “cisterna rota” que no podía contener agua; una “caña frágil” que le penetró la mano (Jeremías 2:13; Isaías 36:6). Cosa amarga es para uno quererse gobernar a sí mismo de cualquier modo que sea; así se cometen tan solo los errores más graves. Infinitamente más vale dejar a Dios el cuidado de trazarnos el camino, confiándole como pequeñuelos todo cuanto nos concierne, ya que él es quien puede y quien quiere hacer todas las cosas por nosotros; poner la pluma –por así decirlo– en su bendita mano y permitirle trazar toda nuestra vida conforme a su infalible sabiduría y su amor infinito.
Sin duda alguna Lot creía que cuidaba bien de los intereses propios y de los de su familia yendo a Sodoma, pero los resultados demostraron bien cómo se equivocó, y el fin de su historia hace resonar en nuestros oídos el aviso solemne de que estemos alertas ante el primer movimiento del espíritu mundano en nosotros, a fin de que no cedamos. “Contentos” con lo que tenemos ahora (Hebreos 13:5). ¿Por qué? ¿Acaso porque estamos ya bien acomodados en el mundo; porque los vagabundos deseos del corazón están satisfechos; porque en nuestras circunstancias no hay vacío que suscite un deseo? ¿Es esto quizá lo que debe constituir la razón de nuestro contentamiento? No; de ningún modo; sino lo que Dios mismo ha dicho: “No te desampararé ni te dejaré”. ¡Bendita suerte! Bienaventurado, “porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré”. Si Lot se hubiera contentado con ella, no habría escogido las bien regadas llanuras de Sodoma.
Las consecuencias de la asociación con el mundo
Si todavía tenemos necesidad de otros motivos para cultivar en nosotros el contentamiento de espíritu, los hallamos en este capítulo. ¿Qué obtuvo Lot en cuanto a dicha y satisfacción positivas? Muy poca cosa: los hombres de Sodoma rodearon su casa para forzar la entrada, y él procuró en vano apaciguarles por medio de las proposiciones más humillantes. Es preciso que quien se mezcle con el mundo a fin de engrandecerse, se prepare para sufrir las más desastrosas consecuencias de su conducta. No nos podemos servir del mundo para promover nuestros intereses particulares y, al mismo tiempo, rendir testimonio eficaz contra el mismo. “Vino este extraño para habitar entre nosotros, ¿y habrá de erigirse en juez?” (v. 9). Esto es imposible. No se puede ejercer influencia sobre el mundo sin mantenerse separado del mismo, por supuesto que según el poder moral de la gracia y no por un altanero espíritu de fariseísmo. Procurar convencer al mundo de pecado, y vivir asociado con él a fin de fomentar sus intereses, es inútil. El mundo hace poco caso de tal testimonio o de tales reprensiones. Esto que decimos resultó del testimonio de Lot a sus yernos: “Pareció a sus yernos como que se burlaba” (v. 14). Es inútil hablar del juicio que se acerca mientras nuestro lugar, nuestra parte y nuestro placer en medio de la escena misma sobre la cual caerá el juicio. Abraham se hallaba en mucho mejor condición para hablar del juicio, porque no había descendido a la llanura y bien podía hallarse Sodoma envuelta en llamas sin que las tiendas del extranjero de Mamre estuviesen en peligro. Haga Dios que nuestros corazones busquen con más ardor los benditos frutos que acompañan la vida de los que hacen profesión de ser “extranjeros y peregrinos” en la tierra, a fin de que, en lugar de ser necesario que se nos haga salir del mundo –como en el caso del desdichado Lot, quien por viva fuerza fue llevado por los ángeles y colocado fuera de la población–, corramos con santo celo la carrera propuesta en procura de “la meta” (Filipenses 3:14).
Lot salvado como a través de fuego
Evidentemente, Lot deploraba tener que dejar el lugar que los ángeles le obligaban a abandonar, porque no solamente fue necesario que le tomaran de la mano para forzarle a huir del juicio que estaba a punto de descargarse, sino que, cuando uno de ellos le exhortó a salvar su vida (la única cosa que era posible salvar de la calamidad) y huir al monte, respondió: “No, yo os ruego, señores míos. He aquí ahora ha hallado vuestro siervo gracia en vuestros ojos, y habéis engrandecido vuestra misericordia que habéis hecho conmigo dándome la vida; mas yo no podré escapar al monte, no sea que me alcance el mal, y muera. He aquí ahora esta ciudad está cerca para huir allá, la cual es pequeña; dejadme escapar ahora allá (¿no es ella pequeña?), y salvaré mi vida” (v. 18-20). ¡Qué espectáculo! ¿No diríamos que aquí tenemos a un hombre que se ahoga y extiende la mano para agarrarse a una paja a fin de salvarse? Aun cuando el ángel le manda que fuera al monte para salvarse, ruega que se le permita refugiarse en una ciudad pequeña, en un pequeño trasto del mundo. El pobre teme hallar la muerte en un lugar que la misericordia de Dios le indica; sospecha toda clase de males y no ve esperanza de salvación sino en una ciudad pequeña, en un lugar de su propia elección. “Y salvaré mi vida”. He aquí lo que hizo Lot, en lugar de abandonarse completamente a Dios. ¡Pobre hombre! El caso era que había vivido demasiado tiempo alejado de Dios, respirando la atmósfera espesa de la ciudad, y no podía apreciar el aire puro de la presencia de Dios o apoyarse en los brazos del Todopoderoso. Su alma estaba completamente turbada; el nido que se había hecho en la tierra iba a ser repentinamente destruido, y Lot no tenía bastante fe para refugiarse en el seno de Dios. No había vivido en comunión constante con el mundo invisible, y ahora el mundo visible se le escapaba con tremenda rapidez. “Azufre y fuego… de los cielos” (v.24) estaban a punto de caer sobre todas las cosas en las cuales había concentrado sus esperanzas y sus afectos. El ladrón le ha sorprendido, y Lot parece haber perdido toda energía espiritual y todo dominio de sí mismo. Ha llegado al extremo de sus recursos, y el mundo que había echado raíces profundas en su corazón, le aplasta y le fuerza a buscar refugio en una ciudad pequeña. Pero tampoco allí se siente seguro y sube al monte, haciendo por miedo lo que se había negado a hacer por orden del mensajero de Dios. ¿Y cuál fue su triste fin? Le emborrachan sus propias hijas, y, en el terrible estado en que así se halla hundido, llega a ser el instrumento mediante el cual son llamados a la existencia los amonitas y los moabitas, estos declarados enemigos del pueblo de Dios. ¡Cuántas enseñanzas solemnísimas encierra todo esto! ¡Oh! amado lector, ¡vea aquí lo que es el mundo! ¡Vea qué fatal es dejar que el corazón siga en pos de él! ¡Qué comentario es esta historia de Lot a aquella breve pero abarcadora admonición:
No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo
(1 Juan 2:15).
Todas las Sodomas y las Zoares del mundo se asemejan: el corazón no halla en su recinto ni seguridad, ni paz, ni reposo, ni satisfacción duradera. El juicio de Dios está suspendido sobre la escena entera; y solo Dios, en su larga y misericordiosa paciencia, retiene todavía la espada del juicio, no deseando que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento (2 Pedro 3:9).
Solemnes advertencias para nosotros
Por ello, esforcémonos en seguir adelante por un camino santo, separados del mundo y de todo lo que sea suyo, alimentando y animando la esperanza de la venida de nuestro Señor. Que las bien regadas llanuras de la tierra no tengan atractivo para nuestros corazones; que consideremos sus honores, sus distinciones y sus riquezas a la luz de la gloria venidera de Cristo; y que sepamos elevarnos, como Abraham, a la presencia del Señor, y como él contemplar a esta tierra cual vasto campo de ruinas y de desolación, a fin de que, por la mirada de la fe, nos parezca cual ruina que humea “como el humo de un horno” (v. 28), porque así será. “La tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Pedro 3:10). Todas las cosas por las cuales tanto se afanan y atormentan los hijos del mundo, luchando con tanto ardor y denuedo, todas serán quemadas. Y ¿quién dirá cuándo y en cuán poco tiempo? ¿Dónde están Sodoma y Gomorra? ¿Dónde están las antiguas ciudades de la llanura tan llenas de vida, de animación y bullicio? Han desaparecido. Por el juicio de Dios fueron barridas, consumidas por el fuego y azufre del cielo. Y ahora, por el momento están suspendidos los juicios de Dios sobre este mundo criminal y culpable; pero el día se acerca, y, mientras tanto, la buena nueva de la gracia se anuncia al mundo. Bienaventurado quien oye y hace caso del mensaje. Bienaventurados los que se salvan sobre la inamovible roca de la salvación de Dios, refugiándose bajo la cruz del Hijo de Dios, hallando en ella el perdón y la paz.
¡Dios quiera que los que leen estas líneas experimenten en sus almas lo que es esperar del cielo al Hijo con una conciencia purificada de pecado y los afectos purificados de la influencia corruptora de este mundo!