Estudio sobre el libro del Génesis

Génesis 33 – Génesis 34

El alto de Jacob en Siquem sus consecuencias

El encuentro de Jacob con Esaú

Vamos a ver ahora cómo todos los temores de Jacob carecían de todo fundamento y como todos sus planes eran superfluos. A pesar de la lucha, y aunque Dios le había tocado el encaje del muslo dejándole cojo, continúa elaborando proyectos y planes. “Alzando Jacob sus ojos, miró, y he aquí venía Esaú, y los cuatrocientos hombres con él; entonces repartió él los niños entre Lea y Raquel y las dos siervas. Y puso las siervas y sus niños delante, luego a Lea y a sus niños, y a Raquel y a José los últimos” (v. 1-2). Este arreglo demostró que sus temores no habían cesado. Todavía esperaba que Esaú se vengara, por lo que expone al primer golpe a los de menos consideración. ¡Qué asombroso y triste es lo profundo del corazón humano! ¡Cuán lentamente llega a confiar en Dios! Si Jacob hubiera descansado de verdad en Dios, nunca habría temido la perdición propia y la de su familia. Pero ¡ay! sabemos cuánta dificultad tiene el corazón para descansar sencillamente, mediante tranquila confianza, en un Dios siempre presente, omnipotente e infinitamente misericordioso.

Dios nos manifiesta aquí cómo toda esta inquietud del corazón es inútil: “Pero Esaú corrió a su encuentro y le abrazó, y se echó sobre su cuello, y le besó; y lloraron” (v. 4). El regalo de Jacob era superfluo y sus planes inútiles. Dios apaciguó a Esaú, como antes había apaciguado a Labán. Dios se complace así en reprender la cobardía y la incredulidad de nuestros pobres corazones y en disipar nuestros temores. En lugar de encontrarse con la espada de Esaú, Jacob encontró los brazos abiertos y el beso de su hermano. En lugar de pelearse el uno con el otro, se confunden sus lágrimas. Tales son los caminos de Dios ¿Quién no confiaría en él? y ¿quién no le honraría con la más plena confianza del corazón? ¿Por qué, a pesar de todas las pruebas que tenemos de su fidelidad para con los que confían en él, nos hallamos en cada nueva prueba tan dispuestos a dudar y vacilar? ¡Ay! porque no conocemos bastante a Dios. “Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz” (Job 22:21). Esto es verdad tanto respecto al no convertido como respecto al hijo de Dios. Conocer a Dios verdaderamente y confiar positivamente en él es vida y paz. “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3). Cuanto más conozcamos íntimamente a Dios, tanto más sólida será nuestra paz, y tanto más elevados nos veremos sobre toda dependencia de la criatura.

Dios es la roca, cuya obra es perfecta
(Deuteronomio 32:4);

y solo debemos apoyarnos en él para saber cómo está dispuesto a sostenernos y cuán poderoso es para hacerlo.

Sucot

Después de esta manifestación de la bondad de Dios para con Jacob, le vemos establecerse en Sucot, y, contrariamente a los principios y al espíritu de la vida de un peregrino, construye allí una casa, sintiéndose como quien pisa terreno propio. Sin embargo, es evidente que Sucot no era el lugar que Dios le había destinado. Jehová no le había dicho: «Yo soy el Dios de Sucot», sino: “Yo soy el Dios de Bet-el” (31:13). Por tanto, no era Sucot sino Bet-el el lugar que Jacob tendría que haber tenido en perspectiva. Pero ¡ay! nuestros corazones están siempre dispuestos a contentarse con una posición y una heredad inferiores a las que Dios en su bondad quiere acordarnos.

Siquem

Después Jacob se adelanta hasta Siquem y se compra allí un terreno, de modo que permanece fuera de los límites que Dios le había asignado, indicando, por el nombre mismo que pone a su altar, cuál es el estado espiritual de su alma. Le llama: “Dios, el Dios de Israel” (cap. 33:20). Esto es tener una escasa estimación de Dios. Por cierto que tenemos el privilegio de conocerle como nuestro Dios, pero mejor todavía es conocerle como el Dios de su propia casa, pudiéndonos considerar nosotros mismos como parte de la casa. El creyente tiene el privilegio de conocer a Cristo como Jefe; pero mayor privilegio es conocer a Cristo como “la Cabeza” de su cuerpo, la Iglesia, y saber que somos miembros de ese cuerpo.

En el capítulo 35 veremos a Jacob adquirir una idea de Dios más alta y más amplia, pero en Siquem se halla evidentemente en una condición espiritual poco elevada, y sufre por ello, como siempre sucede cuando no sabemos entrar en la posición que nos corresponde. Las dos tribus y media que se establecieron al otro lado del Jordán fueron los primeros en caer en manos del enemigo. Lo propio sucedió con Jacob.

En el capítulo 34 vemos los amargos frutos de su vida en Siquem y qué dificultad resultó de ello para su familia, a pesar de los esfuerzos de Simeón y Leví. Ellos lo querían arreglar todo por la violencia y la energía de la naturaleza, cometiendo así un acto que aumentara sobremanera la pena de Jacob. Sufre Jacob aun más con la violencia de esos hijos que con el insulto inferido a su hija. “Entonces dijo Jacob a Simeón y a Leví: Me habéis turbado con hacerme abominable a los moradores de esta tierra, el cananeo y el ferezeo; y teniendo yo pocos hombres, se juntarán contra mí y me atacarán, y seré destruido yo y mi casa” (cap. 34:30). De modo que fueron las consecuencias concernientes a él las que más afectaron a Jacob. Parece haber vivido en constante temor de algún peligro que pudiera sobrevenirle a él y a su familia, mostrando en todas partes un espíritu de inquietud y calculador, incompatible con una real vida de fe en Dios.

Etapas con dolorosas consecuencias

Esto no quiere decir que Jacob no fuese creyente; sabemos que está puesto entre la “gran nube de testigos” de Hebreos 11; pero no andaba en el ejercicio habitual de este principio divino, y, en consecuencia, sufría tristes caídas. ¿Le hubiera conducido la fe a decir “Seré destruido yo y mi casa”, después de haberle asegurado Dios: “Te guardaré… no te dejaré”? (cap. 28:14-15). La promesa de Dios tendría que haber tranquilizado su corazón; pero, de hecho, Jacob estaba más preocupado por el peligro que corría entre los siquemitas que por la seguridad en que se hallaba en las manos del Dios de la promesa. Debería haber sabido que ni un cabello de su cabeza sería tocado; y, en lugar de considerar a Simeón y Leví o las consecuencias de sus hechos precipitados, tendría que haberse juzgado a sí mismo por hallarse en semejante posición. Si no se hubiese establecido en Siquem, Dina no habría sido deshonrada y la violencia de sus hijos no se habría manifestado. ¡Cuántos cristianos se ven sumergidos en el dolor y las penas por su propia infidelidad y acusan luego a las circunstancias en lugar de juzgarse a sí mismos!

Gran número de cristianos que son padres de familia están sumidos en el dolor y la pena al ver la rebeldía, la insubordinación y la mundanería de sus hijos. Pero, hablando en términos generales, no deben culpar a nadie más que a sí mismos de todo eso, por cuanto ellos son los que no han andado con fidelidad al Señor en lo tocante a su responsabilidad familiar. Tal fue el caso de Jacob. En Siquem él había ocupado una posición moral muy baja, y, como carecía de la sensibilidad delicada que le hubiera avisado de su falsa posición, Dios, en su fidelidad, se sirve de las circunstancias para castigarle. “Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7). Es este un principio que surge del gobierno moral de Dios, a cuya aplicación nadie se sustrae; y para el hijo de Dios es gracia positiva que sea obligado a cosechar los frutos de sus yerros. Es la gracia la que permite llegar a sentir, de una manera u otra, qué amargo es alejarse o quedar a distancia del Dios viviente. Nos es preciso aprender que aquí no está el lugar de nuestro reposo; porque Dios no nos quiere dar un reposo mancillado. ¡Su nombre sea alabado! El deseo de Dios es que descansemos en Él y con Él. Tal es la perfección de su gracia. Y cuando nos descarriamos o nos quedamos atrás, nos dice: “Si te volvieres, oh Israel, dice Jehová, vuélvete a ” (Jeremías 4:1). Una humildad falsa, fruto de la incredulidad, lleva al descarriado o atrasado a tomar una posición inferior a la que de parte de Dios le está designada, porque no conoce los principios sobre los cuales Dios restaura a los caídos ni la medida que sigue al restaurarlos. El hijo pródigo pide que se le haga jornalero, ignorando que no tiene más derecho a ser jornalero que hijo, y, por otra parte, que sería cosa indigna del carácter del padre colocarle en tal condición (Lucas 15:11-32). Es preciso que volvamos a Dios según un principio y de un modo dignos de él; de lo contrario, seguiremos alejados de él.