Estudio sobre el libro del Génesis

Génesis 25

El fin de la vida de Abraham Jacob y Esaú

El segundo casamiento de Abraham

Principia este capítulo por las segundas nupcias de Abraham, un acontecimiento que no carece de interés para la persona espiritual si se lo considera en relación con el contenido del capítulo anterior. Los escritos proféticos del Nuevo Testamento nos dicen que la simiente de Abraham reaparecerá en escena después de la consumación y arrebatamiento de la elegida Esposa de Cristo. De igual manera el Espíritu Santo nos relata aquí la historia de la posteridad de Abraham después del casamiento de Isaac, en relación con un nuevo casamiento del patriarca, después de algunos acontecimientos particulares en la vida de este patriarca, como también de su posteridad según la carne. No pretendo formular una interpretación especial del contenido de este capítulo, pero considero, sin embargo, que ello no deja de tener interés para el lector atento.

El libro del Génesis, como ya lo hemos hecho notar, encierra como en germen los grandes principios elementales de la historia de las relaciones de Dios con el hombre, cuyo desarrollo se halla en los libros siguientes, pero especialmente en el Nuevo Testamento. En el Génesis, es verdad, estos principios se nos presentan en figura, mientras que en el Nuevo Testamento se despliegan de un modo didáctico, instructivo. Las figuras, no obstante, son de gran interés y muy a propósito para hacer penetrar poderosamente la verdad en el corazón.

Esaú menosprecia su derecho de primogénito

Al final del capítulo 25 se nos revelan algunos principios importantes y de naturaleza muy práctica. El carácter y la vida de Jacob vendrán pronto ante nuestra vista, pero, antes de ir más lejos, prestemos atención a la conducta de Esaú en orden a lo que concierne al derecho de primogenitura y todo lo que él implica. El corazón natural no atribuye valor alguno a las cosas de Dios. Como no conoce a Dios, sus promesas son para él cosa vaga, sin valor ni eficacia, sencillamente porque Dios no es conocido. De ahí que las cosas presentes tengan tanto peso en la estimación de la gente y que ejerzan tan gran influencia en los hombres. El ser humano aprecia lo que ve, porque anda por la vista y no por la fe. Para él lo presente es todo y lo futuro es como la nada: incierto y sin significado. Así lo era en el concepto de Esaú. Oigamos su raciocinio insidioso: “He aquí, yo me voy a morir, ¿para qué, pues, me servirá la primogenitura?” (v. 32). Extraño raciocinio, en verdad. ¡Lo presente pasará; por tanto, desprecio y abandono por completo el porvenir! ¡El tiempo desaparece ante mi vista, así que renuncio a toda herencia eterna! “Así menospreció Esaú la primogenitura” (v. 34). Así los israelitas despreciaron “la tierra deseable”. Así despreciaron a Cristo. Así también los convidados a las bodas despreciaron la invitación (Salmo 106:24; Zacarías 11:13; Mateo 22:5). El hombre no tiene corazón para las cosas de Dios; lo presente es todo para él. Un plato de lentejas vale más para él que una heredad en la tierra de Canaán. La razón por la cual a Esaú no le preocupaba el derecho de la primogenitura era precisamente la que debía de haberle conducido a tenerla en mayor estima. Cuanto más veo la incertidumbre y la vanidad de todo lo presente, tanto más aprecio y me confío al porvenir de Dios. Tal es el raciocinio de la fe. “Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2Pedro 3:11-13). He aquí los pensamientos de Dios, y, por tanto, los pensamientos de la fe. Las cosas presentes serán deshechas: ¿será esta la razón para despreciar las que no se ven? No, por cierto. El día presente es como sombra que se desvanece. ¿Cuál será nuestro refugio? La Escritura nos lo dice: “Esperando y apresurándonos para la venida del día de Dios”. Todo otro raciocinio no es más que el de un “profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura” (Hebreos 12:16).

Ojalá el Señor nos ayude a juzgar todas las cosas como él las juzga, para lo cual solo la fe nos hace capaces.