Las principales circunstancias de la vida de Jacob
Estos capítulos nos hacen conocer la historia de Jacob o por lo menos los acontecimientos principales de su vida. El Espíritu de Dios nos proporciona en ellos una enseñanza profunda respecto a los consejos de la gracia de Dios, como asimismo respecto a la completa incapacidad y la absoluta corrupción de la naturaleza humana.
En el capítulo 25, con toda intención he dejado de considerar un pasaje que trata de Jacob porque resulta más apropiado hacerlo aquí. “Y oró Isaac a Jehová por su mujer, que era estéril; y lo aceptó Jehová, y concibió Rebeca su mujer. Y los hijos luchaban dentro de ella; y dijo: Si es así ¿para qué vivo yo? Y fue a consultar a Jehová; y le respondió Jehová: Dos naciones hay en tu seno, y dos pueblos serán divididos desde tus entrañas; el un pueblo será más fuerte que el otro pueblo, y el mayor servirá al menor” (cap. 25:19-23). Malaquías hace referencia a este pasaje: “Yo os he amado, dice Jehová; y dijisteis: ¿En qué nos amaste? ¿No era Esaú hermano de Jacob? dice Jehová. Y amé a Jacob, y a Esaú aborrecí” (Malaquías 1:2-3); y estas palabras del profeta las cita el apóstol Pablo (Romanos 9:11-13): “(Pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí”.
El eterno consejo de Dios, según la elección de la gracia, nos es así claramente presentado. Esta expresión “elección de la gracia” tiene un significado de grandísima importancia. Ella desbarata todas las pretensiones del hombre y proclama el soberano derecho de Dios de obrar como quiere. Esto es sumamente importante. El hombre no puede gozar de bienaventuranza real y verdadera hasta no haber encorvado la cabeza delante de la soberana gracia de Dios. Le conviene hacerlo, ya que es pecador y que, como tal, carece absolutamente de derecho para obrar o prescribir a Dios cualquier cosa que sea. La gran ventaja que de esto resulta para nosotros es que, al hallarnos en este terreno, no se trata ya de lo que merecemos, sino de lo que a Dios le place darnos. El hijo pródigo puede querer, como por humildad, hacerse jornalero; pero, desde el momento que se trata de mérito, no resulta digno ni siquiera de ocupar el puesto de jornalero, y no le queda otro recurso que contentarse con lo que el padre buenamente le concede, a saber, con la posición más elevada: la de la comunión con él mismo (Lucas 15:11-32). No puede ser de otro modo, porque la gracia será la coronación de toda obra del siglo de los siglos. Bienaventurados somos de que esto sea así. A medida que adelantamos, haciendo de día en día nuevos descubrimientos respecto a lo que somos, encontramos la necesidad de ser sostenidos mediante el fundamento inamovible de la gracia divina. Posiblemente nada podría sostenernos en nuestro creciente conocimiento de nosotros mismos. La ruina del hombre no ofrece esperanza alguna. Por tanto, es preciso que la gracia sea infinita, como en realidad lo es. Dios mismo es su fuente, Cristo su medio y el Espíritu Santo su instrumento, el que la aplica al alma e infunde en ella su disfrute. La Trinidad se manifiesta en la gracia, y por la gracia salva al pobre pecador.
La gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro
(Romanos 5:21).
La gracia no podía reinar sino en la redención. En la creación podemos contemplar la sabiduría y el poder; en la providencia de Dios, su bondad y longanimidad; pero solo en la redención vemos reinar su gracia, y este reinado está fundado en la justicia.
Así vemos en Jacob una manifestación del poder de la gracia divina y en el mismo hombre hallamos un notable ejemplo del poder de la naturaleza humana. La naturaleza de Jacob aparece manifestada en toda la perversidad de sus caminos, y así la gracia se manifiesta con todo su poder y toda su moral hermosura. Según los hechos ya referidos, parece que antes de su nacimiento, durante el nacimiento y después del nacimiento, dejábase ver una energía extraordinaria en su naturaleza. Leemos que, antes del nacimiento, “los hijos luchaban dentro” de la madre; durante el nacimiento, salió “trabada su mano al calcañar de Esaú”; y después de su nacimiento –hasta el capítulo 32– sin excepción no vemos más que manifestaciones de la naturaleza nada amable. Pero todo eso, como fondo negro, sirve para hacer resaltar la gracia del que consiente en llamarse “el Dios de Jacob”, de ese nombre que constituye tan conmovedora expresión de la gracia.