La construcción del tabernáculo
El desprendimiento voluntario
Estos capítulos contienen una recapitulación de las diversas partes del tabernáculo y de sus utensilios. Por haber expuesto ya lo que creo que es el significado de las partes más notables del conjunto, considero inútil añadir algo más. Sin embargo, hay dos cosas en esta porción del libro de las cuales podemos sacar instrucciones muy útiles; en primer lugar, la voluntaria devoción, luego, la obediencia implícita del pueblo con respecto a la obra del tabernáculo del testimonio.
En cuanto a su voluntaria devoción, está escrito: “Y salió toda la congregación de los hijos de Israel de delante de Moisés. Y vino todo varón a quien su corazón estimuló, y todo aquel a quien su espíritu le dio voluntad, con ofrenda a Jehová para la obra del tabernáculo de reunión y para toda su obra, y para las sagradas vestiduras. Vinieron así hombres como mujeres, todos los voluntarios de corazón, y trajeron cadenas y zarcillos, anillos y brazaletes y toda clase de joyas de oro; y todos presentaban ofrenda de oro a Jehová. Todo hombre que tenía azul, púrpura, carmesí, lino fino, pelo de cabras, pieles de carneros teñidas de rojo, o pieles de tejones, lo traía. Todo el que ofrecía ofrenda de plata o de bronce traía a Jehová la ofrenda; y todo el que tenía madera de acacia la traía para toda la obra del servicio. Además todas las mujeres sabias de corazón hilaban con sus manos, y traían lo que habían hilado: azul, púrpura, carmesí o lino fino. Y todas las mujeres cuyo corazón las impulsó en sabiduría hilaron pelo de cabra. Los príncipes trajeron piedras de ónice, y las piedras de los engastes para el efod y el pectoral, y las especias aromáticas, y el aceite para el alumbrado, y para el aceite de la unción, y para el incienso aromático. De los hijos de Israel, así hombres como mujeres, todos los que tuvieron corazón voluntario para traer para toda la obra, que Jehová había mandado por medio de Moisés que hiciesen, trajeron ofrenda voluntaria a Jehová” (cap. 35:20-29). Y más adelante leemos: “Vinieron todos los maestros que hacían toda la obra del santuario, cada uno de la obra que hacía, y hablaron a Moisés, diciendo: El pueblo trae mucho más de lo que se necesita para la obra que Jehová ha mandado que se haga. Entonces Moisés mandó pregonar por el campamento, diciendo: Ningún hombre ni mujer haga más para la ofrenda del santuario. Así se le impidió al pueblo ofrecer más; pues tenían material abundante para hacer toda la obra, y sobraba” (cap. 36:4-7).
¡Qué cuadro más cautivador de devoción para la obra del santuario! No se precisó de ningún esfuerzo ni ningún llamamiento, ni de impresionantes argumentos para constreñir al pueblo a dar. No; sino que a cada uno “su corazón lo estimuló” (cap. 35:21). “Los príncipes”, los “hombres” y “las mujeres”, todos sentían que era para ellos un gran privilegio el poder dar a Jehová, no con corazón estrecho o mano egoísta, sino regiamente, de tal manera que tuvieron material abundante y sobraba.
La obediencia implícita
Luego, en cuanto a la obediencia implícita del pueblo, está escrito: “En conformidad a todas las cosas que Jehová había mandado a Moisés, así hicieron los hijos de Israel toda la obra. Y vio Moisés toda la obra, y he aquí que la habían hecho como Jehová había mandado; y los bendijo” (cap. 39:42-43). Jehová había dado las instrucciones más minuciosas relativas a toda la obra del tabernáculo. Cada estaca, cada base, cada cordón, cada anillo estaba exactamente determinado. Nada tenían que ver los recursos del hombre, su razón, o su sentido común. Jehová no dio un bosquejo a grandes trazos para que el hombre lo completase, ni dejó ningún margen para que el hombre introdujese sus propias reglas. De ninguna manera. “Mira y hazlos conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte” (Éxodo 25:40; 26:30; Hebreos 8:5). Este mandato no dejaba ninguna cabida a las invenciones humanas. Si se le hubiera permitido al hombre hacer tan solo una estaca, a juicio de Dios, esa estaca habría estado seguramente fuera de lugar. En el capítulo 32 vemos lo que produce el buril del hombre; gracias a Dios, tal herramienta no tiene ningún lugar en el tabernáculo. En esta ocasión los israelitas hicieron exactamente lo que les había sido dicho; nada más ni nada menos. ¡He aquí una buena lección para la Iglesia profesante! Hay varias cosas en la historia de los israelitas que deberíamos de veras procurar evitar: sus murmuraciones de impaciencia, sus votos legalistas y su idolatría; pero sí deberíamos imitarlos en dos cosas. ¡Que nuestro desprendimiento sea más de corazón y nuestra obediencia más implícita! Podemos afirmar con toda seguridad que si todo no hubiese sido hecho “conforme al modelo… mostrado en el monte”, no podríamos leer al final del libro que “una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo. Y no podía Moisés entrar en el tabernáculo de reunión, porque la nube estaba sobre él, y la gloria de Jehová lo llenaba” (cap. 40:34-35). El tabernáculo estaba hecho conforme al modelo divino en todos sus aspectos; por consiguiente, podía ser lleno de la gloria divina.
Hay aquí muy preciosas instrucciones. Con demasiada frecuencia somos llevados a considerar la Palabra de Dios como insuficiente para los pequeños detalles que se refieren al culto y al servicio de Dios. Esto es un gran error, error que constituye una fuente abundante de faltas y extravíos en la Iglesia profesante. La Palabra de Dios para todo es suficiente, ya sea en lo concerniente a la salvación personal, a la conducta individual, o al orden y al gobierno de la congregación. “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17). Si la Palabra de Dios hace al hombre “enteramente preparado para toda buena obra”, resulta necesariamente que todo lo que sea incompatible con esta Palabra no puede ser una obra buena (comp. Efesios 2:10). Además, acordémonos de que la gloria divina no puede unirse sino a lo que sea completamente conforme al modelo divino.