Mediación y restauración
El tabernáculo de reunión
Jehová rehúsa acompañar a Israel al país prometido. “Yo no subiré en medio de ti, porque eres pueblo de dura cerviz, no sea que te consuma en el camino” (v. 3). Al principio de este libro, Jehová había podido decir: “He visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias” (cap. 3:7). Ahora debe decir: “Yo he visto a este pueblo, que por cierto es pueblo de dura cerviz” (cap. 32:9). Un pueblo afligido es objeto de la gracia; en cambio, es necesario que un pueblo de dura cerviz sea humillado. El clamor de Israel oprimido había obtenido por respuesta la manifestación de la gracia; pero el cántico del Israel idólatra debe hallar una voz de severa reprobación.
“Vosotros sois pueblo de dura cerviz; en un momento subiré en medio de ti, y te consumiré. Quítate, pues, ahora tus atavíos, para que yo sepa lo que te he de hacer” (v. 5). Solo cuando nos hallamos despojados de todos los atavíos de nuestra naturaleza, Dios puede intervenir en favor nuestro. Un pecador desnudo puede ser revestido; pero un pecador cubierto de atavíos debe ser desnudado. Es necesario que seamos despojados de todo lo que pertenece al Yo, antes que seamos revestidos de lo que pertenece a Dios.
“Entonces los hijos de Israel se despojaron de sus atavíos desde el monte Horeb” (v. 6). Allí estaban, al pie de aquella memorable montaña; sus fiestas y sus cánticos habían sido cambiados en amargas lamentaciones; estaban despojados de sus atavíos y las tablas de la ley habían sido reducidas a pedazos. Tal era su condición, y Moisés inmediatamente se dispuso a obrar en consecuencia. Ya no podía reconocer al pueblo como un solo cuerpo. La congregación se había manchado enteramente, levantando en lugar de Dios un ídolo de su propia fabricación, un becerro en lugar de Jehová. “Y Moisés tomó el tabernáculo, y lo levantó lejos, fuera del campamento, y lo llamó el Tabernáculo de Reunión” (v. 7). El campamento ya no era reconocido como el lugar de la presencia de Dios. Dios ya no estaba allí, ni podía estar por más tiempo, porque había sido depuesto por una invención humana. En consecuencia, quedó establecido un nuevo centro de comunión.
Y cualquiera que buscaba a Jehová, salía al tabernáculo de reunión que estaba fuera del campamento(v. 7).
Esto encierra una preciosa verdad que prontamente comprenderá el hombre espiritual. El lugar que Cristo ocupa ahora está “fuera del campamento” (Hebreos 13:13). Es necesaria una gran sumisión a la Palabra de Dios para discernir con precisión lo que el “campamento” realmente es. Es preciso tener mucha energía espiritual para salir de él y, más aún, –estando uno “fuera”– para obrar en favor de los que quedan dentro, con el poder de la santidad y de la gracia combinadas. La santidad nos separa de la inmundicia que está en el campamento, la gracia nos capacita para obrar en favor de los que están dentro de él. “Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero. Y él volvía al campamento; pero el joven Josué hijo de Nun, su servidor, nunca se apartaba de en medio del tabernáculo” (v. 11). Moisés manifiesta mayor energía espiritual que Josué. Es mucho más fácil tomar una posición de separación que obrar como conviene para con los que están en el campamento.
Jehová dijo: Mi presencia irá…
“Y dijo Moisés a Jehová: Mira, tú me dices a mí: Saca este pueblo; y tú no me has declarado a quién enviarás conmigo. Sin embargo, tú dices: Yo te he conocido por tu nombre, y has hallado también gracia en mis ojos” (v. 12). Moisés suplica que la presencia de Dios le acompañe, como prueba de que ha hallado gracia en sus ojos. Si solo fuera cuestión de justicia, Jehová no podría sino consumir al pueblo, porque “es un pueblo de dura cerviz”. Pero desde el momento que Él habla de gracia, en relación con el mediador, el mismo hecho de tratarse de un pueblo de dura cerviz viene a ser motivo para pedir la presencia de Jehová. “Si ahora, Señor, he hallado gracia en tus ojos, vaya ahora el Señor en medio de nosotros; porque es un pueblo de dura cerviz; y perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y tómanos por tu heredad” (cap. 34:9). Esto es de una belleza admirable. “Un pueblo de dura cerviz” necesitaba la gracia ilimitada y la inagotable paciencia de Dios. Solo Él era capaz de soportarlo.
Y él dijo: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso (v. 14).
¡Qué porción tan preciosa! ¡Qué esperanza tan bendita! ¡La presencia de Dios con nosotros durante toda la travesía del desierto, y al fin, el reposo eterno! ¡La gracia que responde a nuestras necesidades presentes, y la gloria como nuestra porción venidera! Sí, nuestros corazones pueden exclamar: ¡Nos basta, amado Señor!