Las etapas del desierto y los límites del país de Canaán
El primero de estos capítulos nos da una descripción admirablemente minuciosa de las etapas del pueblo de Dios en el desierto. Es imposible leerlo sin sentirse profundamente conmovido por tanto amor y tantos cuidados como los que Dios desplegó de una manera clara durante el viaje. Él ha querido conservar el relato de las peregrinaciones de su pobre pueblo, desde el momento en que salió de Egipto hasta que atravesaron el Jordán, de la tierra de la muerte y de las tinieblas al país que fluía leche y miel.
Él sabe que andas por este gran desierto; estos cuarenta años Jehová tu Dios ha estado contigo, y nada te ha faltado
(Deuteronomio 2:7).
Anduvo delante de ellos a cada paso del camino; recorrió todas las paradas del desierto, se solidarizó con todas sus aflicciones, y tuvo cuidado de ellos como una tierna nodriza, no permitiendo que sus vestidos envejecieran ni sus pies se hinchasen durante aquellos cuarenta años. Aquí describe todo el camino por el que su mano los condujo, tomando nota de cada etapa sucesiva de esta maravillosa peregrinación y de cada sitio donde habían hecho alto en el desierto. ¡Qué viaje! ¡Qué compañero de camino!
Es muy consolador para el corazón del pobre peregrino fatigado estar seguro de que cada etapa de su viaje a través del desierto está marcada por el amor infinito y la infalible sabiduría de Dios. Él lleva a su pueblo, por un camino recto, a su propia morada; no hay ni una circunstancia en su vida, ni un ingrediente en su copa, que no sea minuciosamente ordenado por él mismo, en relación directa con su bien presente y su felicidad eterna. Que nuestro único deseo sea andar con él diariamente, sencillamente confiados, echando sobre él todas nuestras inquietudes y colocándonos en sus manos, con todo lo que nos pertenece. Ese es el verdadero manantial de la paz y de la bendición durante todo el viaje. Luego, cuando nuestra carrera en el desierto haya terminado y alcancemos la última etapa, nos tomará consigo para que estemos con él para siempre.
Los límites de la heredad
El capítulo 34 da los límites de la heredad tal como la mano de Jehová los había trazado. La misma mano que había dirigido sus jornadas, fija aquí los límites de su morada. Lamentablemente, ellos no tomaron posesión de la tierra tal como él se la había dado. Él les dio todo el país y se lo dio para siempre. Pero no tomaron posesión más que de una parte y solo por un tiempo. Pero, bendito sea Dios, se acerca el momento en el que la simiente de Abraham entrará en la plena y perpetua posesión de aquella hermosa herencia, de la que actualmente está parcialmente excluida. El Señor cumplirá todas sus promesas e introducirá a su pueblo en las bendiciones que le están aseguradas por el pacto eterno, ese pacto que ha sido sellado con la sangre del Cordero. No faltará ni una jota, ni una tilde de cuanto ha dicho. Todas sus promesas son Sí y Amén en Jesucristo, quien “es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8).