Estudio sobre el libro de los Números

Números 31

La separación respecto del mundo y sus tentaciones

En este capítulo tenemos la última escena de la vida oficial de Moisés, así como en Deuteronomio 34 tenemos el fin de su historia personal. “Jehová habló a Moisés, diciendo: Haz la venganza de los hijos de Israel contra los madianitas; después serás recogido a tu pueblo. Entonces Moisés habló al pueblo, diciendo: Armaos algunos de vosotros para la guerra, y vayan contra Madián y hagan la venganza de Jehová en Madián. Mil de cada tribu de todas las tribus de los hijos de Israel, enviaréis a la guerra. Así fueron dados de los millares de Israel, mil por cada tribu, doce mil en pie de guerra. Y Moisés los envió a la guerra; mil de cada tribu envió; y Finees hijo del sacerdote Eleazar fue a la guerra con los vasos del santuario, y con las trompetas en su mano para tocar. Y pelearon contra Madián, como Jehová lo mandó a Moisés, y mataron a todo varón” (v. 1-7).

Este es un pasaje muy notable. Jehová dijo a Moisés: “Haz la venganza de los hijos de Israel contra los madianitas”. Y Moisés dijo a Israel: “Hagan la venganza de Jehová en Madián”. El pueblo había sido seducido por la astucia de las hijas de Madián, a causa de la influencia perjudicial de Balaam, hijo de Beor. Ahora son llamados a limpiarse enteramente de toda la impureza que habían contraído por falta de vigilancia. La espada debía desenvainarse contra Madián y todos sus despojos deben pasar por el fuego del juicio o por el agua de purificación. Todo el mal debe ser juzgado.

Esta guerra parece anormal. Por derecho el pueblo no debería tener ninguna ocasión para hacerla. No era una guerra de las de Canaán, sino sencillamente el resultado de su propia infidelidad o de su comercio impío con los incircuncisos. Por esta razón, aunque Josué hijo de Nun había sido debidamente nombrado para suceder a Moisés como conductor de la asamblea, no vemos que se haga mención de él en esta guerra. En cambio, la guía de esta expedición se confía a Finees, hijo del sacerdote Eleazar, quien la emprende con “los vasos del santuario, y con las trompetas” (v. 6). Aquí todo es característico. El sacerdote es la persona principal, los vasos del santuario son los instrumentos principales. Se trata de borrar la mancha producida por la asociación impura con el enemigo. Como consecuencia, en vez de un general con lanza y espada, aparece un sacerdote con los vasos del santuario en primer plano. Es verdad que la espada también desempeña su papel, pero no es lo principal, sino el sacerdote con los vasos del santuario. Y este sacerdote es el mismo hombre que ejecutó el juicio sobre el mal (cap. 25:7-8) del que ahora se debía tomar venganza.

La lección moral de todo esto es clara y práctica al mismo tiempo. Los madianitas ofrecen un tipo de la particular influencia que el mundo ejerce sobre los hijos de Dios, un poder que fascina y seduce, empleado por Satanás para impedir que gocemos de nuestra posición celestial. Israel no debió relacionarse con los madianitas; pero, después de haber sido arrastrados por falta de vigilancia a aquella asociación con ellos, no quedaba otro recurso que combatirlos y destruirlos totalmente.

Igualmente sucede con nosotros, como cristianos. Nuestro deber es atravesar este mundo como peregrinos y extranjeros, sin mezclarnos con él, como pacientes testigos de la gracia de Cristo y brillando como luces en medio de las tinieblas morales que nos rodean. Pero, lamentablemente, fallamos al no mantener esa rigurosa separación; hacemos alianzas con el mundo, y, por lo tanto, nos vemos involucrados en dificultades y luchas que no nos corresponden. La guerra con Madián no formaba parte de la obra propiamente dicha de Israel; se la acarrearon ellos mismos. Pero Dios está lleno de gracia; por eso, pudieron vencer a los madianitas mediante una aplicación especial del ministerio sacerdotal. Sin embargo, el mal debe ser totalmente juzgado. Deben morir “todos los varones”, todos aquellos en los que el poder del mal ha obrado deben ser completamente exterminados, y finalmente el fuego del juicio y el agua de la purificación deben hacer su obra sobre el botín antes de que Dios o su pueblo puedan tocar un átomo.

Que Dios nos haga capaces de seguir un camino de separación más completo y de proseguir nuestra carrera celestial como los que tienen su heredad y su morada en lo alto.