Estudio sobre el libro de los Números

Números 26

El segundo censo antes de entrar en el país

Aquí tenemos el segundo censo de los hijos de Israel, cuando están a punto de entrar en la tierra prometida. ¡Qué triste es considerar que, de los seiscientos mil hombres de guerra que fueron censados al principio, solamente habían sobrevivido dos: Josué y Caleb! Los cuerpos de todos los demás “cayeron en el desierto” (Hebreos 3:17). Dos hombres de fe sincera quedaron para recibir la recompensa.

¡Qué solemne es y qué lleno de instrucción está todo esto! La incredulidad impidió que la primera generación entrara en el país de Canaán, y que muriera en el desierto. En este hecho el Espíritu Santo funda una de las exhortaciones y advertencias más apremiantes que puedan encontrarse en todo el Libro inspirado. ¡Escuchémoslo! “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio, entre tanto que se dice: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación. ¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, le provocaron? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés? ¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto? ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron? Y vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad. Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron” (Hebreos 3:12-19; 4:1-2).

Aquí está el gran secreto práctico: la Palabra de Dios mezclada con la fe. ¡Qué preciosa mezcla! ¡Lo único que puede ser provechoso para todos! Podemos oír mucho, hablar mucho, profesar mucho, pero la medida del verdadero poder espiritual para superar las dificultades y vencer al mundo es simplemente la mezcla de la Palabra de Dios con la fe. Esa Palabra está establecida para siempre en los cielos (Salmo 119:89); y si está fijada en nuestros corazones por la fe, hay un lazo divino que nos une al cielo y a todo lo que se relaciona con él. Entonces, en la proporción en que nuestros corazones estén unidos al cielo y a Cristo que está allí, estaremos prácticamente separados del presente siglo, elevados por encima de su influencia.

La fe toma posesión de todo lo que Dios ha dado; penetra así dentro del velo, y se sostiene como viendo al invisible; se ocupa en lo que es invisible y eterno, y no en lo visible y temporal. El hombre piensa que los bienes terrenales son seguros, pero la fe no conoce nada seguro sino a Dios y su Palabra. La fe toma la Palabra de Dios, la coloca en lo íntimo del corazón y la conserva como un tesoro escondido, como la única cosa que merece ser llamada un tesoro. El feliz poseedor de ese tesoro se vuelve totalmente independiente del mundo. Puede ser pobre en cuanto a las riquezas de este mundo perecedero, pero, si es rico en fe, posee indecibles riquezas, los bienes permanentes y la justicia, “las inescrutables riquezas de Cristo” (Efesios 3:8). Si usted sencillamente quiere tomarle a Dios la palabra, creer lo que dice porque es él quien lo dice –esto es la fe– entonces usted posee realmente un tesoro que lo hace completamente independiente de la tierra, donde los hombres no andan más que por vista. Hablan de lo «positivo» y lo «real», en otras palabras, de lo que pueden ver y palpar. La fe solo conoce como seguro y real la Palabra del Dios vivo.

La ausencia de esa bendita fe detuvo a Israel fuera de Canaán, y fue la causa de que seiscientos mil hombres cayeran en el desierto. Asimismo la falta de esa fe mantiene a miles de hijos de Dios en la esclavitud y en las tinieblas, cuando deberían andar en la luz y la libertad; los mantiene en el abatimiento y en la tristeza, cuando deberían andar con el gozo y el vigor de la plena salvación de Dios; los sujeta al temor del juicio, cuando deberían andar según la esperanza de la gloria; los mantiene en la duda de si escaparán de la espada del exterminador de Egipto, cuando deberían alimentarse con el trigo de la tierra de Canaán (Josué 5:11).

Que el Señor derrame su luz y su verdad, a fin de conducir a sus hijos al goce de la plenitud de su parte en Cristo, y así tomen su verdadera posición, rindiendo fiel testimonio mientras aguardan su gloriosa venida.