Finees
Israel visto en las llanuras de Moab
Aquí se abre ante nosotros una nueva escena. Hemos estado en la cumbre del Pisga, oyendo el testimonio de Dios acerca de Israel. Allí todo era brillante, bello, sin nube y sin mancha. Ahora nos encontramos en los llanos de Moab y todo ha cambiado. Allí estábamos en relación con Dios y sus pensamientos; aquí tratamos con el pueblo y sus caminos. ¡Qué contraste! Esto nos recuerda el principio y el final del capítulo 12 de la segunda carta a los Corintios. En los primeros versículos tenemos la posición normal del cristiano; en los últimos, el estado posible en el que puede caer si no es vigilante. Unos nos muestran al “hombre en Cristo” (v. 2), capaz de ser arrebatado al paraíso en cualquier momento; los otros nos muestran a los santos de Dios capaces de cometer cualquier clase de pecados y locuras.
Igual sucede con Israel visto desde la “cumbre de las peñas” en “la visión del Omnipotente”, y luego visto en los llanos de Moab. En el primero de estos casos tenemos su posición perfecta, y en el otro su estado imperfecto. Los oráculos de Balaam nos dan la estimación de Dios en cuanto al primero y la lanza de Finees nos da su juicio acerca del segundo. Dios no revocará jamás su decreto respecto a la posición en que ha colocado a su pueblo, sin embargo, debe juzgarlo y castigarlo cuando su conducta no esté de acuerdo con aquella posición. Pero aquí, desgraciadamente, la carne produce sus frutos. Se permite a la naturaleza humana obrar de varias maneras; entonces Dios se ve obligado a tomar la vara de la disciplina para detener el mal que nosotros hemos dejado obrar.
Balaam, después de haber fracasado en su tentativa de maldecir a Israel, logró hacerle caer en pecado con sus astucias, tratando de conseguir así su objetivo. “Así acudió el pueblo a Baal-peor; y el furor de Jehová se encendió contra Israel. Y Jehová dijo a Moisés: Toma a todos los príncipes del pueblo, y ahórcalos ante Jehová delante del sol, y el ardor de la ira de Jehová se apartará de Israel” (v. 3-4). A continuación vemos la notable relación del celo y fidelidad de Finees: “Entonces Jehová habló a Moisés, diciendo: Finees hijo de Eleazar, hijo del sacerdote Aarón, ha hecho apartar mi furor de los hijos de Israel, llevado de celo entre ellos; por lo cual yo no he consumido en mi celo a los hijos de Israel. Por tanto diles: He aquí yo establezco mi pacto de paz con él; y tendrá él, y su descendencia después de él, el pacto del sacerdocio perpetuo, por cuanto tuvo celo por su Dios e hizo expiación por los hijos de Israel” (v. 10-13).
La gloria de Dios y el bien de Israel fueron los motivos que controlaron la conducta del fiel Finees. Era un instante crítico y sintió que debía obrar de la manera más decidida; no era el momento de demostrar una falsa indulgencia. En la historia del pueblo de Dios hay tiempos en los que la indulgencia hacia el hombre se convierte en deslealtad hacia Dios; así que el discernimiento es de gran importancia en tales casos. La prontitud de Finees salvó a toda la congregación, glorificó a Dios en medio de su pueblo y desbarató completamente los planes del enemigo. Balaam murió entre los madianitas (cap. 31:8); Finees llegó a ser poseedor de un sacerdocio eterno.
Esta es la instrucción contenida en esta corta división de nuestro libro. Que el Espíritu de Dios nos dé una percepción tan clara y constante de la perfección de nuestra posición en Cristo, que nuestra conducta esté más en consonancia con ella.