Lucas

Lucas 8

El poder de Cristo sobre la naturaleza, los demonios y la muerte

Mujeres que sirven a Jesús

Los hechos relatados en estos tres versículos se encuentran solamente en el evangelio según Lucas. Vemos allí a Jesús, rodeado de sus discípulos, predicando y anunciando el reino de Dios en las ciudades y en los pueblos de Galilea. Como Hijo del Hombre, dependía completamente de Dios en una humildad que nos conmueve. Dependía de Dios, no solo para cumplir su servicio, sino también para sus necesidades diarias, hasta en los menores detalles.

Varias mujeres, que por su gracia habían sido sanadas y liberadas, lo seguían y le ayudaban con sus bienes. María Magdalena, de quien habían salido siete demonios y a la que encontramos luego junto a la tumba de Jesús en Juan 20. Juana, mujer de Chuza, intendente de Herodes. Otra mujer llamada Susana, y varias más. Estas mujeres piadosas sentían gozo en manifestar su agradecimiento hacia Jesús, siguiéndolo, sin duda para escuchar sus enseñanzas, pero también para servirle.

La humillación de Jesús pone de relieve la gracia que lo hizo descender hasta este mundo, a Él, Dios, el Creador, el que sostiene todas las cosas por la palabra de su poder, el Rey de reyes y Señor de señores, ante quien un día toda rodilla se doblará. En este mundo no tenía voluntad, sino la de obedecer a su Padre, en una humillación profunda, en una dependencia absoluta a Dios, quien empleaba a algunas mujeres para servirle con sus bienes. Nunca utilizaba su poder divino en su favor, sino siempre para el bien de los demás. Así actuaba, querido lector, para traernos a ti y a mí, como a todos, la gracia que necesitábamos, sin la cual pereceríamos eternamente lejos de Dios.

Necesitamos meditar atentamente en todos los detalles de la vida de Jesús. Ellos nos hablan de manera conmovedora de cómo vino hasta nosotros el amor de Dios. Nos acostumbramos fácilmente a leer los relatos de los evangelios, considerando el servicio de Jesús como algo natural para un hombre consagrado, sin pensar en la gloria de su persona. No consideramos que él era Dios, siempre consciente de su gloria, aunque se humilló para tomar la forma de esclavo y llegar hasta nosotros para liberarnos de la esclavitud de Satanás y abrirnos el cielo llevando sobre sí el juicio que nosotros merecíamos.

En este relato vemos también cómo Dios responde a la confianza de aquellos que esperan en él. Somos exhortados a no preocuparnos por lo que hemos de comer o beber. Jesús dice:

Vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas
(cap. 12:29-30).

Él lo realizó perfectamente, contando con su Padre para los medios para satisfacer sus necesidades. En general Dios provee a nuestras necesidades por medio de nuestro trabajo, pero a veces quedamos privados de ello, sea por enfermedad o por otras circunstancias. Luego, hay pobres de quienes el Señor dice: “A los pobres siempre los tendréis con vosotros” (Juan 12:8).

Todos deben confiar en su Padre celestial que es fiel a sus promesas. Pero es un gran privilegio y una fuente de riquezas eternas poder colocar los bienes a disposición del Señor siguiendo el ejemplo de estas mujeres de Galilea. Usarlos para ayudar a los que se encuentran en necesidad, es el medio para hacerse tesoros en el cielo (Lucas 12:33). Para esto nuestros corazones deben ser tocados por la gracia de la cual somos objeto de parte del Señor. Entonces sentiremos la necesidad de manifestarle nuestro agradecimiento, no solamente por medio de sacrificios de alabanza, sino también por las buenas obras, entregando de nuestros bienes, “porque de tales sacrificios se agrada Dios” (Hebreos 13:15-16). Si disfrutamos del amor de Dios, sabiendo que todo es gracia hacia nosotros, tanto las cosas materiales como los bienes espirituales, nuestros corazones siempre estarán dispuestos a dar gratuitamente a todos y de todas las formas.

La parábola del sembrador

En este evangelio, la parábola del sembrador es relatada en los mismos términos que en el de Marcos, pero no está seguida por las parábolas del reino como en Mateo. En los tres evangelios, esta parábola presenta la manera nueva en que Dios actúa en este mundo, desde que se demostró la incapacidad del hombre para llevar fruto para Dios, para cumplir la ley dada a Israel, y sacar provecho de la presencia de Jesús, a quien rechazó cuando vino. Frente a esta incapacidad Dios trabaja, y en lugar de esperar fruto de su viña, siembra en los corazones por medio de su Palabra que producirá los frutos de una nueva vida en aquellos que la reciban.

Esta semilla, la Palabra de Dios, cae en cuatro terrenos diferentes, imágenes de las disposiciones de aquellos que la oyen. Una parte cae a lo largo del camino. Estos son los que oyen la Palabra con corazón distraído, llenos de preocupaciones que endurecen la conciencia, tal como un camino muy transitado. Al no poder penetrar en la tierra, la semilla es arrebatada por el diablo. Lucas explica los motivos de Satanás en el versículo 12: “Luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra, para que no crean y se salven”. Satanás sabe que “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). Por eso él quita la Palabra antes de que haya producido la fe por medio de un trabajo de conciencia. Este “homicida” (Juan 8:44) desea la desgracia eterna de los hombres. Quisiera tenerlos a todos en el lugar preparado para él y sus ángeles. Por eso despliega una gran actividad para ofrecer a todos las cosas que llenan el corazón, lo distraen y lo endurecen. Él sabe ocupar el tiempo que pasa rápidamente para hacer legítimo el pretexto que se da a menudo, de que falta el tiempo para poder ocuparse de la Palabra. Si en alguna circunstancia alguien no puede sino escuchar la Palabra de Dios, Satanás vela para que los pensamientos, las preocupaciones y las distracciones vuelvan rápidamente a su curso habitual, para neutralizar el efecto producido, y arrastrar a su víctima descuidada a la desdicha eterna. Satanás no desea la salvación de los hombres. En cambio Dios “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4). Para eso hace proclamar su Palabra en todo lugar.

La semilla que cayó sobre la roca forma la segunda categoría de los oidores de la Palabra. La reciben en seguida con gozo, les impresiona, pero no los alcanza profundamente. De lo contrario, no hubieran experimentado gozo. Porque cuando la Palabra de Dios comienza a trabajar en un alma para salvación, esta descubre la culpabilidad, la mancha del pecado ante la santidad y la justicia de Dios, y la imposibilidad para satisfacerla. En una palabra, todo lo que puede dejar perplejo y angustiado al hombre.

Esta es la labranza que prepara la buena tierra que encontramos en la cuarta categoría. Si en este trabajo hay gozo por oír la Palabra, el alma no se ha encontrado en la presencia de Dios. No hay fundamento, no hay raíces, y no se puede soportar los ataques del enemigo. Pues él levanta inmediatamente la oposición y la persecución en cuanto hay el menor testimonio hacia el Señor. Ante esta oposición llamada “tentación”, se apartan (v. 13) cuando ven que la Palabra trae pesar en vez de producir gozo. No hay ningún resultado.

En el tercer caso tenemos la semilla que cayó entre las espinas. La Palabra penetró más profundamente. Produjo algunos resultados, pero falta el poder para vencer los deseos del corazón, las preocupaciones, el amor a las riquezas, los goces de la vida. Todas estas cosas ahogan la Palabra. A pesar de manifestarse ciertos efectos, no hay vida, por consiguiente, no hay fruto. La vida de Dios tiene una energía que le es propia, lo que el apóstol llama “la virtud” (2 Pedro 1:4-5), y que bajo la dependencia de Dios permite al creyente sobrellevar las influencias de la vida presente. No se trata de que estas influencias dejan de existir, sino que, cuando la vida de Dios es activa no hay lugar para esas preocupaciones.

La semilla que cayó en buena tierra representa a los que, habiendo oído la Palabra, la retienen con un corazón honrado y bueno. No es que haya corazones naturalmente mejores que otros, sino que estos corazones han sido capacitados para recibir la Palabra por una obra de Dios, de lo que no se habla aquí.

Todo auditorio al que se anuncia el Evangelio puede abarcar estas cuatro categorías de personas. El Señor describe su estado en aquel momento. Las personas de la primera categoría pueden ser alcanzadas más tarde, si hay tiempo. La segunda y la tercera pueden serlo más profundamente a continuación. Aquí se trata del estado de todas ellas en un momento dado.

Los que han recibido la semilla en una buena tierra “dan fruto con perseverancia” (v. 15). Lucas es el único que menciona esto, Mateo dice que llevan fruto, uno a ciento, el otro a sesenta, y el otro a treinta por uno. En Marcos tenemos: uno a treinta, el otro a sesenta, y el otro a ciento por uno. A la segunda y tercera clase de personas les había faltado la perseverancia. No pudieron soportar con paciencia las dificultades que el creyente encuentra en su camino. Sin la vida, esto es imposible. Si se tiene la vida, se debe recurrir constantemente a la gracia y al poder de Dios para perseverar y llevar fruto con paciencia hasta el final.

Los versículos 16 a 18 se dirigen a la conciencia de los que han recibido la Palabra. Dios les dio la luz que debe iluminar la noche de este mundo. Debemos velar para no esconder la luz, porque no corresponderíamos al propósito para el cual Dios nos ha hecho “luz en el Señor” (Efesios 5:8). Llegará el momento en que saldrá a luz todo lo que haya impedido que brille esa luz. “Porque nada hay oculto, que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de ser conocido, y de salir a la luz” (v. 17).

Entonces, es importante tener mucho cuidado de cómo escuchamos, porque Dios no habla en vano. Es necesario que su Palabra lleve fruto. Y cuanto más fruto lleve el creyente, tanto más recibirá, porque “a todo el que tiene, se le dará” (Lucas 19:26). Para recibir bendición, debemos practicar lo que conocemos. Pero, como las personas de la segunda y tercera categoría, a los que parecen tener algo, les será quitado porque no tienen la vida. Es lo que le sucederá a la cristiandad después del arrebatamiento de la Iglesia. Lo que ella parece tener, sus formas, sus pretensiones, le serán quitadas, y se la verá en su verdadero estado, lista para recibir el juicio que la alcanzará.

Acordémonos de que el Señor nos dice:

Mirad, pues, cómo oís
(v. 18),

porque se acerca el día en que todo se manifestará, cuando nadie podrá volver atrás para hacer las cosas mejor.

La madre y los hermanos de Jesús

La madre y los hermanos de Jesús según la carne, son figura del pueblo judío con el cual el Señor ya no podía tener relación. En los versículos anteriores, Jesús mostró cómo trabajaba para obtener un pueblo que llevara fruto. Ahora reconoce como su familia solo a aquellos que escuchan su palabra y la ponen en práctica. La madre de Jesús formaba parte de ella y sus hermanos también llegaron a serlo (ver 1 Corintios 9:5; Gálatas 1:19), como también todos aquellos que creen y que lo prueban llevando fruto, como Dios lo pide.

Jesús calma la tempestad

“Entró en una barca con sus discípulos, y les dijo: Pasemos al otro lado del lago. Y partieron. Pero mientras navegaban, él se durmió. Y se desencadenó una tempestad de viento en el lago; y se anegaban y peligraban” (v. 22-23). Los que rodeaban al Señor en este mundo, como todos los que creen en él recibiendo su palabra, encontrarán muchas dificultades dirigiéndose a la otra orilla, la ribera celestial y eterna, meta de todo creyente en este mundo.

La travesía tempestuosa en la que los discípulos parecían peligrar es figura del viaje que todos tenemos que hacer. La iglesia conoció tiempos aun peores que los que atravesamos ahora, cuando tenía que ver con la terrible tormenta de las persecuciones, ese viento de la oposición del mundo que el enemigo levanta contra los fieles. Pero cualquiera sea la intensidad del sufrimiento y la violencia de la tormenta, Jesús está con los suyos. Él había dicho a los discípulos: “Pasemos al otro lado del lago”. Esta palabra tendría que haberles bastado y asegurado que no perecerían durante la navegación. Pero Jesús dormía. No manifestaba ninguna actividad en su favor; sin embargo, allí estaba. Tendrían que haber comprendido que, a pesar de no estar haciendo nada, su presencia era la completa garantía, porque Jesús no podía perecer en las aguas que él mismo había creado.

Los discípulos carecían de fe en él, y del conocimiento de la gloria de su persona, porque para confiar en alguien, es necesario conocerlo. Él era su Mesías, su Salvador, el Creador, Dios mismo, aunque bajo la forma de hombre, y de un hombre cansado hasta el punto de que el temporal no impidió que durmiera.

En su angustia, los discípulos lo despertaron diciéndole: “¡Maestro, Maestro, que perecemos! Despertando él, reprendió al viento y a las olas; y cesaron, y se hizo bonanza. Y les dijo:

¿Dónde está vuestra fe?
(v. 24-25).

Nada de fe en su palabra que les había dicho: “Pasemos”. Y nada de fe en su persona que conocían tan imperfectamente, porque llenos de miedo y asombrados dijeron: “¿Quién es este, que aun a los vientos y a las aguas manda, y le obedecen?” (v. 25).

Tenemos el privilegio de conocer al Señor y todas sus glorias mucho mejor que los discípulos. Lo conocemos como nuestro Salvador y Señor. Sabemos que después de haber cumplido su obra en la cruz, en la cual llevó nuestros pecados y venció al enemigo, se sentó a la diestra de Dios, y que le fue dado todo poder en los cielos y sobre la tierra. También sabemos que nunca aparta sus ojos de los suyos, que nada puede separarnos de su amor, que se compadece de todas nuestras penas, porque en el cielo es un Hombre, aunque glorificado.

Sin embargo, a pesar de este conocimiento, fácilmente nos falta la fe en sus palabras así como en su persona. Si pasamos por una prueba, quisiéramos verlo hacer algo para modificar nuestras circunstancias y poner fin a nuestras dificultades. No nos basta con saber que nada puede separarnos de su amor, que conoce nuestras circunstancias, que está con nosotros para atravesarlas, y que si no las cambia como nosotros quisiéramos, es porque él quiere emplearlas para enseñarnos a conocerlo cada vez mejor. Esta es una ventaja mayor que la de evitar las pruebas, porque sabemos que todas las cosas ayudan a bien de los que aman a Dios. Por lo tanto, somos infinitamente más culpables que los discípulos en la tempestad cuando nos falta la fe en medio de nuestras dificultades. Porque todo lo que Jesús es por nosotros nos ha sido claramente manifestado, en cambio a los discípulos no lo había sido en el mismo grado antes de la glorificación del Señor.

El endemoniado gadareno

Jesús y sus discípulos llegaron a tierra en la región de los gadarenos. Este lugar estaba en la ribera oriental del Jordán, al sur del lago de Genesaret. Allí encontraron a un endemoniado que estaba poseído desde hacía mucho tiempo. Este infeliz andaba desnudo y vivía en las tumbas1 . Al ver a Jesús, se echó delante de él y exclamó: “¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes. (Porque mandaba al espíritu inmundo que saliese del hombre)” (v. 28-29). Los hombres ven a Jesús como uno de sus semejantes, en cambio los demonios saben que es el Hijo de Dios, el juez que los condenará a los tormentos eternos. Jesús preguntó al poseído: “¿Cómo te llamas? Y él dijo: Legión2 . Porque muchos demonios habían entrado en él. Y le rogaban que no los mandase ir al abismo. Había allí un hato de muchos cerdos que pacían en el monte; y le rogaron que los dejase entrar en ellos; y les dio permiso… y el hato se precipitó por un despeñadero al lago, y se ahogó. Y los que apacentaban los cerdos, cuando vieron lo que había acontecido, huyeron, y yendo dieron aviso en la ciudad y por los campos. Y salieron a ver lo que había sucedido; y vinieron a Jesús, y hallaron al hombre de quien habían salido los demonios, sentado a los pies de Jesús, vestido, y en su cabal juicio” (v. 30-35).

En vez de alegrarse y admirarse, tuvieron miedo, y después de haber oído el relato maravilloso de esta liberación, toda la multitud que había acudido “le rogó que se marchase de ellos, pues tenían gran temor” (v. 37). Al ver que Jesús se iba, el hombre que había sido sanado le suplicó que le permitiera acompañarlo. Pero Jesús lo despidió diciéndole: “Vuelvete a tu casa, y cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo. Y él se fue, publicando por toda la ciudad cuán grandes cosas había hecho Jesús con él” (v. 39).

Este relato ilustra muchas cosas. El endemoniado representa al hombre caído bajo el poder de Satanás. La Palabra dice dos veces que “hacía mucho tiempo” que estaba poseído (v. 27, 29). En efecto, los hombres están bajo el poder de Satanás desde la caída de Adán. El pecado transformó la tierra, morada de los hombres, en un gran cementerio, mientras que lo que Dios había hecho era un lugar de delicias, como el huerto de Edén. “El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte” (Romanos 5:12). Los hombres no se dan cuenta de que, como el endemoniado de Gadara, viven en el lugar de la muerte, donde buscan placeres y distracciones. Satanás embellece este cementerio para que no puedan ver las tumbas, que recuerdan el fin de todo en la tierra y el juicio que debe seguir.

Este endemoniado no llevaba ropa que cubriera su desnudez (Génesis 3:7, 21), figura del estado real del hombre desde la caída, a los ojos de Dios, ante quien “todas las cosas están desnudas y abiertas” (Hebreos 4:13). El hombre puede tratar de esconder su estado a sus propios ojos y a los ojos de sus semejantes, pero no a Dios. Se ha creído, por ejemplo, que se obtuvo un gran cambio, grandes progresos para bien en el mundo, mediante la civilización cristiana en el siglo 19. Sin embargo, el cuadro que Dios hace del hombre en Romanos 3:9-18, termina con estas palabras: “Sus pies se apresuran para derramar sangre; quebranto y desventura hay en sus caminos; y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos”. Muchos no reconocían allí su retrato diciendo que estas cosas se relacionaban con el hombre en el pasado o con los pueblos no civilizados. Si se les rebatía esta afirmación apuntando en los preparativos de guerra que se hacían, contestaban que ese era el gran medio para mantener la paz. Sin embargo, todo eso no era más que un vestido de tela muy fina, que pronto se rasgó por la terrible guerra, para dejar aparecer, en todo su horror, la verdad de lo que Dios dice del hombre en su Palabra.

La corrupción y la violencia caracterizaron siempre el estado de pecado del hombre. Por cierto, se han hecho esfuerzos dignos de alabanza para luchar contra estas manifestaciones humillantes de nuestro corazón malo. Estos esfuerzos se mencionan en el relato, ya que se había querido atar al hombre con cadenas y grillos, que se rompían bajo el poder del demonio. Ninguna fuerza humana puede resistir a los esfuerzos del enemigo. A pesar de todos los medios utilizados para reprimir las pasiones y los vicios, estos permanecen y quebrantan los esfuerzos humanos. El único medio de ser librado del poder de Satanás que obra sobre la mala naturaleza del hombre, es recibir a Jesús. Pero esto es precisamente lo que uno se niega a hacer. Jesús fue rechazado. Así como los gadarenos no quisieron recibirlo, hoy tampoco se quiere nada de él. Y el mundo sigue siendo gobernado por su príncipe que es el diablo.

Este relato nos presenta también el estado de Israel. Jesús, en medio de su pueblo, libró a un pequeño residuo. Pero la nación entera lo rechazó y prefirió el poder de Satanás en lugar de la gracia de Jesús. Entonces, semejante al hato de cerdos invadida por los demonios, la nación se precipitó al mar de los pueblos, que la ahogó. Ya no se la vio distinta de las demás naciones y privilegiada de Dios. Como el hombre que fue sanado, los que recibieron a Jesús, en vez de marcharse con él cuando dejó este mundo, fueron enviados a los suyos y al mundo entero para anunciar las maravillas de la gracia (ver Lucas 24:47; Hechos 1:8). Los discípulos evangelizaron el mundo después que Jesús cumplió la obra de la cruz y subió al cielo.

¿Qué libro sino la Biblia, el libro inspirado de Dios, podría dar en un simple relato la ilustración fiel de una historia que proporcionaría suficiente material para un volumen entero? ¡Qué privilegio el de poseer este Libro, y sobre todo qué felicidad la de recibir con fe lo que contiene como la “Palabra de Dios”!

 

  • 1A menudo se tallaban cuevas en la ladera de las montañas, para que sirvieran como sepulcros.
  • 2La legión romana constaba de unos 6000 soldados, en tiempos del Señor.

Una niña que “dormía” y una mujer enferma

Al otro lado del lago, Jesús fue recibido por una multitud que lo esperaba. Un jefe de la sinagoga llamado Jairo, llegó a él y se echó a sus pies suplicándole que viniera a su casa porque su hija única de unos doce años, se estaba muriendo. Jesús complació los deseos de este padre afligido y fue con él, acompañado por la gente que lo oprimía. En medio de los que lo rodeaban estaba una mujer que tenía una enfermedad que ningún médico había podido remediar, aunque ella había gastado todo su dinero en consultas.

La pobre mujer reconoció en Jesús a Aquel que tenía el poder para sanarla. Se acercó a él por detrás y tocó el borde de su vestido. En ese mismo instante fue sanada. Entonces Jesús dijo: “¿Quién es el que me ha tocado? Y negando todos, dijo Pedro y los que con él estaban: Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado? Pero Jesús dijo: Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder de mí. Entonces, cuando la mujer vio que no había quedado oculta, vino temblando, y postrándose a sus pies, le declaró delante de todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo al instante había sido sanada. Y él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; vé en paz” (v. 45-48).

Muchas personas tocaban a Jesús, pero sin hallar el beneficio del poder que se encontraba en él a disposición de todos; solamente la fe se aprovecha de él. En la actualidad mucha gente admite que Jesús es el Salvador de los pecadores, pero es semejante a la multitud que seguía al Salvador sin fe y sin conciencia de sus necesidades. No lo rechazan, pero no son salvas porque no vienen personalmente a él con la convicción de su estado de pecado para encontrar la salvación. Por eso no pueden dar testimonio delante de todos como esta mujer, o el ciego de nacimiento que decía a los fariseos:

Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo
(Juan 9:25).

Un frío conocimiento intelectual de Jesús solo sirve para aumentar la culpabilidad. Hay que venir a él con fe y con el deseo vivo de obtener la salvación, si se quiere recibir esa respuesta del amor perfecto que ahuyenta el temor: “Hija, tu fe te ha salvado, vé en paz”.

Mientras Jesús todavía hablaba, alguien llegó para decir a Jairo: “Tu hija ha muerto; no molestes más al Maestro. Oyéndolo Jesús, le respondió: No temas; cree solamente, y será salva” (v. 49-50). Cuando llegaron a la casa, Jesús no permitió que entrara nadie, excepto Pedro, Jacobo, Juan, y los padres de la joven. Al ver llorar a los asistentes, les dijo: “No lloréis; no está muerta, sino que duerme” (v. 52). Todos se rieron de él, pero echándolos fuera, tomó a la joven por la mano y dijo: “Muchacha, levántate. Entonces su espíritu volvió, e inmediatamente se levantó; y él mandó que se le diese de comer. Y sus padres estaban atónitos; pero Jesús les mandó que a nadie dijesen lo que había sucedido” (v. 54-56).

La curación de la mujer y la resurrección de la hija de Jairo nos ofrecen también un cuadro de la obra de Jesús en relación con el pueblo de Israel. Él vino para llamar a la vida a este pueblo que para Dios estaba muerto. Es lo que sucederá cuando el Señor vuelva a ocuparse de él en el momento de su venida en gloria. Mientras tanto, todos los que se dirigen a él con fe son salvos. Es lo que le sucedió a esta mujer, a los discípulos, y a todos los que creen en Jesús actualmente. Todos los recursos de su gracia se mantienen a la disposición de la fe, hasta el momento en que él saque a Israel de la muerte moral en la que se encuentra desde que rechazó a Jesús, tal como despertó a la hija de Jairo.