Lucas

Pláticas sencillas

Introducción

En este evangelio el Espíritu de Dios nos presenta a Jesús con su carácter de Hijo del Hombre, quien trae de parte de Dios la gracia a los hombres. Por consiguiente, se encuentran en Lucas muchos detalles concernientes a la humanidad de Cristo. Al mismo tiempo, en cada página sobresale su perfecta divinidad. A lo largo del relato inspirado podemos contemplar a Jesús como “el más hermoso de los hijos de los hombres”; porque la gracia se derramó en sus labios (Salmo 45:2).

Este libro es la obra de un respetado maestro de la Palabra de Dios de habla francesa.

Fue escrito para mostrar el mensaje del Evangelio según Lucas, utilizando el sistema versículo por versículo en cuanto sea posible.

Ha sido cuidadosamente redactado para garantizar una fácil lectura y una mayor comprensión. De esta manera se hará más claro e interesante para el mundo hispano.

Los editores esperan que sirva para presentar el mensaje característico del evangelio según Lucas, el cual muestra al Señor Jesucristo como el Hijo del Hombre, enteramente humano, aun siendo el Hijo divino de Dios.

Confiamos en que el Señor usará este libro, de lectura amena, para el enriquecimiento espiritual de todos los lectores, a través de los cuales bendecirá igualmente a muchas personas más.

Prólogo

La palabra “Evangelio” significa “Buena Nueva”. Y en efecto, ¡qué buena noticia, la que presenta a los hombres un Salvador perfecto, manifestación del amor de Dios para con ellos!

Los evangelios son cuatro y todos ellos relatan la vida del Señor Jesús en la tierra. Quizás algunas personas se han preguntado por qué Dios nos dio cuatro escritos inspirados para hacer conocer la vida de su muy amado Hijo en este mundo, cuando al parecer uno solo bastaría. La razón estriba en el hecho de que el Señor debía ser presentado bajo diversos aspectos. Un relato único no era suficiente al Espíritu de Dios para mostrar, en sus diversas glorias, a Aquel de quien hablaron los profetas, quien era a la vez el Mesías prometido a los judíos, el Hijo de David, Emanuel (que traducido es: Dios con nosotros), el Siervo, el Profeta y el Hijo del Hombre; quien, habiendo nacido de la simiente de la mujer, era al mismo tiempo el Hijo de Dios, Dios mismo. Para revelar a una persona tan gloriosa, fueron necesarios cuatro relatos que lo presentaran bajo los cuatro grandes aspectos de los que hablaron los profetas.

Mateo revela al Señor bajo el carácter de Mesías prometido a los judíos. En el primer versículo es llamado “Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham”.

Marcos relata la vida del Señor respondiendo al carácter de profeta o de siervo, de quien, entre otros, habló Isaías (cap. 42:1; 49:3, 5-6; 52:13; 62:11). El Salmo 40 lo muestra como el que anunció justicia en la gran congregación de Israel (v. 9-10). Moisés predijo la llegada de un profeta que Jehová enviaría al pueblo (Deuteronomio 18:15-18). Ya hay aquí dos caracteres del Señor que ocupan un lugar importante en el Antiguo Testamento: el de Mesías y el de Siervo.

Lucas presenta el tercer carácter, no menos glorioso: el Hijo del Hombre, el Hombre según los consejos de Dios. Adán, el primer hombre, perdió por su pecado todos sus derechos, excepto el derecho a ser juzgado. El segundo hombre, simiente de la mujer (de la cual no provenía Adán pues él no había nacido de mujer), hereda, en virtud de la redención, todo lo que el primero perdió. Por eso tuvo que morir y redimirlo todo. Así, la gloria y el dominio sobre toda la creación pertenecen a él, al Hombre perfecto, como lo afirman, entre otros, los textos del Salmo 8:3-9 y Daniel 7:13-14.

Resta todavía el más glorioso de los caracteres de Cristo, es decir, el de Hijo de Dios. Sin este, los tres primeros no podrían cumplirse perfectamente. Así pues, el Mesías, el Siervo, el Hijo del Hombre debía ser también el Hijo de Dios, Dios manifestado en carne, el Creador de los cielos y de la tierra, la luz y la vida de los hombres (Juan 1:4). Es el apóstol Juan quien lo presenta así.

Estas breves palabras ayudarán a comprender las gloriosas razones que Dios tuvo para hacer escribir los cuatro relatos que presentan su muy amado Hijo a los hombres. Además, se comprenderá que es absurdo unificar estos escritos, como ciertos hombres lo intentan1 , so pretexto de que los evangelios serán más comprensibles si se eliminan las diferencias y las presuntas contradicciones que se hallan en ellos. Estos hombres no entienden que son cuatro relatos distintos, y no cuatro repeticiones más o menos concordantes.

Guiado por el Espíritu de Dios, sin ser confiado al cuidado de su memoria, cada autor inspirado relató en el evangelio que le fue encomendado los discursos, milagros y parábolas que ponían de relieve los caracteres del Señor que Dios quería presentar. De ahí provienen las diferencias que se encuentran en ellos. Para presentar la verdad respecto a Su persona, no era necesario mencionar todo lo que él había dicho y hecho, aunque sí todo era perfecto. Por eso, lo que era útil a uno, no siempre lo era al otro, como lo confirma el siguiente ejemplo. Mateo anuncia el nacimiento del Mesías, el rey de los judíos. Por lo tanto son unos magos, gente de una corte real, quienes vienen a tributarle el homenaje debido a un rey. Le traen presentes: oro, incienso y mirra. Todo esto está en conformidad con el carácter de rey. Marcos, que presenta el ministerio del Siervo, no habla de su nacimiento. No es necesario que se conozca el nacimiento o la genealogía de un siervo. Solo se espera que cumpla con su servicio. Lucas, al contrario, se detiene en muchos detalles relacionados con el nacimiento del Hijo del Hombre, la simiente de la mujer, quien llega a este mundo en la más profunda humildad. Yace en un pesebre y es adorado por humildes pastores. Los ángeles que celebran su nacimiento exclaman: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:14). Todo eso, con algunos otros detalles, está en perfecto acuerdo con el carácter de Hijo del Hombre. ¿Podría hallarse en el evangelio de Juan una genealogía o un nacimiento ya que su objeto es el Hijo de Dios? ¡En absoluto! “En el principio” de las cosas creadas “era el Verbo… y el Verbo era Dios” (Juan 1:1). Y cuando se trata de su presencia en medio de los hombres, la Palabra de Dios dice: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre)” (Juan 1:14). Ya se ve que ni un solo detalle de cada uno de estos relatos puede ser reemplazado por los de otro. Si se hiciera de ellos un solo relato, no se podría distinguir nada más. Esta norma sigue, desde el comienzo hasta el final de los cuatro evangelios.

  • 1N. del Ed. (Nota del editor): Sus obras se conocen como «Armonías de los evangelios».