Capitulo 25
Festo y los judíos
Al cabo de dos años, Félix tuvo por sucesor a Porcio Festo. Tres días después de su llegada, el nuevo gobernador subió a Jerusalén (v. 1). Los principales de los judíos aprovecharon su presencia para pedirle como una gracia, que hiciera subir allí a Pablo, para cumplir su anhelado propósito (v. 2-3; cap. 23:12-15). Festo no encontró ninguna razón para satisfacer su deseo. Respondió, pues, que Pablo sería guardado en Cesarea, a donde él mismo iba a ir pronto (v. 4). “Los que de vosotros puedan, dijo, desciendan conmigo, y si hay algún crimen en este hombre, acúsenle” (v. 5).
Una semana más tarde, Festo abandonó Jerusalén y llegó a Cesarea. Al día siguiente, “se sentó en el tribunal, y mandó que fuese traído Pablo” (v. 6). Los judíos que se habían apresurado a seguir el consejo de Festo dirigieron contra Pablo numerosas y graves acusaciones que no podían probar, mientras él se defendía diciendo: “Ni contra la ley de los judíos, ni contra el templo, ni contra César he pecado en nada” (v. 7-8).
Festo, quien poco se preocupaba por lo que era justo con respecto a un prisionero judío, procuró, igual que su predecesor, ganar el favor de los judíos, y propuso a Pablo ir a Jerusalén para ser juzgado allí por estas cosas ante él (v. 9). Si sabía que los judíos querían matarle en el camino, esta propuesta era una iniquidad. Pablo respondió: “Ante el tribunal de César estoy, donde debo ser juzgado. A los judíos no les he hecho ningún agravio, como tú sabes muy bien. Porque si algún agravio, o cosa alguna digna de muerte he hecho, no rehúso morir; pero si nada hay de las cosas de que estos me acusan, nadie puede entregarme a ellos. A César apelo” (v. 10-11). Tenía una conciencia recta ante Dios y ante todos. Por eso sus palabras inspiraban una firmeza y una persuasión propias para impresionar a sus oyentes, o para convencerlos, si su conciencia hubiese sido capaz de ser alcanzada. Pero pisoteada por su odio contra el Señor y su siervo, estaba demasiado endurecida. No teniendo nada que esperar por parte de los judíos, como tampoco de Festo, Pablo apeló a César.
Podemos comprender la decisión de Pablo, pero el Señor también hubiese podido intervenir para liberarlo y mandarlo a Roma, como se lo había dicho. Sin embargo, aquel que está por encima de todo dirigía las circunstancias para cumplir su voluntad. Pablo tenía que ir a Roma, y lo haría siendo libre o prisionero. Lo que el Señor quería hacer por su medio, lo haría. Durante su detención en Roma, el Señor permitió que escribiera las epístolas a los Efesios, a los Colosenses, a los Filipenses, a Filemón y a los Hebreos. La segunda epístola a Timoteo tiene fecha de su segunda reclusión. A la vista humana, la predicación del Evangelio parecía gravemente comprometida. Pero, desde su prisión, Pablo escribía a los filipenses:
Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han sucedido, han redundado más bien para el progreso del evangelio
(Filipenses 1:12).
Dios hace trabajar todo para su gloria y para el bien de los suyos.
Festo informa a Agripa
Algunos días después de la sesión en que Pablo apeló a César, Agripa y Berenice vinieron a Cesarea para saludar a Festo (v. 13). Este expuso al rey la causa de Pablo, diciéndole que Félix había dejado a cierto prisionero respecto del cual, cuando él estuvo en Jerusalén, los principales de los judíos le habían solicitado una sentencia en su contra (v. 14-15). Pero él había contestado que los romanos no acostumbraban condenar a alguien antes de que el acusado hubiera tenido la oportunidad de defenderse delante de sus acusadores (v. 16). En seguida, después de su regreso, los judíos vinieron e hicieron comparecer a Pablo ante su tribunal (v. 17). Pero, “estando presentes los acusadores, ningún cargo presentaron de los que yo sospechaba, sino que tenían contra él ciertas cuestiones acerca de su religión, y de un cierto Jesús, ya muerto, el que Pablo afirmaba estar vivo” (v. 18-19). Festo reconocía que no tenía que vérselas con un hombre malo, pero no se sentía capaz de juzgar su caso. Se trataba del culto de los judíos, el cual no le interesaba en absoluto, y menos aún ese hombre muerto que Pablo afirmaba estar vivo. Pero era respecto a ese hombre que se suscitaba la mayor dificultad, porque si tenían contra Pablo cuestiones tocantes a su culto religioso, es que este culto según la ley, al cual tanto se aferraban, había sido reemplazado por el que Dios deseaba, así como el Señor lo dijo a la samaritana:
Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren
(Juan 4:23).
Este culto, rendido a Dios, conocido ahora como Padre, reemplazaba al de Jehová, el Dios de Israel, al cual el adorador no podía acercarse libremente. En virtud de la obra de Cristo en la cruz, el adorador, purificado de todos sus pecados, es hecho apto para disfrutar de la presencia de Dios su Padre. Tanto el gentil como el judío pueden acercarse a él sin temor, por la fe en el Cristo rechazado, al cual los judíos siguen despreciando.
Festo no podía comprender nada acerca de las dificultades relativas a un culto semejante, como tampoco en cuanto a la importancia que había en afirmar que Jesús estaba vivo, hecho maravilloso sobre el cual descansan todas las bendiciones del cristianismo y aquellas en las cuales los judíos tendrán parte como pueblo terrenal, cuando la Iglesia sea arrebatada y ellos hayan reconocido su grave pecado de haber dado muerte al Señor. Los judíos se oponían fuertemente a la verdad de la resurrección de Jesús porque ella probaba su condenación, ya que Dios resucitó a aquel que ellos habían odiado y matado. En Hechos capítulo 5, versículo 28, dicen a los apóstoles: “Queréis echar sobre nosotros la sangre de ese hombre”. En Mateo 27:64 vemos que los jefes del pueblo temían mucho la resurrección de Jesús y sus consecuencias. No solamente sellaron el sepulcro, sino que, cuando se hizo evidente que Cristo había resucitado, pagaron a los soldados que habían comprobado esta resurrección para que dijesen que sus discípulos habían robado su cuerpo durante la noche. “Este dicho se ha divulgado entre los judíos hasta el día de hoy” (Mateo 28:11-15). Así es que este pueblo lleva los dos grandes caracteres de Satanás: el asesinato y la mentira.
Al oír el relato de Festo, Agripa le dijo: “Yo también quisiera oír a ese hombre. Y él le dijo: Mañana le oírás” (Hechos 25:22). Agripa era hijo del rey Herodes, herido por un ángel cuando arengaba al pueblo en Cesarea, porque había aceptado el homenaje que se debía solo a Dios (cap. 12:23). Aunque de origen idumeo1 , había, según parece, abrazado superficialmente el judaísmo, como sus predecesores, y comprendía mejor que Festo lo que Pablo decía.
- 1N. del Ed.: Idumea: país de los edomitas al suroeste del mar Muerto.
Festo presenta a Pablo a Agripa
“Al otro día, viniendo Agripa y Berenice con mucha pompa, y entrando en la audiencia con los tribunos y principales hombres de la ciudad, por mandato de Festo fue traído Pablo” (v. 23). Allí fue introducido ante la asamblea de los grandes de este mundo para rendir el testimonio del cual el Señor había hablado a Ananías (cap. 9:15). Para Dios, en ese lugar Pablo era el más grande, el más ilustre de todos, como el embajador de Aquel que un día aparecerá al mundo como Rey de reyes y Señor de señores, para destruir a sus enemigos y establecer su reino de justicia y de paz. Pero a causa del triste estado en el cual se halla el mundo como consecuencia del rechazo de este Rey, su gran enviado aparece bajo la forma de un prisionero. Sin embargo, a pesar de eso, y consciente de la dignidad de su posición, desea que Agripa y todo su auditorio sean semejantes a él, “excepto estas cadenas” (cap. 26:29). Hijo de Dios y coheredero con Cristo (Romanos 8:17), el cristiano siempre debe darse cuenta de la alta posición en que la gracia le ha puesto. Reinará un día con Cristo en la tierra y estará eternamente con él en la gloria. Hasta hoy no tiene ningún derecho que hacer valer en la tierra, porque su Señor está en el cielo, rechazado por este mundo. La conciencia de su posición elevada lo hace humilde. La posee por gracia, y así llevará los caracteres del Señor quien, habiendo tenido siempre conciencia de su grandeza, ya que es Dios, fue el Hombre perfectamente humilde de corazón, accesible a todos, manifestando siempre la gracia y el amor.
Festo presentó a Pablo ante la ilustre compañía como el acusado cuya muerte querían los judíos (Hechos 25:24), pero en quien él no había encontrado nada que la mereciese. Y, como Pablo mismo había apelado a César Augusto, Festo tenía que enviarlo al emperador (v. 25). Pero, al no tener nada concreto que escribir a su respecto, lo trajo ante todos, y muy particularmente delante de Agripa, para que, interrogado por este, pudiese informar sobre él (v. 26-27). Esta comparecencia, como también la que sufrió en Roma, manifestó que Pablo no era culpable: “Mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en todo el pretorio, y a todos los demás” (Filipenses 1:13). Era prisionero para el Señor y no por haber cometido crímenes.