Estudio sobre el libro del Levítico

Levítico 25

Canaán conservado para la casa de israel

“Cuando hayáis entrado en la tierra…”

Hay una íntima relación moral entre este capítulo y el anterior. En el capítulo 24 aprendemos que Israel es conservado para morar en el país de Canaán; en el 25 vemos que el país de Canaán está conservado para morada de Israel. Al reunir los dos, encontramos una verdad que absolutamente nadie puede destruir: “todo Israel será salvo” (Romanos 11:26), y “la tierra no se venderá a perpetuidad” (v. 23). La primera de estas declaraciones enuncia un principio que ha resistido como una roca en medio de un océano de interpretaciones diversas, mientras que la segunda declara un hecho que muchas naciones han intentado ignorar, pero en vano.

Este capítulo empieza de manera muy especial:

Jehová habló a Moisés en el monte de Sinaí
(v. 1).

La mayor parte de las comunicaciones contenidas en el libro del Levítico se caracterizan por el hecho de que emanan del “tabernáculo de reunión”. Esto se explica fácilmente. Estas comunicaciones se relacionaban sobre todo con el servicio, la comunión y el culto de los sacerdotes o con el estado moral del pueblo; por esta razón se hacían naturalmente en el “tabernáculo de reunión”, el centro de todo lo que pertenecía, de algún modo, al servicio sacerdotal. Pero, la comunicación que encontramos en este capítulo se hace desde un lugar muy diferente. “Jehová habló a Moisés en el monte de Sinaí”. Sabemos que en la Escritura cada expresión tiene un sentido especial y propio; por tanto, tenemos motivo para esperar del “monte de Sinaí” un género de comunicación diferente del que nos llega desde “el tabernáculo de reunión”. Y, en efecto, este capítulo trata de los derechos de Jehová como Señor de toda la tierra. Ya no es cuestión del culto y la comunión de una casa sacerdotal o el reglamento interno de la nación, sino de los derechos de Dios en su gobierno; el derecho a dar a determinado pueblo cierta porción de la tierra, la cual deban ocupar como vasallos. En síntesis, no es Jehová en el “tabernáculo”, lugar de culto, sino Jehová “en el monte de Sinaí”, trono de gobierno.

El año de reposo

“Jehová habló a Moisés en el monte de Sinaí, diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando hayáis entrado en la tierra que yo os doy, la tierra guardará reposo para Jehová. Seis años sembrarás tu tierra, y seis años podarás tu viña y recogerás sus frutos. Pero el séptimo año la tierra tendrá descanso, reposo para Jehová; no sembrarás tu tierra, ni podarás tu viña. Lo que de suyo naciere en tu tierra segada, no lo segarás, y las uvas de tu viñedo no vendimiarás; año de reposo será para la tierra. Mas el descanso de la tierra te dará para comer a ti, a tu siervo, a tu sierva, a tu criado, y a tu extranjero que morare contigo; y a tu animal, y a la bestia que hubiere en tu tierra, será todo el fruto de ella para comer” (v. 1-7).

Aquí tenemos, pues, el rasgo característico de la tierra de Jehová. Él quería que ella gozase de un año de reposo, y este año debía ser una prueba de la abundancia con que bendeciría a los que la ocupaban. ¡Dichosos y privilegiados vasallos! ¡Qué honor depender directamente de Jehová! ¡Libres de tributo, sin ningún impuesto ni tasa!

Bienaventurado el pueblo que tiene esto; bienaventurado el pueblo cuyo Dios es Jehová
(Salmo 144:15).

Sabemos que los israelitas incurrieron en falta al no tomar entera posesión de este rico país que Jehová les daba. Él se lo había dado por entero; se lo había dado para siempre. Ellos no tomaron más que una parte, y esto por algún tiempo. De todos modos, allí está la propiedad, aunque quienes la poseían hayan sido arrojados de ella por el momento. “La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo” (v. 23). ¿Qué quiere decir esto si no que Canaán pertenece especialmente a Jehová, y que él quiere que Israel lo ocupe para él? Es verdad que “del Señor es la tierra y su plenitud” (1 Corintios 10:26), pero no se trata de esto. Ha placido a Dios, en sus insondables designios, tomar posesión del país de Canaán de una forma especial, y someterlo a un tratamiento particular, separarlo de los demás países llamándolo suyo, y distinguirlo con juicios, ordenanzas y fiestas solemnes periódicas. ¿Dónde leemos que haya en la superficie terrestre otro país que goce de un año de reposo continuo, de un año de la más rica abundancia? Quizás uno pregunte: «¿Cómo pueden ocurrir estas cosas?» Pero la fe recibe una respuesta satisfactoria de la misma boca de Jehová: “Y si dijereis: ¿Qué comeremos el séptimo año? He aquí no hemos de sembrar, ni hemos de recoger nuestros frutos; entonces yo os enviaré mi bendición el sexto año, y ella hará que haya fruto por tres años. Y sembraréis el año octavo, y comeréis del fruto añejo; hasta el año noveno, hasta que venga su fruto, comeréis del añejo” (v. 20-22). El hombre natural preguntará: «¿Qué comeremos si no podemos sembrar?» La respuesta de Dios era: “Yo os enviaré mi bendición” (v. 21). La “bendición” de Dios vale mil veces más que las “siembras” del hombre (Proverbios 10:22). No quería dejarles padecer hambre en Su año de descanso. Debían alimentarse de los frutos de su bendición mientras celebraban Su año de reposo, año que representa el sábado eterno, el séptimo día: “Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios” (Hebreos 4:9).

El año de jubileo

“Y contarás siete semanas de años, siete veces siete años, de modo que los días de las siete semanas de años vendrán a serte cuarenta y nueve años. Entonces harás tocar fuertemente la trompeta en el mes séptimo a los diez días del mes; el día de la expiación haréis tocar la trompeta por toda vuestra tierra” (v. 8-9). Es interesante observar de cuántas maneras estaba prefigurado en la economía judaica el reposo milenario (el Milenio). Cada séptimo día era un día de reposo; cada séptimo año era un año de reposo, y al cabo de siete veces siete años había un jubileo. Cada una de estas solemnidades típicas y todas juntas presentaban a la mirada de la fe la bendita perspectiva de un tiempo en el cual el trabajo y la pena cesarían, cuando el “sudor de tu rostro” (Génesis 3:19) no sería necesario para satisfacer el hambre. Una tierra milenaria, enriquecida por las abundantes lluvias de la gracia divina y fertilizada con los rayos del sol de justicia, vertería su abundancia en los graneros y lagares del pueblo de Dios. ¡Dichoso tiempo! ¡Pueblo feliz! Estas cosas no son cuadros pintados por la fantasía, sino verdades reales de la revelación divina. El creyente ya puede gozar de ellas por la fe, la que es

La certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve
(Hebreos 11:1).

Entre todas las solemnidades judaicas, el jubileo parece haber sido la más conmovedora y la que más causó alegría a los corazones. Estaba directamente ligada al gran día de la expiación. Cuando la sangre de la víctima había sido derramada, el son libertador de la trompeta del jubileo se hacía oír en las colinas y los valles del país de Canaán. Este sonido tan deseado tenía por objeto despertar a la nación en lo más íntimo de su ser, conmover el alma hasta lo más profundo y hacer correr un río de alegría divina e inefable a lo largo y ancho del país. “El día de la expiación haréis tocar la trompeta por toda vuestra tierra” (v. 9). No debía quedar ni un rincón sin ser alcanzado por el alegre sonido de la trompeta. El aspecto del jubileo era tan vasto como el aspecto de la expiación en la cual se basaba.

“Y santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores; ese año os será de jubileo, y volveréis cada uno a vuestra posesión, y cada cual volverá a su familia. El año cincuenta os será jubileo; no sembraréis, ni segaréis lo que naciere de suyo en la tierra, ni vendimiaréis sus viñedos, porque es jubileo; santo será a vosotros; el producto de la tierra comeréis. En este año de jubileo volveréis cada uno a vuestra posesión” (v. 10-13). En todas las clases del pueblo y cualesquiera que fuesen sus condiciones, se podía sentir la santa y bienhechora influencia de esta noble institución. El exiliado volvía a su país, el cautivo era liberado, el deudor perdonado, cada familia acogía a los miembros largo tiempo alejados, cada heredad o posesión encontraba su antiguo propietario exiliado. Al son de la trompeta, señal tan deseada, el cautivo era liberado; el esclavo arrojaba lejos de sí sus cadenas; el homicida involuntario volvía a su casa; los pobres y arruinados tomaban posesión de las heredades que habían perdido. Apenas se oía el vibrante sonido de la trompeta, la poderosa ola de bendiciones crecía majestuosamente y hacía resonar sus ondas bienhechoras hasta los lugares más apartados del país favorecido por Jehová.

La tierra de Canaán pertenece a Jehová

“Y cuando vendiereis algo a vuestro prójimo, o comprareis de mano de vuestro prójimo, no engañe ninguno a su hermano. Conforme al número de los años después del jubileo comprarás de tu prójimo; conforme al número de los años de los frutos te venderá él a ti. Cuanto mayor fuere el número de los años, aumentarás el precio, y cuanto menor fuere el número, disminuirás el precio; porque según el número de las cosechas te venderá él. Y no engañe ninguno a su prójimo, sino temed a vuestro Dios; porque yo soy Jehová vuestro Dios” (v. 14-17). El año del jubileo recordaba al comprador y al vendedor que el país pertenecía a Jehová, y no se podía vender. Se podían vender “las cosechas”, pero nada más. Jehová no podía ceder el país a nadie. Es preciso fijarnos bien en este punto, pues nos da la clave de una importante verdad. Si el país de Canaán no debe ser vendido, si Jehová declara que le pertenece para siempre, ¿para quién lo desea? ¿Quiénes serán sus poseedores? Aquellos a quienes lo dio por pacto eterno, para poseerlo mientras dure la luna, de generación en generación.

A juicio de Dios, no hay en toda la tierra lugar semejante al país de Canaán. Allí estableció Jehová su trono y su santuario; allí oficiaban sus sacerdotes continuamente ante él, allí se hizo oír la voz de sus profetas anunciando la ruina actual, la restauración y la gloria futuras. Allí mismo comenzó, continuó y terminó Juan el Bautista su carrera de precursor del Mesías. En Canaán nació de mujer el Salvador; allí fue bautizado, predicó, enseñó, trabajó y murió; desde allí subió triunfante a la diestra de Dios; allí descendió el Espíritu Santo con poder en Pentecostés. Desde ese país se extendió el Evangelio hasta los extremos de la tierra; allí descenderá muy pronto el Señor de gloria y pondrá sus pies en “el monte de los Olivos” (Zacarías 14:4); allí será restablecido su trono y restaurado su culto. En una palabra, sus miradas y su corazón están siempre allí; Jerusalén es preciosa para él; es el centro de sus pensamientos y de sus actividades en cuanto a esta tierra, y es su propósito hacerla una joya de excelencia eterna, la alegría de muchas generaciones.

Es, pues, sumamente importante comprender bien estas verdades concernientes al país de Canaán. Jehová ha dicho de él: “La tierra mía es” (v. 23). ¿Quién se la quitará? ¿Dónde está el rey o el emperador, dónde el poder humano o diabólico que pueda arrancar esa “tierra gloriosa” (Daniel 11:41) del poderoso brazo de Jehová? Es verdad que ha sido motivo de debates, manzana de la discordia para todas las naciones. Ha sido, y será aún teatro y centro de guerras crueles y encarnizadas. Pero, por encima del estruendo de las batallas y de las querellas de las naciones, el oído de la fe percibe con claridad y potestad divinas estas palabras: “La tierra mía es”. Jehová no puede renunciar a este país ni a esas “doce tribus” mediante las cuales debe heredarlo para siempre. Reflexionemos en ello y guardémonos de toda indiferencia y vaga interpretación al respecto. Dios no ha rechazado a su pueblo ni ha renunciado al país que juró darle en posesión perpetua.

Las “doce tortas” del capítulo 24 testifican la verdad de este primer aserto; “el jubileo” del capítulo 25 da testimonio de la verdad del otro. El memorial de las “doce tribus de Israel” está siempre delante del Señor, y se acerca rápidamente la hora en que la trompeta del jubileo resuene en las montañas de Palestina. Entonces, el cautivo arrojará lejos de sí las cadenas ignominiosas que habrá llevado durante siglos. El exiliado volverá a este feliz país del cual ha estado alejado tanto tiempo1 . Toda deuda será anulada, toda carga quitada y toda lágrima enjugada. “Porque así dice Jehová: He aquí que yo extiendo sobre ella (Jerusalén) paz como un río, y la gloria de las naciones como torrente que se desborda; y mamaréis, y en los brazos seréis traídos, y sobre las rodillas seréis mimados. Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén tomaréis consuelo. Y veréis, y se alegrará vuestro corazón, y vuestros huesos reverdecerán como la hierba; y la mano de Jehová para con sus siervos será conocida, y se enojará contra sus enemigos. Porque he aquí que Jehová vendrá con fuego, y sus carros como torbellino, para descargar su ira con furor, y su reprensión con llama de fuego. Porque Jehová juzgará con fuego y con su espada a todo hombre; y los muertos de Jehová serán multiplicados... Porque yo conozco sus obras y sus pensamientos; tiempo vendrá para juntar a todas las naciones y lenguas; y vendrán, y verán mi gloria. Y pondré entre ellos señal, y enviaré de los escapados de ellos a las naciones, a Tarsis, a Fut y Lud que disparan arco, a Tubal y a Javán, a las costas lejanas que no oyeron de mí, ni vieron mi gloria; y publicarán mi gloria entre las naciones. Y traerán a todos vuestros hermanos de entre todas las naciones, por ofrenda a Jehová, en caballos, en carros, en literas, en mulos y en camellos, a mi santo monte de Jerusalén, dice Jehová, al modo que los hijos de Israel traen la ofrenda en utensilios limpios a la casa de Jehová. Y tomaré también de ellos para sacerdotes y levitas, dice Jehová. Porque como los cielos nuevos y la nueva tierra que yo hago permanecerán delante de mí, dice Jehová, así permanecerá vuestra descendencia y vuestro nombre. Y de mes en mes, y de día de reposo en día de reposo, vendrán todos a adorar delante de mí, dijo Jehová” (Isaías 66:12-23).

Consideremos por un momento el efecto práctico del jubileo, su influencia en las transacciones de hombre a hombre. “Y cuando vendiereis algo a vuestro prójimo, o comprareis de mano de vuestro prójimo, no engañe ninguno a su hermano. Conforme al número de los años después del jubileo comprarás de tu prójimo; conforme al número de los años de los frutos te venderá él a ti” (v. 14-15). La escala de los precios debía ajustarse según el jubileo. Si este glorioso acontecimiento estaba cerca, el precio era bajo, y si estaba lejos, era elevado. Todos los contratos humanos referentes a las tierras eran anulados cuando sonaba la trompeta del jubileo, porque la tierra era de Jehová y el jubileo lo volvía todo a su condición primera.

Esto nos enseña una hermosa lección. Si nuestros corazones conservan la esperanza constante de la venida del Señor, estimaremos a poco precio todas las cosas terrenales. Es moralmente imposible que estemos esperando al Hijo que viene del cielo, sin sentirnos desligados de las cosas de este mundo.

Vuestra gentileza (amabilidad) sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca
(Filipenses 4:5).

Se puede sostener «la doctrina del milenio», como se la llama, o la doctrina «de la segunda venida» y seguir siendo un hombre del mundo; pero quien vive esperando la aparición de Cristo, debe alejarse de lo que será juzgado y destruido cuando él venga. No se trata aquí de la brevedad e incertidumbre de la vida humana, tan ciertas, ni del carácter pasajero y poco satisfactorio de las cosas terrenales. Es algo mucho más poderoso y de mayor influencia que todo esto: “El Señor está cerca”. ¡Ojalá nuestros corazones sean conmovidos y nuestra conducta influida por esta preciosa y purificadora verdad!


  • 1N. del E.: Recordamos que este libro fue escrito en los años 1860-1865. Entonces, los judíos todavía no habían vuelto en masa a su tierra. Pero, antes que pueda resonar la trompeta del jubileo, este pueblo tiene que pasar por el tiempo de aflicción y juicio de sí mismo como lo prefigura la fiesta del día de la expiación (23:27-32; Zacarías 12:10-14; etc).