Estudio sobre el libro del Levítico

Levítico 23

Las siete fiestas de jehová

Hemos llegado a uno de los capítulos más profundos y sustanciales del libro, el cual requiere ser estudiado con atención y recogimiento. Contiene la descripción de las siete grandes fiestas o solemnidades periódicas que dividían el año en Israel y nos ofrece un cuadro perfecto de las dispensaciones (maneras de obrar) de Dios hacia Israel durante el tiempo de su tan accidentada historia.

Tomando las fiestas por separado, tenemos:

–el sábado (día de reposo)
–la Pascua
–la fiesta de los panes sin levadura
–la fiesta de las primicias
–Pentecostés
–la fiesta de las trompetas
–el día de la expiación
–la fiesta de los tabernáculos

Entre todas son ocho, pero se ve claramente que el sábado ocupa un lugar único e independiente. Se menciona en primer lugar y después que están explicados su carácter particular y las circunstancias que lo acompañan; luego leemos: “Éstas son las fiestas solemnes de Jehová, las convocaciones santas, a las cuales convocaréis en sus tiempos” (v. 4). De forma que, hablando con propiedad, la primera gran festividad de Israel era la Pascua, y la séptima, la fiesta de los tabernáculos. Si consideramos estas dos fiestas en su carácter típico, tenemos primeramente la redención y, finalmente, la gloria milenaria. El cordero pascual figuraba la muerte de Cristo (1 Corintios 5:7), y la fiesta de los tabernáculos representaba

Los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo
(Hechos 3:21).

Aquella era la fiesta que abría el año judaico y esta la que lo cerraba. La expiación es la base, la gloria es la cúspide del edificio; entre estos dos puntos, encontramos prefigurada la resurrección de Cristo (v. 10-14); la reunión de la Iglesia (v. 15-21); el despertar de los israelitas con el sentimiento de su gloria perdida (v. 24-25); su arrepentimiento y aceptación del Mesías (v. 27-32). Y para que ningún trazo falte en esta gran representación típica, encontramos aún un medio para que los gentiles puedan entrar al fin de la cosecha y espigar en los campos de Israel (v. 22). Todo esto hace sublime y perfecto este cuadro, y despierta una profunda admiración en el corazón de quienes aman las Escrituras. ¿Puede haber algo más completo? La sangre del Cordero y la santidad práctica relacionada con ella; la resurrección de Cristo y su ascensión a los cielos; la venida del Espíritu Santo con poder, en Pentecostés, para formar la Iglesia; el despertar del remanente, su arrepentimiento y restauración; la bendición del “pobre y del extranjero”; la manifestación de la gloria; el descanso y la felicidad del reino. Tales son las cosas contenidas en este maravilloso capítulo, del cual haremos un detenido estudio. ¡Sea el Espíritu Santo nuestro Maestro!

El sábado (o día de reposo)

“Habló Jehová a Moisés, diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: Las fiestas solemnes de Jehová, las cuales proclamaréis como santas convocaciones, serán éstas: Seis días se trabajará, mas el séptimo día será de reposo, santa convocación; ningún trabajo haréis; día de reposo es de Jehová en dondequiera que habitéis” (v. 1-3). Conviene observar el lugar señalado aquí a la festividad del día de reposo (sábado). Jehová iba a dar una figura de todas sus dispensaciones en gracia hacia su pueblo; pero, antes de empezar, presentó el día de reposo como la expresión significativa del descanso que todavía queda para el pueblo de Dios. Era una solemnidad real que debía ser observada por Israel, pero era también una imagen de lo que está por venir, cuando todas las obras grandes y gloriosas prefiguradas en este capítulo hayan sido cumplidas. Es el descanso de Dios, en el cual pueden entrar ahora, en espíritu, todos los que creen, aunque no haya llegado todavía su verdadero cumplimiento (Hebreos 4). Ahora trabajamos, y pronto descansaremos. En un sentido, el creyente entra en el reposo; en otro sentido, trabaja para entrar en él. Ha hallado su reposo en Cristo; sin embargo, trabaja para entrar en su reposo en la gloria. Ha encontrado un completo reposo para su alma en lo que Cristo ha hecho por él, y su mirada se fija en ese día de reposo eterno en el cual entrará, cuando todos sus trabajos y combates en el desierto hayan pasado. No podría descansar en medio de un mundo de pecado y miserias. Descansa en Cristo, el Hijo de Dios, quien tomó forma de siervo. Reposando así, es llamado a trabajar como obrero de Dios, con la completa seguridad de que –cuando su labor termine– gozará de un reposo perfecto y eterno en las moradas de Dios. Puesto que estamos seguros de ese precioso descanso final, ¡trabajemos más fielmente aún! Es verdad que sentimos gozo anticipado del eterno día de reposo y ello nos hace desear con más ardor la bendita realidad: el reposo que nunca será interrumpido, la “santa convocación” que no se disolverá jamás.

El hecho de que el sábado ocupa un lugar aparte e independiente se ve con claridad desde las primeras palabras del versículo 4, donde Jehová empieza de nuevo con la expresión: “Éstas son las fiestas solemnes de Jehová”. Es como si dejara el día de reposo aparte de las siete fiestas que siguen, aunque también es una imagen de aquel reposo en el cual estas fiestas introducen al alma.

a) La Pascua

“Éstas son las fiestas solemnes de Jehová, las convocaciones santas, a las cuales convocaréis en sus tiempos: en el mes primero, a los catorce del mes, entre las dos tardes, pascua es de Jehová” (v. 4-5). Tenemos, pues, aquí la primera de las siete solemnidades periódicas: el sacrificio del cordero pascual cuya sangre había librado a Israel de la espada del ángel destructor, en la noche terrible en que murieron los primogénitos de los egipcios. Es el conocido tipo de la muerte de Cristo; por eso ocupa el primer lugar entre estas fiestas. Es la base de todo, porque no podemos conocer reposo, santidad ni comunión sino en virtud de la muerte de Cristo. Es muy interesante observar que cuando se nos habla del reposo de Dios, inmediatamente después se nos presenta la sangre del Cordero pascual, como para decir: «Allí está el reposo, pero este es vuestro derecho al reposo». Sin duda que el trabajo nos hará capaces de gozar del reposo, pero es la sangre la que nos da derecho a gozar de él1 .


  • 1En el capítulo 12 del libro «Estudio sobre el libro del Éxodo», del mismo autor, encontrará numerosas enseñanzas acerca de la Pascua y de la fiesta de los panes sin levadura.

b) La fiesta de los panes sin levadura

“Y a los quince días de este mes es la fiesta solemne de los panes sin levadura a Jehová; siete días comeréis panes sin levadura. El primer día tendréis santa convocación; ningún trabajo de siervos haréis. Y ofreceréis a Jehová siete días ofrenda encendida; el séptimo día será santa convocación; ningún trabajo de siervo haréis” (v. 6-8). El pueblo es convocado alrededor de Jehová, en la santidad práctica basada en una redención cumplida y, mientras están reunidos, el buen olor del sacrificio sube desde el altar de Israel hasta el trono de su Dios. ¡Qué bella representación de la santidad que Dios busca en la vida de sus rescatados! Se basa en el sacrificio y sube íntimamente ligada al suave olor de la Persona de Cristo. “Ningún trabajo de siervos haréis. Y ofreceréis a Jehová siete días ofrenda encendida”. ¡Qué contraste! ¡La obra servil hecha por la mano del hombre, y el buen olor del sacrificio de Cristo! La santidad práctica del pueblo de Dios no es un trabajo de siervos. Es la viva manifestación de Cristo en los creyentes mediante el poder del Espíritu Santo. “Para mí el vivir es Cristo” (Filipenses 1:21). Por cuanto Cristo es nuestra vida, toda manifestación de esta vida está, a juicio de Dios, impregnada de la fragancia de Cristo. Esto puede parecer poca cosa a juicio del hombre; pero, en tanto que nuestra vida es un reflejo de Cristo, ella es infinitamente preciosa a los ojos de Dios. Sube hasta él y no puede ser olvidada. En la vida del creyente se producen los

Frutos de justicia que son por medio de Jesucristo
(Filipenses 1:11),

y ningún poder humano o diabólico puede impedir que suban como buen olor hasta el trono de Dios.

Es necesario observar bien el contraste entre el “trabajo de siervo” y la manifestación de la vida de Cristo. El tipo es admirable. Cesaba toda obra manual en la congregación, pero el buen olor del holocausto subía hacia Dios. Éstos eran los dos grandes rasgos característicos de la fiesta de los panes sin levadura. El hombre dejaba de trabajar y el perfume del sacrificio subía como tipo de la vida de santidad práctica del creyente. ¡Qué respuesta más convincente hay aquí para el legalista, por un lado, y para el antinómiano1 , por otro! El primero queda reducido al silencio por las palabras: “Ningún trabajo de siervos”, y el segundo por la expresión: “Y ofreceréis a Jehová siete días ofrenda encendida” (v. 8). Las obras más perfectas del hombre son serviles, mas el menor racimo de los “frutos de justicia” es para la gloria y honra de Dios. El creyente no debe obrar servilmente según los elementos odiosos y degradantes del legalismo. En él solo debe hallarse la presentación continua de la vida de Cristo, desarrollada y manifestada por el poder del Espíritu Santo. Durante los “siete días” de la segunda fiesta de Israel, no debía haber nada de levadura; en cambio, el buen olor de la “ofrenda encendida” debía presentarse a Jehová. ¡Ojalá comprendamos por completo la enseñanza práctica de este tipo tan instructivo!

 


  • 1N. del E.: Antinomia: contradicción entre dos principios racionales.

c) La fiesta de las primicias

“Y habló Jehová a Moisés, diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando hayáis entrado en la tierra que yo os doy, y seguéis su mies, traeréis al sacerdote una gavilla por primicia de los primeros frutos de vuestra siega. Y el sacerdote mecerá la gavilla delante de Jehová, para que seáis aceptos; el día siguiente del día de reposo la mecerá. Y el día que ofrezcáis la gavilla, ofreceréis un cordero de un año, sin defecto, en holocausto a Jehová. Su ofrenda será dos décimas de efa de flor de harina amasada con aceite, ofrenda encendida a Jehová en olor gratísimo; y su libación será de vino, la cuarta parte de un hin. No comeréis pan, ni grano tostado, ni espiga fresca, hasta este mismo día, hasta que hayáis ofrecido la ofrenda de vuestro Dios; estatuto perpetuo es por vuestras edades en dondequiera que habitéis” (v. 9-14).

Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho
(1 Corintios 15:20).

La hermosa ordenanza de la presentación de la gavilla de los primeros frutos representaba la resurrección de Cristo, quien, en “la víspera del día de reposo” (Marcos 15:42), al “amanecer del primer día de la semana” (Mateo 28:1), salió triunfante de la tumba después de haber cumplido la gloriosa obra de la redención. Su resurrección fue una “resurrección de entre los muertos” (Hechos 4:2), y en ella tenemos las arras y el tipo de la resurrección de su pueblo. “Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida” (1 Corintios 15:23). Cuando Cristo aparezca, su pueblo, es decir, aquellos que duermen en Jesús, resucitarán “de entre los muertos” (ek nekrôn). “Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años” (Apocalipsis 20:5). Cuando, inmediatamente después de su transfiguración, nuestro Señor habló de su “resurrección de entre los muertos”, los discípulos se preguntaron qué significaba eso (véase Marcos 9). Todo judío ortodoxo creía en la doctrina de la “resurrección de los muertos” (anastasis nekrôn). Pero el concepto de una “resurrección de entre los muertos” (anastasis ek nekrôn) no podía ser comprendido por los discípulos. No hay duda de que desde entonces muchos creyentes han experimentado grandes dificultades con respecto a un misterio tan profundo.

Si comparamos 1 Corintios 15 con 1 Tesalonicenses 4:13-18, encontraremos preciosas instrucciones sobre esta verdad. Podemos leer también Romanos 8:11: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos (ek nekrôn) a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros”. Se verá, por medio de estos pasajes, que la resurrección de los creyentes tendrá lugar según los mismos principios que la resurrección de Cristo. La Escritura declara que, sea la cabeza, sea el cuerpo, son resucitados “de entre los muertos”; la primera gavilla y todas las gavillas que siguen están moralmente unidas.

A la luz de las Escrituras, es evidente que hay una diferencia muy esencial entre la resurrección del creyente y la resurrección del incrédulo. Uno y otro resucitarán, pero en Apocalipsis 20:5 se demuestra que transcurrirá un período de por lo menos mil años entre estos dos acontecimientos, de manera que difieren tanto en principio como en tiempo. Algunos encuentran dificultad al estudiar este punto por cuanto el Señor, en Juan 5:28, habla de la “hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz”. «¿Cómo –se pregunta– puede haber un intervalo de mil años entre las dos resurrecciones, si está dicho que las dos ocurrirán en una hora?» La respuesta es sencilla. En el versículo 25 se habla del despertar de las almas muertas, como teniendo lugar en una “hora”; y esta obra está realizándose desde hace unos dos mil años. Si un período de cerca de dos mil años puede estar representado por la palabra “hora”, ¿qué objeción puede hacerse a la idea de que mil años estén representados de la misma manera? Ninguna, seguramente, sobre todo cuando está declarado que el resto de los muertos no resucitarán hasta que los mil años sean cumplidos.

Además, cuando se menciona una “primera resurrección” (Apocalipsis 20:6) ¿no es evidente que no todos resucitan al mismo tiempo? ¿Por qué hablar de una “primera resurrección” si no hubiera más que una? Tal vez se diga que la primera resurrección tiene relación con el alma; pero ¿dónde hay un solo pasaje en la Escritura que apoye este aserto? Este hecho solemne se verificará cuando el Señor mismo

Con voz de arcángel y con trompeta de Dios
(1 Tesalonicenses 4:16)

descenderá del cielo y los rescatados que duermen en Jesús resucitarán para ir a Su encuentro en la gloria. Los que hayan muerto en sus pecados, quienesquiera que sean desde los días de Caín hasta el fin, permanecerán en sus tumbas durante los mil años de bendiciones milenarias. Al final de este período glorioso, saldrán y comparecerán ante el “gran trono blanco” (Apocalipsis 20:11), para ser “juzgados” cada uno “según sus obras” y luego serán echados al lago de fuego. ¡Terrible pensamiento!

Lector, ¿en qué estado se encuentra su alma? ¿Ha visto con los ojos de la fe la sangre del Cordero pascual, vertida para preservarle de esa hora terrible? ¿Ha visto la gavilla de las primicias recogida en el granero celestial, como señal de que usted también será recogido así algún día? Éstos son asuntos extremadamente serios. No los rechace. Mire si está ahora al abrigo de la sangre de Jesús. Recuerde que no puede espigar en los campos de la redención antes de haber visto la verdadera gavilla mecida ante Dios. “No comeréis pan, ni grano tostado, ni espiga fresca, hasta este mismo día, hasta que hayáis ofrecido la ofrenda de vuestro Dios” (v. 14). No se podía tocar la cosecha hasta que las primicias se hubieran ofrecido, junto con un holocausto y una ofrenda vegetal.

d) La fiesta de Pentecostés

“Y contaréis desde el día que sigue al día de reposo, desde el día en que ofrecisteis la gavilla de la ofrenda mecida; siete semanas cumplidas serán. Hasta el día siguiente del séptimo día de reposo contaréis cincuenta días; entonces ofreceréis el nuevo grano a Jehová. De vuestras habitaciones traeréis dos panes para ofrenda mecida, que serán de dos décimas de efa de flor de harina, cocidos con levadura, como primicias para Jehová” (v. 15-17).

Esta era la fiesta de Pentecostés, imagen del pueblo cristiano reunido por el Espíritu Santo para presentarse ante Dios en virtud de los méritos de Cristo. La Pascua representaba la muerte de Cristo; en las primicias discernimos la resurrección de Cristo y en la fiesta de Pentecostés el descenso del Espíritu Santo para formar la Iglesia. Todo estaba prefigurado de un modo perfecto. La muerte y la resurrección de Cristo eran necesarias para que se pudiese formar la Iglesia. Hasta que no se hubiera ofrecido la gavilla (o puñado) no podían amasarse los panes.

Fijémonos en la expresión “cocidos con levadura”. ¿Por qué debían cocerse así? Porque representaban a los que, aunque estaban llenos del Espíritu Santo y adornados con sus dones y sus gracias, no obstante, tenían el mal en sí mismos. En el día de Pentecostés la Iglesia disfrutaba por completo de los beneficios de la sangre de Cristo, estaba coronada de los dones del Espíritu Santo; pero, pese a eso, había levadura en ella. La potestad del Espíritu Santo no podía evitar que el mal estuviese entre los hijos de Dios; podían combatirlo u ocultarlo, pero no extinguirlo. Representado por la levadura en los dos panes, este hecho se ha verificado en toda la historia de la Iglesia; pues aunque el Espíritu Santo estuviera presente en la congregación, la carne también estaba, para mentir al Espíritu Santo. La carne es carne, y jamás será otra cosa. El Espíritu Santo no descendió el día de Pentecostés para mejorar la naturaleza humana o para anular en ella el mal, que es incurable, sino para bautizar a los creyentes en un solo cuerpo y unirlos a su Cabeza que está en el cielo.

En el capítulo que trata del “sacrificio de paz”, ya vimos que la levadura estaba permitida con ese sacrificio. Dios sabía que en el adorador todavía existía el mal. Lo mismo vemos en la ordenanza de los dos panes mecidos; debían cocerse “con levadura”, imagen del mal existente. Pero, gracias a Dios quien, habiendo reconocido la existencia del mal, le ha proporcionado remedio. Esto da paz y consolación al alma. Es consolador saber que Dios conoce lo peor que hay en nosotros, y, además, que ha dado el remedio según su conocimiento y no solamente según el nuestro. “Y ofreceréis con el pan siete corderos de un año, sin defecto, un becerro de la vacada, y dos carneros; serán holocausto a Jehová, con su ofrenda y sus libaciones, ofrenda encendida de olor grato para Jehová” (v. 18). Aquí encontramos, en conexión directa con los panes leudados, la ofrenda de un sacrificio sin defecto, el cual representa la gran verdad de que la perfección de Cristo –no nuestra culpabilidad– es la que está siempre ante los ojos de Dios. Nótense especialmente estas palabras: “Y ofreceréis con el pan siete corderos… sin defecto”. ¡Qué verdad más preciosa, aunque revestida del manto de una imagen! Ojalá podamos comprenderla, apropiárnosla, hacer de ella el apoyo de nuestra conciencia, el alimento y refrigerio de nuestro corazón, las delicias de nuestra alma. No nosotros, sino Cristo.

Se objetará, tal vez, que el hecho de que Cristo sea un cordero sin mancha no basta para quitar la culpabilidad de una conciencia manchada; que una ofrenda de olor grato no serviría, por sí sola, de nada a un pecador. A esta posible objeción responde plenamente la misma ordenanza. Es cierto que un holocausto no bastaba cuando estaba presente la “levadura”. Por eso se añade: “Ofreceréis además un macho cabrío por expiación, y dos corderos de un año en sacrificio de ofrenda de paz” (v. 19). “La expiación” era la respuesta a la “levadura” en los dos panes; se aseguraba “la paz”, de manera que se podía gozar de la comunión, y todo se elevaba en unión al “olor grato” del holocausto a Jehová.

De igual manera, el día de Pentecostés la Iglesia fue presentada con todo el valor y la excelencia de Cristo, por el poder del Espíritu Santo. Aunque tenía en sí misma la levadura de la vieja naturaleza, no era tenida en cuenta, porque la divina Ofrenda por el pecado había respondido perfectamente por ella. El poder del Espíritu Santo no quitó la levadura; pero el mal que ella representaba ya estaba expiado por la sangre del Cordero. Es esta una distinción muy importante. La obra del Espíritu en el creyente no quita el mal que mora en este último. Le hace capaz de descubrir, juzgar y dominar el mal; pero ninguna medida de poder espiritual puede anular el hecho de que el mal está en él. No obstante, la conciencia está en una paz perfecta, ya que la sangre de nuestra Ofrenda por el pecado ha resuelto esta cuestión para siempre. Por consiguiente, en lugar de que el mal que existe en nosotros esté ante la mirada de Dios, él lo ha arrojado lejos de su vista para siempre, y somos aceptados según toda la aceptación de Cristo, quien se ofreció a sí mismo como sacrificio de olor agradable a Dios, a fin de glorificarle en todo y ser para siempre el alimento de su pueblo.

Después de Pentecostés transcurre un largo período antes que el pueblo sea llamado a juntarse otra vez. Sin embargo, hallamos la alusión al pobre y al extranjero, bella ordenanza que ya hemos considerado en su aspecto moral. Aquí podemos considerarla desde el punto de vista dispensacional.

Cuando segareis la mies de vuestra tierra, no segaréis hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu siega; para el pobre y para el extranjero la dejarás. Yo Jehová vuestro Dios
(v. 22).

Se dispone que el extranjero pueda espigar en los campos de Israel. Los gentiles pueden participar de la superabundante bondad de Dios. Cuando los graneros y los lagares de Israel estén llenos, quedarán preciosas gavillas y ricos racimos para que los gentiles puedan recogerlos.

Sin embargo, no debemos pensar que en la figura de un extranjero espigando en los campos de Israel estén representadas las bendiciones espirituales de las cuales la Iglesia está dotada en los lugares celestiales en Cristo. Estas bendiciones son tan nuevas para la posteridad de Abraham como para los gentiles. No son los restos de la mies de Canaán, sino las glorias del cielo, las glorias de Cristo. La Iglesia no solo es bendecida por Cristo sino con Cristo y en Cristo. La esposa de Cristo no tendrá que ir a recoger después de la cosecha, como una extranjera, las espigas de los campos o los racimos de las viñas de Israel. No, ella posee mayores bendiciones, gozos más ricos, dignidades más elevadas que lo que Israel jamás ha conocido. No espigará sobre la tierra como una extranjera, sino que gozará de la rica y feliz morada del cielo, al cual pertenece. Esta es esa “cosa mejor” que Dios, en su sabiduría y en su gracia, ha provisto para ella (Hebreos 11:40). Sin duda, será un feliz privilegio para “el extranjero” espigar cuando la recolección de Israel haya terminado. Pero la porción de la Iglesia es incomparablemente más bella; vendrá a ser la esposa del Rey de Israel, quien compartirá su trono, su gozo, sus honores y sus glorias; ella será semejante a él y estará con Él para siempre. La porción de la Iglesia está constituida por las moradas eternas en la mansión del Padre en lo alto, no por los rincones sin espigar de los campos de Israel aquí en la tierra. Tengámoslo siempre presente en el espíritu para poder vivir de una manera digna de tan noble y santo destino.

e) La fiesta de las trompetas (Números 29:1)

“Y habló Jehová a Moisés, diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: En el mes séptimo, al primero del mes tendréis día de reposo, una conmemoración al son de trompetas, y una santa convocación. Ningún trabajo de siervos haréis; y ofreceréis ofrenda encendida a Jehová” (v. 23-25). Las palabras: “Y habló Jehová a Moisés” sirven como introducción a otro asunto, las cuales son de gran utilidad para clasificar los asuntos de este capítulo y del libro en general. Así vemos que el sábado (día de reposo), la pascua, y la fiesta de los panes sin levadura constituyen la primera parte (v. 1-8). La gavilla mecida, los panes con levadura mecidos y la ordenanza sobre los restos de la mies la segunda (v. 9-22); a continuación tenemos un largo intervalo del que nada se dice; luego viene la emocionante fiesta de las trompetas, el primer día del séptimo mes. Esta solemnidad nos conduce hasta el tiempo, que rápidamente se acerca, en el cual el remanente de Israel toque la trompeta para memorial, llamando a recordar su gloria largo tiempo perdida, e incitándose a buscar a Jehová.

f) El día de la expiación

La fiesta de las trompetas está íntimamente ligada a otra gran solemnidad, a saber, “el día de la expiación”. “A los diez días de este mes séptimo será el día de expiación; tendréis santa convocación, y afligiréis vuestras almas, y ofreceréis ofrenda encendida a Jehová. Ningún trabajo haréis en este día; porque es día de expiación, para reconciliaros delante de Jehová vuestro Dios… Día de reposo será a vosotros, y afligiréis vuestras almas, comenzando a los nueve días del mes en la tarde; de tarde a tarde guardaréis vuestro reposo” (v. 27-32). Así, después de la publicación de la conmemoración al son de trompetas, transcurre un intervalo de ocho días; luego tenemos el día de la expiación, al cual se une la aflicción del alma, la expiación del pecado y la cesación del trabajo. Todas estas cosas encontrarán pronto su lugar en la futura historia del remanente judío.

Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos
(Jeremías 8:20).

Tal será la conmovedora lamentación del remanente de Israel cuando el Espíritu de Dios haya comenzado a tocar sus corazones y sus conciencias. “Y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito. En aquel día habrá gran llanto en Jerusalén, como el llanto de Hadadrimón, en el valle de Meguido. Y la tierra lamentará, cada linaje aparte” (Zacarías 12:10-14).

¡Qué profundo duelo, qué inmensa aflicción, qué sincero arrepentimiento habrá bajo la acción poderosa del Espíritu Santo, cuando las conciencias del remanente de Israel recuerden los pecados del pasado, sus descuidos del día de reposo, sus violaciones de la ley, la matanza de los profetas, la crucifixión del Hijo de Dios, su resistencia al Espíritu Santo! Todas estas cosas se dispondrán en orden de batalla ante la conciencia iluminada y despierta y producirán una profunda aflicción en el alma.

Pero la sangre expiatoria responderá por todo. “En aquel tiempo habrá un manantial abierto para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para la purificación del pecado y de la inmundicia” (Zacarías 13:1). Serán capaces de sentir su culpabilidad y afligirse por ella, mas también llegarán a comprender la eficacia de la sangre y a encontrar una paz perfecta, un día de reposo para sus almas.

Cuando Israel haya llegado a este estado, en el último día, ¿qué debemos esperar para ellos? La gloria, seguramente. Cuando la “ceguera” y el “velo” hayan sido quitados, cuando los corazones de los que forman el remanente de Israel se hayan vuelto hacia Jehová, entonces resplandecerán los brillantes rayos del “Sol de justicia” (Malaquías 4:2) con poder de curación, de restablecimiento y de salvación sobre un pueblo afligido y verdaderamente arrepentido. Sería necesario todo un volumen para tratar este asunto detalladamente. Las experiencias, luchas, pruebas, dificultades y bendiciones finales del remanente judío están ampliamente descritas en los salmos y los profetas. Es preciso reconocer la existencia del remanente de Israel para poder estudiar los salmos y los profetas con inteligencia y verdadero provecho. Seguramente podemos aprender mucho de esas porciones del Volumen inspirado, porque “toda la Escritura es inspirada… y útil” (2 Timoteo 3:16), pero la manera más segura de hacer buen uso de cualquier porción de la Palabra de Dios es intentar comprender cuál es su primera aplicación. Porque si aplicamos a la Iglesia –el cuerpo celestial– los pasajes que se refieren al remanente judío –el cuerpo terrenal–, incurriremos en un grave error con respecto a uno y a otro. De hecho, a veces se ignora por completo la existencia de un cuerpo como el remanente judío y se pierde de vista la verdadera posición y la esperanza de la Iglesia. Éstos son graves errores que hemos de evitar cuidadosamente. No se trata de teorías inventadas únicamente para llamar la atención de los curiosos y sin ningún provecho práctico. No habría suposición más falsa. ¿Qué? ¿No tiene importancia real para nosotros saber que gozaremos del reposo en las moradas celestes, y que no pasaremos aquí abajo por los juicios apocalípticos? ¿No tiene importancia práctica saber si pertenecemos al cielo o a la tierra? ¿Quién podría admitir una idea tan irrazonable? No sería fácil encontrar verdades más prácticas que las que describen los destinos del remanente terrenal y de la Iglesia celestial. No diré aquí nada más sobre este asunto, pero el lector lo encontrará digno de un estudio profundo y atento. Terminaremos esta sección con una mirada a la fiesta de los tabernáculos, última solemnidad del año judío.

g) La fiesta de los tabernáculos

“Y habló Jehová a Moisés, diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: A los quince días de este mes séptimo será la fiesta solemne de los tabernáculos a Jehová por siete días… A los quince días del mes séptimo, cuando hayáis recogido el fruto de la tierra, haréis fiesta a Jehová por siete días; el primer día será de reposo, y el octavo día será también día de reposo. Y tomaréis el primer día ramas con fruto de árbol hermoso, ramas de palmeras, ramas de árboles frondosos, y sauces de los arroyos, y os regocijaréis delante de Jehová vuestro Dios por siete días. Y le haréis fiesta a Jehová por siete días cada año; será estatuto perpetuo por vuestras generaciones; en el mes séptimo la haréis. En tabernáculos habitaréis siete días; todo natural de Israel habitará en tabernáculos, para que sepan vuestros descendientes que en tabernáculos hice yo habitar a los hijos de Israel cuando los saqué de la tierra de Egipto. Yo Jehová vuestro Dios” (v. 33-43).

Esta fiesta nos ofrece por adelantado una imagen de los tiempos de la gloria de Israel en el último día y, por tanto, ella pone el más bello remate a la serie de fiestas. La recolección había terminado, los graneros estaban llenos, y Jehová quería que su pueblo expresara su alegría con una fiesta. Pero, parecen haber estado poco dispuestos a comprender el pensamiento divino en relación con esta ordenanza. Olvidaron que habían sido extranjeros y peregrinos, y de ahí vino el largo abandono de esta fiesta. Desde los días de Josué, hasta el tiempo de Nehemías, la fiesta de los tabernáculos no se celebró ni una sola vez. Al pequeño remanente que volvía de Babilonia le fue reservado hacer lo que no se había hecho ni en los brillantes días de Salomón. “Y toda la congregación que volvió de la cautividad hizo tabernáculos, y en tabernáculos habitó; porque desde los días de Josué hijo de Nun hasta aquel día, no habían hecho así los hijos de Israel. Y hubo alegría muy grande” (Nehemías 8:17). ¡Cuán alegre debía ser para quienes habían colgado sus arpas en los sauces de Babilonia, encontrarse bajo la sombra de los sauces de Canaán! Era ello una agradable anticipación del tiempo, prefigurado por la fiesta de los tabernáculos, en que las restablecidas tribus de Israel reposen bajo esas enramadas milenarias que la mano fiel de Jehová levantará para ellos en el país prometido a Abraham y a su posteridad para siempre. Dichoso el día en que los del cielo y los de la tierra se encuentren, como lo indican el “primer día” y el “octavo día” de la fiesta de los tabernáculos.

Yo responderé a los cielos, y ellos responderán a la tierra; y la tierra responderá al trigo, al vino y al aceite, y ellos responderán a Jezreel
(Oseas 2:21-22).

En el último capítulo de Zacarías hay un hermoso pasaje que prueba muy claramente que la verdadera celebración de la fiesta de los tabernáculos pertenece a la gloria que será manifestada en los días del fin. “Y todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos” (cap. 14:16). ¡Qué escena! ¿Por qué quitarle su belleza característica por un vago sistema de interpretación falsamente llamado «espiritual»? Jerusalén no es otra cosa que Jerusalén, gentiles son gentiles, y la fiesta de los tabernáculos quiere decir la fiesta de los tabernáculos. ¿Hay en esto algo increíble? Nada, seguramente, salvo para la razón humana que rehúsa todo lo que está fuera de su débil alcance. La fiesta de los tabernáculos se celebrará de nuevo en el país de Canaán, y los salvos de entre las naciones subirán allí para tomar parte en esas santas y gloriosas solemnidades. Entonces las guerras de Jerusalén habrán terminado. La lanza y la espada serán transformadas en instrumentos de labranza (Miqueas 4:3-4). Israel reposará a la fresca sombra de su vid y de su higuera (Zacarías 3:10), y toda la tierra se regocijará bajo el reinado del “Príncipe de paz” (Isaías 9:6). Tal es la perspectiva que nos ofrecen las infalibles páginas de la Inspiración. Las figuras la presentan, los profetas la anuncian, la fe la cree y la esperanza la anticipa.

Al final del capítulo leemos: “Así habló Moisés a los hijos de Israel sobre las fiestas solemnes de Jehová” (v. 44). Este era el verdadero carácter de las fiestas, su título primitivo; pero en el evangelio de Juan son llamadas “las fiestas de los judíos”. Hacía largo tiempo que habían dejado de ser las fiestas de Jehová, pues él estaba excluido de ellas. Le desecharon; por esto, en Juan 7:2, cuando los hermanos de Jesús le dijeron que subiera a “la fiesta de los judíos, la de los tabernáculos”, les respondió: “Mi tiempo aún no ha llegado” (v. 6). Cuando subió, fue “como en secreto” (v. 10) para ocupar su lugar alejado de las ceremonias oficiales, e invitar a toda alma sedienta a ir a él y beber. Aquí hay una importante lección. Las instituciones divinas son muy pronto deterioradas en manos del hombre. Sin embargo, el alma que siente el vacío y la sequedad de un sistema de frías formalidades religiosas puede refugiarse junto a Jesús para saciar su sed gratuitamente, en la fuente inagotable, llegando a ser, a su vez, medio de bendiciones para los demás (Juan 7:37-39).