La ley de las diversas ofrendas
El final del capítulo 6, lo mismo que todo el capítulo 7, contiene la ley1 de las diversas ofrendas que ya hemos considerado. La ley del sacrificio por el pecado y por la culpa, no obstante, presentan algunos puntos que aún merecen nuestra atención.
La santidad personal de Cristo en ninguna de las ofrendas destaca más que en la del sacrificio por el pecado. “Habla a Aarón y a sus hijos, y diles: Esta es la ley del sacrificio expiatorio: en el lugar donde se degüella el holocausto, será degollada la ofrenda por el pecado delante de Jehová; es cosa santísima… Todo lo que tocare su carne, será santificado… Todo varón de entre los sacerdotes la comerá; es cosa santísima” (cap. 6:25-29). Lo mismo encontramos al hablar de la ofrenda vegetal. “Es cosa santísima, como el sacrificio por el pecado, y como el sacrificio por la culpa” (cap. 6:17). En el holocausto, el Espíritu Santo no tenía necesidad de poner tanto celo en la salvaguardia de la santidad de Cristo; pero, ante el temor de que el alma perdiese de vista esta santidad al contemplar el lugar que el Señor tomó en el sacrificio por el pecado, las palabras “es cosa santísima”, tantas veces repetidas, nos la recuerdan. Es verdaderamente edificante y reconfortante ver la santidad esencial y divina de la Persona de Cristo brillar con intenso resplandor en medio de las profundas y horribles tinieblas del Calvario. La misma idea se nota en “la ley del sacrificio por la culpa” (cap. 7:1-6). Jesucristo nunca apareció más visiblemente como “el Santo de Dios” que cuando fue hecho pecado en el madero (Lucas 4:34). La odiosidad y negrura de aquello con lo cual se identificó en la cruz hicieron resaltar más claramente que era “santísimo”. Llevaba el pecado, mas era sin pecado. Sufría la ira de Dios, no obstante, era las delicias del Padre. Aunque se veía privado de la claridad del rostro de Dios, habitaba en el seno del Padre. ¡Precioso misterio! ¿Quién sondeará sus inmensas profundidades? Y ¡cuán maravilloso es encontrarlo tan exactamente figurado en la “ley del sacrificio por el pecado”!
Tiene un sentido particular la frase:
Todo varón de entre los sacerdotes la comerá
(cap. 7:6).
El acto ceremonial de comer la víctima por el pecado, o la víctima por la culpa, expresaba una completa identificación. Para hacer de los pecados de otro los suyos propios, era necesario un alto grado de energía sacerdotal, como lo expresan las palabras: “Todo varón de entre los sacerdotes”. “Dijo más Jehová a Aarón: He aquí yo te he dado también el cuidado de mis ofrendas; todas las cosas consagradas de los hijos de Israel te he dado por razón de la unción, y a tus hijos, por estatuto perpetuo. Esto será tuyo de la ofrenda de las cosas santas, reservadas del fuego; toda ofrenda de ellos, todo presente suyo, y toda expiación por el pecado de ellos, y toda expiación por la culpa de ellos, que me han de presentar, será cosa muy santa para ti y para tus hijos. En el santuario la comerás; todo varón comerá de ella; cosa santa será para ti. Esto también será tuyo: la ofrenda elevada de sus dones, y todas las ofrendas mecidas de los hijos de Israel, he dado a ti y a tus hijos y a tus hijas contigo, por estatuto perpetuo; todo limpio en tu casa comerá de ellas” (Números 18:8-11).
Era necesaria una más abundante medida de energía sacerdotal para comer de la víctima por el pecado o la culpa, que para comer de las ofrendas elevadas y mecidas de sus dones. De estas últimas podían comer las “hijas” de Aarón, mientras que de las otras únicamente podían comer “los hijos”. En general, la palabra “varón” expresa algo en relación con la idea divina; la palabra “mujer”, con el desarrollo humano. La primera presenta la cosa en toda su fuerza; la segunda, en su imperfección. ¡Cuán pocos entre nosotros tienen una energía sacerdotal suficiente para hacerles capaces de apropiarse los pecados y culpas de otro! Nuestro Señor Jesucristo lo hizo perfectamente. Él se apropió los pecados de su pueblo y sufrió la pena por ellos en la cruz. Se identificó tan completamente con nosotros que sabemos, con plena y feliz certeza, que toda la cuestión del pecado y de la culpa ha sido divinamente resuelta. Si la identificación de Cristo fue perfecta, entonces la solución también fue perfecta; y que la identificación era perfecta, lo proclama la escena del Calvario:
Consumado es
(Juan 19:30).
El pecado, las culpas, las exigencias de Dios, las exigencias del hombre, todo fue eternamente solucionado, y ahora, una paz perfecta es la porción de los que, por gracia, reciben como verdadero el testimonio de Dios. Solo Dios podía hacerlo, y el alma que lo cree es feliz. La paz y la dicha del creyente dependen por entero de la perfección del sacrificio de Cristo. No se trata de cómo él lo recibe, de lo que piensa o de lo que siente respecto a esto, sino sencillamente de que reciba, por la fe, el testimonio de Dios en cuanto al valor del sacrificio. Bendito sea el Señor por este camino de la paz, tan sencillo y tan perfecto. ¡Que muchas almas turbadas sean guiadas por el Espíritu Santo a entender esto!
Terminaremos aquí nuestras meditaciones sobre uno de los más ricos pasajes de las Escrituras. No hemos sacado más que algunas espigas. Apenas penetramos la superficie de una mina inagotable. No obstante, si el lector ha considerado por primera vez las ofrendas como otras tantas diversas representaciones del gran Sacrificio, y si se ha sentido impulsado a arrojarse a los pies del gran Maestro para apreciar mejor esas profundidades vivificadoras, habrá sido el objetivo de estas líneas.
- 1 N. del E.: La palabra “ley” en estos capítulos significa «ordenanza», «manera de actuar».