Mateo

Mateo 20

Capítulo 20

El obrero de la hora undécima

Con el fin de que no se perdiera de vista que en la dispensación1 actual todo es gracia, aun cuando se trata de las recompensas, y para que no se pensara que tal tarea cumplida tuviera determinada retribución, el Señor expuso la parábola del amo de casa que contrató obreros para trabajar en su viña. Con los que fueron contratados en la mañana, convino el precio: un denario al día. Salió también a la hora tercera, a la sexta, a la novena, hasta la hora undécima y, hallando obreros que estaban desocupados, los envió a su viña, diciéndoles: “Recibiréis lo que sea justo” (v. 7). Ellos fueron a la viña sin convenir el precio, remitiéndose a la justicia y a la bondad del amo. Llegada la noche, el señor de la viña comenzó pagando a los últimos en llegar al trabajo, a los de la hora undécima, y les dio un denario. Al ver eso, los primeros esperaban recibir más. Pero no fue así. Entonces murmuraron contra el señor de la viña diciendo: “Estos postreros han trabajado una sola hora, y los has hecho iguales a nosotros, que hemos soportado la carga y el calor del día. Él, respondiendo, dijo a uno de ellos: Amigo, no te hago agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario? Toma lo que es tuyo, y vete; pero quiero dar a este postrero, como a ti. ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno?” (v. 12-15). El error de los primeros radicaba en que habían tomado como base de estimación el salario de los últimos, y no la bondad del amo. Además, solo este sabía apreciar el valor del trabajo hecho; los de la hora undécima, quizá prestaron más grandes servicios que los que se fatigaron durante todo el día. Pero, por encima de todo, el Señor es libre de actuar según su gracia soberana y de hacer con sus bienes lo que le agrade.

Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros (v. 16).

De parte del Señor siempre todo es gracia.

Para no correr el riesgo de sufrir un desengaño, no debemos hacer cálculos con Dios. Seamos felices de que quiso llamarnos a trabajar en su viña, estemos satisfechos de ser los objetos de su gracia pura y maravillosa, nosotros que merecíamos el juicio eterno. Trabajemos en todo lo que el Señor ponga ante nosotros, teniendo su gracia por motivo. Dejémosle el aprecio por nuestro trabajo sin esperar una recompensa, sabiendo que la misma gracia tomará en cuenta lo que fue hecho para él, y eso según su justicia.

  • 1Dispensaciones; ver nota del capítulo 13, versículo 44 (subtítulo El tesoro).

En camino hacia Jerusalén

Si Jesús podía hablar a pobres pecadores de gloria y de recompensa en la eternidad, era porque estaba en el camino que lo conducía a la cruz, donde iba a soportar todo el peso de sus pecados y a sufrir el juicio que ellos merecían. Subía por última vez desde Galilea a Jerusalén con sus discípulos, y sentía la necesidad de comunicarles lo que le sucedería. Era la tercera vez que Jesús hablaba de su muerte y de su resurrección (véase cap. 16:21; 17:22-23). Pero los discípulos, más preocupados por la gloria del reino que por el camino que conducía a ella, no comprendían por qué Jesús debía morir; mas, esta muerte ocupaba siempre los pensamientos del Maestro y de ella dependía todo el porvenir de los discípulos. ¡Qué sufrimiento para el Señor en este mundo, ser incomprendido por sus discípulos, desconocido y despreciado por su pueblo!

En esto se acercó la madre de Juan y de Santiago pidiéndole que ordenase que sus dos hijos se sentaran, uno a su derecha y otro a su izquierda en su reino. Les preocupaba más un buen sitio en el reino que los sufrimientos y la muerte del Señor; menos aun se imaginaban que, sin esta muerte, no tendrían ningún sitio en el reino. Jesús les dijo: “No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le dijeron: Podemos. Él les dijo: A la verdad, de mi vaso beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado por mi Padre” (v. 22-23).

Poco antes, el Señor había dicho a los discípulos que ocuparían doce tronos, porque habían dejado todo y lo habían seguido. Solo recordaban esta promesa, sin comprender la humillación y la renunciación de Jesús, la posición de dependencia que él tomó en medio de ellos. Iba a la muerte con el fin de que ellos fueran librados de la condenación eterna que merecían y participaran de la gloria con él. En esta posición de dependencia, les dijo que no le correspondía a él dar los sitios en su reino; era asunto de su Padre. Antes de entrar en la gloria, debía beber el vaso de sufrimiento y muerte, y los discípulos debían participar de ese vaso con él, siguiendo un mismo camino de sufrimiento. Pero ellos tenían dificultad para aprender esta lección, y a nosotros nos cuesta igualmente, porque preferiríamos tener la gloria sin los sufrimientos, cosa imposible a causa del pecado. Pero, “si sufrimos, también reinaremos con él” (2 Timoteo 2:12). El apóstol Pablo, quien había visto a Cristo en la gloria y sabía que estaría allí con él y semejante a él, dijo que todo su anhelo era “conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos” (Filipenses 3:10-11).

Los otros discípulos se enojaron con Santiago y Juan, seguramente sin comprender mejor que ellos la posición que debían ocupar en la tierra en compañía del Maestro rechazado. Entonces Jesús les mostró la diferencia que existe entre la grandeza humana y la grandeza según Dios.

Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos (v. 25-28).

El camino hacia la grandeza es, pues, la humillación para servir. Como ninguno se humilló tanto como Cristo, ninguno será exaltado como él, a quien su Dios, exaltándole por encima de todo, "le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra" (Filipenses 2:9-10). Aquellos, pues, que ambicionan un sitio muy cerca de él en la gloria, deben seguirlo muy cerca aquí, participando en su renunciación, humillación, abnegación, servicio y sufrimiento.

¡Que Dios nos enseñe a estar en el camino de la verdadera grandeza, que no es la efímera y engañosa de este mundo, sino la grandeza divina y eterna! ¡Seamos imitadores de Aquel que se humilló hasta la muerte en la cruz para salvarnos, sigámoslo en humildad y obediencia, por muy poco tiempo quizás, antes de ser introducidos en la gloria eterna, con él y siendo semejantes a él!

La curación de dos ciegos

Continuando su ruta hacia Jerusalén, Jesús salió de Jericó seguido por una gran multitud. Dos ciegos estaban sentados junto al camino y, cuando oyeron que Jesús pasaba, clamaron: “¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros!” (v. 30). La multitud trató de acallarlos, demostrando así el espíritu que la animaba. Lo que la atraía a Jesús no era su gracia, sino motivos carnales, una gloria vana. En cambio los ciegos, conscientes de sus necesidades y de la gracia y de la potestad que se hallaban en Jesús, clamaron con más fuerza:

¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros! (v. 31).

“Y deteniéndose Jesús, los llamó y les dijo: ¿Qué queréis que os haga? Ellos le dijeron: Señor, que sean abiertos nuestros ojos. Entonces Jesús, compadecido, les tocó los ojos, y en seguida recibieron la vista; y le siguieron” (v. 32-34). Nótese que estos ciegos apelan al Hijo de David; representan a aquellos que, en Israel, tenían fe en el Mesías, aunque ya se acercaba el fin de su presentación al pueblo. Tenían los ojos abiertos, recibieron y siguieron al Señor en su humillación. Así estaban en el camino de la gloria en lugar de ser envueltos en los juicios que cayeron sobre el pueblo por haber rechazado al Hijo de David.

Pero este relato nos presenta también otras enseñanzas. Al lado de necesidades verdaderas que hacen clamar a Jesús, se ve la indiferencia de la multitud con respecto a estas necesidades, y su esfuerzo para impedir que se les dé respuesta. ¿No sucede lo mismo hoy en día, en medio de la multitud que hace profesión de seguir a Cristo, que se atribuye el nombre de cristiana? Se intenta sofocar la voz del que busca al Señor consciente de su miseria y de su estado de perdición. No obstante, el que siente el peso de sus pecados y la desgracia eterna que le espera, no se dejará vencer por los obstáculos que le pone el mundo, sino que clamará aún más a Aquel que puede salvarlo. Este clamor conmoverá el corazón del Salvador, quien siempre se compadece del pecador, y él le dará el perdón y la paz. Entonces el nuevo convertido seguirá a Jesús por dondequiera que pase su camino, porque conoce su amor. Por amor al Señor, lo seguirá hasta el fin de su carrera, para gozar después con él del reposo y de la gloria eternos.

Si usted todavía no posee la salvación eterna, ¡clame al Señor! No se inquiete más por lo que piense de su conversión el mundo que le rodea: este tan solo puede impedir que vaya a Jesús. Pero, aunque logre desviarle del Señor, no responderá por usted en el día del juicio. Como Satanás, su príncipe, el mundo le dejará sufrir solo su terrible suerte, sin poder apartarle de esta. Tenga conciencia de su perdición y de su culpabilidad. Si ya clamó una vez y el mundo logró retenerle, clame una vez más y usted encontrará al Señor, cuyo corazón siempre está sobrecogido de compasión. Él solo desea responder a su llamado de angustia, para ponerle en seguridad tras él, en el camino de la gloria eterna. Pero, ¡apresúrese!, el tiempo corre rápidamente. Como el Señor recorría por última vez el camino que conduce a Jerusalén e iba a quedar ocultado para siempre a este pueblo desobediente, quizá sea la última vez que la gracia le es presentada. ¡Aprovéchela!

¿Te sientes casi resuelto ya?
Pues vence el «casi» y a Cristo ven,
Que hoy es tiempo, pero mañana
Sobrado tarde pudiera ser.