Capítulo 4
La tentación
Hemos visto al Señor tomar sitio en medio de los pecadores arrepentidos. Le seguiremos en la actividad de su gracia. Pero, primeramente es llevado por el Espíritu para ser tentado por el diablo, porque el Señor es el segundo Hombre, el Hombre obediente que viene a reemplazar al primer hombre, Adán, el hombre desobediente.
En el principio, cuando Dios preparó en la tierra un lugar de delicias, el Edén, puso en este a Adán, jefe de la creación, y le dio la capacidad para disfrutar de una felicidad perfecta en la inocencia, con la única condición de que obedeciera a la palabra de Dios: Adán no debía comer del fruto prohibido. Pero Satanás lo tentó, a él y a la mujer, ofreciéndoles otra cosa diferente a lo que Dios les había otorgado e incitándolos a que hicieran lo que les estaba prohibido. ¡Ay! Ellos desobedecieron a Dios; cayeron bajo el poder del enemigo, y desde entonces, como todos sus descendientes, han sufrido las consecuencias de su desobediencia. Inmediatamente después, Dios dijo a Satanás que la simiente de la mujer le quebraría la cabeza (Génesis 3:15). Esto quiere decir que a Satanás le sería quitado su poder. Esta simiente de la mujer es el segundo Hombre venido del cielo, Jesucristo, a quien vemos entrar en escena en este capítulo. Él es único en su raza, único como Adán el día en que Dios lo puso en el Edén; el único, en medio de todos los hombres, de quien Dios puede decir: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. ¡Pero, qué diferentes eran las circunstancias en las que se encontraban estos hombres! El primero se hallaba en el seno del paraíso terrenal. El segundo, en el mismo mundo, pero arruinado por el pecado, un mundo transformado en desierto. Un lugar donde Dios no encuentra nada que pueda satisfacerlo. Un sitio contaminado, frecuentado por las fieras (Marcos 1:13), donde Satanás actúa como amo. En esto fue transformada, después de la desobediencia del primer Adán, la escena de este mundo, en otro tiempo lugar de delicias. En estas circunstancias Jesús viene a comenzar de nuevo la historia del segundo hombre, el hombre obediente. Al entrar en este mundo, él dijo:
He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí
(Hebreos 10:7).
La voluntad de Dios era la regla absoluta para Cristo. Entonces, Satanás se presenta para tentar a Cristo, como había hecho con Adán, pensando ponerlo bajo su poder e impedirle cumplir la voluntad de Dios. Sin embargo, halla en el hombre perfectamente obediente a su vencedor , como lo veremos a continuación.
La primera tentación
“Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo. Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre. Y vino a él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan” (v. 1-3). Dios había dicho que Jesús era su Hijo muy amado. Entonces Satanás le sugirió, en cierto sentido: «Actúa como Hijo de Dios. Usa de tu poder para satisfacer tu hambre». Si bien el Señor era el Hijo de Dios, también era hombre, y como tal quería obedecer a Dios. En lugar de entablar discusiones con Satanás, le respondió conforme a la regla que Dios dio al hombre para guiarse en este mundo: la Palabra de Dios. Por consiguiente, le dijo:
Escrito está: No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios
(v. 4; véase Deuteronomio 8:3).
Así, pues, mientras no hubiera una palabra de Dios diciéndole que hiciera pan y lo comiera, no lo haría.
El tener hambre es una necesidad natural, legítima, sobre todo después de haber ayunado cuarenta días. Pero, para Cristo, este no era un motivo para comer, si haciéndolo desobedeciera a Dios. Así es para el creyente de hoy en día. Lo que nos motiva a actuar no solo debe encontrarse en lo que es natural y legítimo, sino en la voluntad de Dios, para su gloria: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31). Si Satanás se acerca proponiéndonos otra cosa diferente a lo que puede hacerse para el Señor, le responderemos, como Jesús, con la Palabra de Dios. Es el único medio de obtener la victoria, pues Satanás no puede hacer nada contra la obediencia.
La segunda tentación
Satanás vencido la primera vez, después de haber tentando al Señor con algo necesario para el cuerpo, lo atacó nuevamente con una tentación espiritual. Para ello, empleó la Palabra citando un pasaje de los Salmos que prometía la protección de Dios al Mesías, precisamente lo que era Jesús. “Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti… en sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra” (v. 5-6; Salmo 91:11-12). Jesús le respondió:
Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios
(v. 7; véase Deuteronomio 6:16).
Tentar a Dios es hacer algo para probar la verdad de lo que él ha dicho. Podemos contar con las promesas de Dios con una confianza absoluta, sabiendo que las experimentaremos a su debido tiempo, si permanecemos en el camino de la obediencia. Satanás omitió intencionalmente una parte del Salmo 91:11: “A sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos”. Los caminos del Señor eran caminos de obediencia. Fuera de ellos, no podemos contar con la protección divina. El Señor confiaba enteramente en su Dios. ¿No dice: “Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado”? (Salmo 16:1). En consecuencia, era inútil poner a Dios a prueba, o sea, tentarlo. Satanás fue vencido por una cita de la Palabra de Dios, al decirle el Señor: “Escrito está también”. ¡Perfecto modelo para nosotros!
La tercera tentación
Después de esto, el diablo lo llevó a un monte muy alto, para mostrarle todos los reinos del mundo y su gloria. Entonces, le dijo: “Todo esto te daré, si postrado me adorares” (v. 9). Aquí Satanás trataba de seducir al Señor con la gloria del mundo. Es verdad que Jesús, como Hijo del Hombre, debe recibir el dominio sobre todo el universo. Los reinos del mundo le estarán sujetos, y recibirá la gloria y el honor de las naciones (Daniel 7:13-14; Apocalipsis 21:26; Isaías 60:11-12). Sin embargo, para esto, era necesario vencer a Satanás, el dios de este mundo, y no rendirle adoración. Satanás se desenmascaró por completo intentando ocupar, en relación a Jesús, el lugar de Dios, lo que hizo tan fácilmente con el primer hombre. Jesús le dijo:
Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás (v. 10).
Jesús prefería pasar por la muerte, para recibir el dominio de las manos de su Dios, antes que ceder a Satanás y recibirlo de él. Al final, Satanás dará su poder al hombre que, por un tiempo, ejercerá gran potestad, pero será destruido por el espíritu de la boca de Cristo el Vencedor de Satanás (2 Tesalonicenses 2:8; léase también Apocalipsis 13:11-17; Daniel 11:39).
El diablo se fue vencido por el Hombre obediente. Jesús consiguió la victoria. Ató al hombre fuerte y saqueó sus bienes (cap. 12:29) mediante su ministerio, andando “haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo” (Hechos 10:38). El diablo lo dejó y “vinieron ángeles y le servían”. Ellos son espíritus ministradores, enviados para servir a los que serán herederos de la salvación (Hebreos 1:14). Jesús, como hombre en la tierra, es servido por los ángeles que él mismo había creado. ¡Cuán extraña debía parecer dicha escena a estos seres celestiales que venían a servir a su Creador, revestido de forma humana! Ellos anhelaban mirar de cerca en estas cosas (1 Pedro 1:12).
Recordemos que Jesús obtuvo la victoria por la obediencia a la Palabra y que nosotros tenemos el mismo medio a nuestra disposición. Somos débiles e impotentes ante Satanás, pero no podrá vencernos si obedecemos la Palabra de Dios. Por eso es importante que la conozcamos, con el fin de poder responder al enemigo: “Escrito está”, y “escrito está también”. Porque Satanás sabe igualmente emplear la Palabra para tratar de ejecutar sus planes. Nunca estuvo tan activo como hoy en día. Es, pues, importante leer la Biblia desde la infancia. Aunque no se pueda comprender todo, su contenido se graba en la mente de una manera más fácil, porque la memoria aún no está cansada de las cosas de la vida. Y así, más tarde, el Espíritu de Dios podrá servirse de este conocimiento para todo lo que fuere menester (véase Deuteronomio 6:6-9).
Recordemos igualmente, en cuanto a la gloria de la persona del Señor, que la tentación no tuvo lugar para ver si Cristo sucumbía, sino para demostrar que no podía sucumbir. Tristemente, a menudo se oye poner esto en tela de juicio. Así pues, a aquel que tiene a Cristo en su vida, posee una vida ya puesta a prueba en Cristo, que no puede sucumbir a la tentación. Por eso el apóstol Juan dice: “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado. Pues aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca” (1 Juan 5:18). Para realizar esto en la vida práctica, tenemos que actuar como lo hizo el Señor ante el enemigo. Además poseemos a Jesucristo como nuestro Sumo Sacerdote, siempre dispuesto a socorrernos en el momento oportuno. “Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:18).
El regreso de Cristo a Galilea
Jesús comenzaba su actividad pública. Después de haber atado al “hombre fuerte”, iba a saquear sus bienes, cumpliendo su obra de gracia, de paciencia y de misericordia, en medio de un pueblo ciego que rechazaría a su Mesías. Su precursor, Juan el Bautista, había sido echado en la cárcel por Herodes, presagio de lo que se haría a Jesús (v. 12). El encarcelamiento de Juan se relata, al mismo tiempo que su muerte, en el capítulo 14:1-12, pero se ignora cuánto tiempo estuvo encarcelado.
Al conocer el cruel fin que sufrió Juan, Jesús salió de Judea y se dirigió a Galilea, donde el odio de Herodes ya había obligado a José y a María a retirarse a su regreso de Egipto. Al mismo tiempo, esto era el cumplimiento de la profecía de Isaías 9:1-2. El ministerio del Señor debía comenzar entre los pobres de Israel, y no en medio de los orgullosos judíos de Jerusalén y de Judea. Como ya se ha visto, Galilea era despreciada por los judíos a causa de la mezcla con una población extranjera y de su alejamiento del centro religioso (Jerusalén). Sus habitantes habían sido transportados a Asiria bajo el reinado de Peka, antes de la deportación del resto de las diez tribus (2 Reyes 15:29; 18:9-12). Pero, conforme a la hermosa profecía de Isaías (cap. 9:1-2, Mateo 4:15-16), la luz debía resplandecer allí:
Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles; el pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; y a los asentados en región de sombra de muerte, luz les resplandeció.
Aquel que ellos conocían como hijo del carpintero apareció repentinamente como la luz del mundo que resplandecía sobre ellos. En esa comarca Jesús desempeñó la mayor parte de su ministerio. Mas, no porque sus habitantes fueran mejores que los otros. Pues, sabemos que cuando estuvo en Nazaret, fue expulsado de allí (Lucas 4:16-30), lo que lo obligó a ir a Capernaum, ciudad que se encontraba justamente en Baja Galilea, designada por Isaías como “el camino del mar”. La gracia de Dios no mira lo que es el hombre, sino para salvarlo. Dios se complace en hacer brillar su luz en las más profundas tinieblas, a fin de manifestar mejor lo que él es, y también para mostrar que no actúa como el hombre, porque se ocupa de lo que nosotros más despreciamos.
“Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (v. 17). En efecto, el Rey se hallaba allí, pero era necesario el arrepentimiento, ya que no podía reinar sobre hombres pecadores no arrepentidos e impenitentes, que ignoraban el amor de Dios.
El llamamiento de los discípulos
El Señor quiso tener compañeros en su obra de amor, y les comunicó más tarde el poder necesario para el cumplimiento de la misión que les iba a confiar.
“Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres”. Los discípulos tenían que aprender lo que era el amor de Dios para con ellos, a fin de poder trabajar para liberar a otros hombres de la miseria en que el pecado los había sumido. “El mar” representa al mundo, en el cual la red del Evangelio es echada para llevar hombres a Dios (Mateo 13:47; Juan 21:1-14). Pedro y Andrés dejaron todo para seguir a Jesús. “Pasando de allí, vio a otros dos hermanos”, Jacobo y Juan, que junto con su padre remendaban las redes. Jesús los llamó igualmente y ellos, dejando la barca y a su padre, lo siguieron.
El llamado del Señor tenía suficiente poder en sus corazones como para inducirlos a abandonarlo todo, a fin de seguirle. Él quería formarlos para el servicio al cual los destinaba, como se ve en el versículo 19. Hoy en día, un llamamiento tiene lugar de la misma manera. El mismo Señor llama a sus siervos y los forma, sin necesidad de la ayuda del hombre. Él dijo:
Os haré pescadores de hombres.
Por otra parte, sabemos bien que el Señor también llama a todos los pecadores para que le sigan en el camino que conduce a la vida.
¿Ha oído usted el llamado del Señor? ¿Le ha respondido?
La actividad de Jesús
Estos versículos resumen la actividad de Jesús en su servicio. Andaba por toda Galilea, enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia del pueblo. El Evangelio del reino es la buena nueva que anuncia a los hombres el establecimiento del reino de Dios en la tierra. Será proclamado nuevamente, después de que la Iglesia haya sido retirada, a aquellos que no habrán oído el Evangelio de la gracia predicado desde la muerte del Señor hasta hoy.
La fama de Jesús se difundió por toda Siria. “Y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó. Y le siguió mucha gente de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán”. Se ve a través de este maravilloso resumen la actividad que Jesús desarrolló en este mundo y cuánto se extendió su ministerio más allá de los territorios judíos, hasta las regiones comprendidas en la antigua delimitación del país (Josué 1:4; Deuteronomio 11:24).
El día que Cristo reine, la bendición se extenderá también dentro de estos límites y hasta el extremo de la tierra. Ciertos países, como Asiria y Egipto, serán particularmente favorecidos (Isaías 19:24-25).