Capítulos 9 a 11 - Parte dispensacional
N. del Ed.: La palabra «dispensación» en las cosas de Dios tiene el sentido de «período». Durante ese tiempo, Dios pone a prueba al hombre según la revelación específica de Él mismo en relación con ese período. Hablando del período actual se dice que se trata de la «dispensación de la gracia». El hombre es probado actualmente con esta alternativa: aceptar o rechazar a Cristo, el Salvador. En los capítulos 9 a 11 se habla de la dispensación en relación con Israel bajo las promesas y la ley.
Los designios de Dios acerca de su pueblo Israel
Hemos llegado a un recodo de la epístola. Hasta aquí, el apóstol nos ha conducido desde las sombrías profundidades de la corrupción humana hasta las cimas luminosas de la gracia divina. El capítulo 8, el cual nos describió de manera cautivadora toda la posición cristiana, el resultado de la maravillosa operación de Dios por amor y por gracia, finalizó con la enumeración de todas las bendiciones que hoy han venido a ser la parte de quien cree en Cristo. Dios no escatimó a su Hijo único, a fin de poder darnos todas las cosas con él.
Los capítulos 9-11 nos introducen en un nuevo dominio en el cual no nos ocuparemos más en las cosas necesarias para nuestra paz y nuestra salvación eterna, ya que el Espíritu nos hace penetrar en los pensamientos y designios divinos, en el camino de la “sabiduría” y la “ciencia”. Por eso este tema no termina con un canto de alabanza en celebración del amor de Dios, sino con estas palabras: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?” (cap. 11:33-34).
La fe contempla triunfal los maravillosos designios de Dios que le son enseñados por conducto del Espíritu.
Sí, Dios no solo quiere que sus hijos descansen en la plena salvación que les ha sido dada en su Amado, sino que también quiere darles a conocer sus pensamientos. ¡Qué gracia maravillosa! Dado que el apóstol había enseñado al comienzo de su epístola que los judíos y los paganos estaban igualmente corrompidos, pero que el llamamiento de la gracia se dirigía indistintamente a unos y a otros, sin proponérselo planteaba una cuestión: Si en cuanto a la relación moral Dios coloca a judíos y gentiles en un mismo plano, y si, merced a la potencia de Su amor y a la riqueza de Su gracia, salva a todos los creyentes y les hace sus hijos “en Cristo”, ¿qué pasa entonces con las promesas incondicionales que hizo a su pueblo elegido? ¿Cómo se concilian con el llamamiento indistinto de judíos y gentiles a las bendiciones del Nuevo Testamento? Si Israel bajo la ley perdió todos sus derechos a las bendiciones que estaban ligadas al cumplimiento de la ley, ello no cambia nada en cuanto a las promesas que habían sido dadas antes de la ley y sin condición (Génesis 15:17-18). ¿Dios las había olvidado por completo? ¿Había rechazado a su pueblo para siempre?
Al responder a estas preguntas, bajo la dirección del Espíritu Santo, el corazón del apóstol está tan lleno de admiración que al final del capítulo 11 pronuncia las palabras que ya mencionamos. También nosotros, al meditar acerca de esos capítulos, recibimos profundas impresiones, por una parte a causa de la justicia y solemnidad de los designios de Dios, y por otra a consecuencia de su fidelidad invariable y de la inquebrantable veracidad de su Palabra. ¡Ojalá nosotros también podamos, bajo la dirección del Espíritu Santo, quien “todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (1 Corintios 2:10), captar esas cosas con respeto!