Corintios I

1 Corintios 13

Capítulo 13

El camino más exelente

El capítulo 13 empieza por mostrar que uno puede poseer todas las ventajas espirituales sin ningún resultado:

Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe (v. 1).

¡Un ruido! Si uno da un golpe en una campana de bronce, esto produce un sonido que se prolonga un poco; después, todo vuelve a quedar silencioso. Este sonido puede ser muy armonioso o resonante, como el del címbalo, pero no produce otro efecto que atravesar el aire. “Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia…” (v. 2). Pablo habla aquí de la revelación de las cosas futuras y de los misterios contenidos en la Palabra de Dios. “Y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes…”. Alude al poder del cual el Señor hablaba a sus discípulos en Mateo 21:21. Si poseo este poder sin amor, nada soy. Uno bien puede ejercer una gran influencia, estar dotado de una manera especial para realizar hechos extraordinarios y, sin embargo, no ser nada, pues para Dios estos dones no son nada.

En el versículo 3, el apóstol va más lejos aún: un hombre distribuye toda su hacienda para dar de comer a los pobres, llega hasta la pobreza extrema, hasta no tener nada más que su cuerpo, ¡el cual entrega para que sea quemado! No pienso que se trate aquí de los mártires, ya que cuando Pablo escribía, los mártires aún no eran entregados a la hoguera, sino que él dice esto de una manera general para indicar que tal hombre consiente en que nada quede de él. Tal hombre será llamado un héroe por llevar su abnegación hasta darse a sí mismo en sacrificio, pero si no tiene amor, de nada le sirve.

Tales palabras nos hacen comprender mejor la importancia del amor en el ejercicio de los dones. Si el amor está ausente de nuestros corazones, esto tiene que humillarnos profundamente. Sin amor, ¿cómo ser útiles a los hermanos? ¿Cómo podremos, sin él, anunciar el Evangelio al mundo? En relación con esto el apóstol decía de sí: “El amor de Cristo nos constriñe” (2 Corintios 5:14). El amor daba poder a su predicación; sin él, los más eminentes dones no tenían valor alguno. Por otra parte, puede ocurrir que un don sin apariencia ni valor a nuestros ojos, produzca los más benditos resultados, porque tiene por móvil el amor.

El amor en acción

Todas estas cosas conducen al apóstol a la descripción del amor. No da una definición propiamente dicha, pues el amor es la misma esencia y la naturaleza de Dios. Más bien da la descripción del amor en acción, y esto es precisamente lo que necesitamos saber. El capítulo 11 de la epístola a los Hebreos nos da, en cuanto a la fe, una descripción análoga al presentarnos la actividad de la fe, la cual es la recepción del testimonio que Dios nos ha dado acerca de su Hijo.

Al considerar el conjunto de los versículos 4 al 7, podemos convencernos de que un solo hombre, Jesús, ejerció el amor de una manera perfecta. Estos versículos son, pues, una descripción de la actividad del amor de Cristo en este mundo. Encontramos aquí, y no sin razón, 14 caracteres del amor. El número 7 es el de la plenitud, el 14 (o sea, 2 veces 7) es, por así decirlo, la plenitud de la plenitud; el número 7 es perfecto, el 14, más que perfecto.

Considerando nuestro propio estado, podemos preguntarnos si, aunque sea imperfectamente, practicamos la actividad del amor tal como nos es presentada en este pasaje. Al llegar al final de la lista debemos reconocer, con profunda humillación, que ésa no ha sido nuestra conducta. Deteniéndonos en cada uno de sus caracteres, diremos: «¡Me ha faltado amor!». Pero, por este examen de nosotros mismos ante un modelo perfecto, ganamos en experiencia y somos animados a mostrar más amor en nuestra actividad cristiana.

Notemos en estos versículos las diversas cualidades del amor. El carácter general de todas ellas es el renunciamiento de sí mismo. La envidia, la jactancia, el orgullo, son otros tantos rasgos del egoísmo humano. La expresión: “No se porta indecorosamente” (v. 5, V. M.) me llama la atención. Un cristiano que carece de tacto –hablando según el uso corriente– ciertamente no obra con amor. Se hallará a menudo mucho más tacto en creyentes sin educación que en otros que la han recibido; por la sola razón de que aquéllos obran con amor, no dicen ni hacen lo que no conviene.

El amor… no se irrita, no guarda rencor1 ; no se goza de la injusticia (v. 5).

¡Cómo nos juzga esto! ¿No estamos más prestos a resaltar los defectos de nuestros hermanos que sus cualidades? Y cuando hablamos de ellos, el denigrarlos a veces es nuestro primer pensamiento. El amor no hace nada semejante.

“El amor… se goza de la verdad” (v. 6). A menudo se halla la verdad sin el amor; entonces, en vez de atraer a las almas, las hiere, las aparta, las rechaza. El apóstol no hería a nadie porque tenía amor. También se encuentra a menudo el amor sin la verdad. En este caso, es un amor sin objeto que no merece el nombre de amor, pues la verdad es Cristo, su Palabra, su Espíritu.

  • 1Lit.: no toma en cuenta el mal, o, no piensa en el mal.

El amor, una energía positiva

El apóstol termina su lista con estas palabras: “Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (v. 7). En el amor hallamos no sólo los caracteres negativos de los cuales acabamos de hablar, sino también una energía positiva que nos hace capaces de soportarlo todo: trabajos, fatigas, sufrimientos; de creerlo todo. Creerlo todo no significa la credulidad, la cual cree las mentiras, sino la prontitud para aceptar el bien en los demás en lugar de ponerlo en duda. «Esperarlo todo» es mirar con confianza hacia adelante, contando con ver la realización del bien para los demás en lugar de no tener confianza en ellos, lo cual no es otra cosa que desconfiar de la gracia. «Soportarlo todo» es atravesar sin queja la calumnia, los ultrajes, la mala reputación. El apóstol termina diciendo:

El amor nunca deja de ser (v. 8).

Todo terminará, salvo el amor

El apóstol Pablo muestra a continuación que todos los dones (lenguas, ciencia, profecía) cesarán, para dar lugar a lo que es perfecto. Entonces habremos acabado de una vez con lo que corresponde al niño. Este último habla (lenguas), piensa (profecía), razona (ciencia), como un niño; pero todo esto terminará cuando veamos cara a cara y conozcamos como fuimos conocidos.

Tres cosas, añade el apóstol, caracterizan al cristiano y permanecen hasta ahora, en medio de tantas cosas efímeras: la fe, la esperanza y el amor. Pero la fe también llegará a su fin y será reemplazada por la vista; la esperanza dará paso a la posesión de Cristo, que es su objeto. Una sola cosa permanecerá, a saber, aquella de la cual está escrito: “El amor nunca deja de ser”. El amor es mayor que los dones de gracia más excelentes; más grande aun que la fe y la esperanza, cosas que ahora permanecen. Si el amor es el mismo Ser de Dios, es también su actividad suprema; un mar de delicias sobre el cual bogaremos eternamente sin alcanzar jamás sus riberas, pues en este mar no existen. Vamos a verle a él como hemos sido vistos, vamos a conocerle como hemos sido conocidos, a amarlo como nos ama, con un amor inefable. ¡Que esta expectativa llene nuestros corazones!