Capítulo 11
La mujer tiene que cubrirse la cabeza
Ahora el apóstol aborda un tema que, a primera vista, parece secundario, el cual los corintios probablemente habían suscitado. La mujer, ¿debe orar con la cabeza cubierta, o no? Es un pequeño detalle, mas al cual Dios concede una gran importancia. Sin duda, era preciso que los corintios lo conocieran, pues el apóstol dice: “Quiero que sepáis” (v. 3). A menudo me he preguntado, ¿por qué este detalle nos es dado en este lugar? La respuesta es que, cuando se trata de la gloria de Cristo, nada carece de importancia a los ojos de Dios. Él se interesa en cuanto a si una mujer ora con la cabeza descubierta o cubierta. Esto atañe, en figura, a la relación de Cristo con la Iglesia, del Esposo con la Esposa. Además hallamos aquí, bajo otro carácter, la relación de la cual habla la epístola a los Efesios, capítulo 3:10: “Para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales”; y
La mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles
(1 Corintios 11:10).
Así, cuando los ángeles tienen los ojos puestos sobre la mujer sumisa a su marido, ven y consideran la diversa sabiduría de Dios. Él ha querido darles, mediante el espectáculo de la mujer que lleva la cabeza cubierta, un ejemplo de sumisión de la Esposa a su Esposo, de la Iglesia a Cristo.
Tal es la razón, no tengo duda alguna, por la cual esta pregunta nos es formulada aquí, aunque se trate de un detalle particular de la conducta de las mujeres en las asambleas.
El apóstol da tres razones para que la mujer permanezca cubierta. Halla la primera en la creación: “El varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón” (v. 8-9). La segunda en la naturaleza: "La naturaleza misma ¿no os enseña que al varón le es deshonroso dejarse crecer el cabello?" (v. 14). La naturaleza es requerida como testigo de que la mujer debe tener en su cabeza la señal de sumisión al marido. ¡Cuán poco de acuerdo está todo esto con las ideas feministas de hoy en día! Por doquier hallaremos mujeres dispuestas a discutir, pues esto les place más que ocupar un lugar de dependencia. El apóstol les da, para cerrarles la boca, una tercera razón: la costumbre. “Si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios” (v. 16). Un cierto orden, una cierta decencia dependiente de la costumbre deben ser observados en las asambleas de Dios. Se trata, pues, no solamente del lugar dado a la mujer en la creación, y según la naturaleza, sino también del orden en la Iglesia, de lo que conviene a la Asamblea en relación con Cristo.
El apóstol añade en el versículo 11: “Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón”. Iguala a un nivel común las posiciones respectivas, pues, en el Señor, la mujer está en el nivel del hombre y este último no puede pensar en tiranizar a su compañera. Ella es la ayuda del hombre y éste su sostén, pero son uno en el Señor. Hay, pues, un orden que observar en las relaciones entre esposos, a fin de que Aquel que es el Señor de todos sea glorificado en la Asamblea.
La Cabeza y el Cuerpo
Al comparar la epístola a los Efesios y la dirigida a los Colosenses con la epístola que nos ocupa, quedo sorprendido por lo que las distingue. Por demás está decir que en ninguna de las tres epístolas el Espíritu de Dios separa la Iglesia, como Cuerpo, de su Cabeza, pero la epístola a los Efesios nos presenta la Cabeza y el Cuerpo, el único nuevo hombre, la Iglesia, plenitud de Aquel que lo llena todo en todos (Efesios 1:22-23), mientras que la epístola a los Colosenses nos habla de la Cabeza del Cuerpo (Colosenses 1:18), y la dirigida a los Corintios pone de manifiesto el Cuerpo de la Cabeza. Hemos visto ya, en el capítulo 10, la manifestación de la unidad del cuerpo de Cristo aquí en la tierra. Después de haber mostrado, al principio del capítulo 11, lo que conviene a la mujer, en relación con el hombre, como figura o tipo de la relación de la Esposa con su Esposo, pues “Cristo es la Cabeza de todo varón” (v. 3), pasamos en el versículo 17 al funcionamiento del Cuerpo, tema nuevo que se prolonga hasta el fin del capítulo 14.
El funcionamiento del Cuerpo
Cuando estamos reunidos en iglesia, ¿cómo ha de conducirse ésta? Tal pregunta tiene para nosotros una importancia capital. Sin duda ya no nos parecemos a la asamblea de Corinto, la que se reunía en conjunto –es decir todos los creyentes de Corinto– en un mismo lugar. Sin embargo, aun cuando no seamos más que dos o tres reunidos al Nombre del Señor, debemos manifestar el orden que conviene al cuerpo de Cristo aquí en este mundo. Al profundizar en este asunto, vemos lo que es la reunión de iglesia: “En primer lugar, cuando os reunís como iglesia…” (v. 18). Hay, pues, en este mundo, una cosa tal como una «reunión de la iglesia o asamblea», del cuerpo de Cristo. Al consultar la Palabra, hallamos que toda «reunión de iglesia» tiene un rasgo común: el Señor está personal y espiritualmente en medio de ella; esto da a la reunión un carácter de bendición que nunca conocerían los creyentes reunidos para evangelizar o predicar la Palabra. Además de este carácter general, la reunión de asamblea tiene otros rasgos particulares:
1) La reunión de asamblea para el culto, del cual la Cena del Señor, memorial de su muerte, es el centro.
2) La reunión de asamblea para la oración, la cual no se menciona aquí, pero sí en Mateo 18:19-20; en ese pasaje, aprendemos que la reunión de iglesia es posible aun para dos o tres personas reunidas alrededor de Jesús como su centro.
3) La reunión de asamblea para edificación por la Palabra, tal como el capítulo 14 de nuestra epístola la describe.
Al abordar el tema de la reunión de iglesia, el apóstol empieza por una desaprobación: “Pero al anunciaros esto que sigue, no os alabo; porque no os congregáis para lo mejor, sino para lo peor” (v. 17). En el versículo 2 les había dicho: “Os alabo, hermanos, porque… retenéis las instrucciones tal como os las entregué”; pero, ¿cómo las realizaban en la práctica? El primer punto, mencionado ya de una manera general en el capítulo 1, pero señalado aquí en relación con las reuniones de asamblea, se refería a las divisiones que reinaban entre ellos; y esta censura es formulada de la manera más seria y solemne. ¿Cómo es que los creyentes, reunidos en asamblea, estando en condiciones de manifestar la unidad entre ellos y con Cristo, osaban dividirse y formar sectas? Sus divisiones aún no los habían separado materialmente. Pero, incluso permaneciendo exteriormente unidos, los creyentes reunidos no se entendían. Cuando la autoridad apostólica no estuvo más para contenerlos, y antes de que la carrera del apóstol Juan terminara, estas divisiones condujeron a cismas. Poco a poco la iglesia se separó en innumerables sectas. El apóstol no los alaba por este desorden, muy al contrario; pero, en la Asamblea de Cristo se hallaban y se hallan aún hoy, gracias a Dios, hombres que en lugar de aprobarlas, se levantan con fuerza contra las sectas, y Dios dice de estos hombres: “Para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados” (v. 19).
De este reproche, el apóstol pasa a otro: “Cuando, pues, os reunís vosotros, esto no es comer la cena del Señor” (v. 20). En aquel tiempo tomaban la Cena antes o después del ágape1 , y ocurría que cada cual traía su propia comida. Pero en lugar de ponerla en la mesa para compartirla con todos, algunos la guardaban para sí y se iban hartos y aun embriagados (algo sin importancia entre los paganos), mientras que los otros tenían hambre. Los desórdenes que se habían introducido por la confusión del ágape con la Cena dan ocasión al apóstol para separarlos y asignarles su lugar correspondiente, como dice en los versículos 33 y 34, y enseñar lo que es la Cena del Señor, tema que no había sido completamente revelado antes por medio del relato de los otros apóstoles. En efecto, por revelación, Pablo hace conocer la verdad en cuanto a esta institución y muestra que había recibido directamente del Señor lo que les comunicaba (v. 23).
- 1Ágape: comida sencilla tomada en común.
La Cena del Señor
La Cena no tiene el mismo aspecto que la Mesa del Señor (cap. 10), donde se manifiesta la unidad del cuerpo de Cristo. La Cena es un memorial. Si bien la Mesa sólo la hallamos allí donde la unidad es puesta de manifiesto, no ocurre lo mismo con la Cena. Esta última es cosa conocida y mantenida en la cristiandad, aunque por cierto muy imperfecta y parcialmente. El pan y la copa son proclamados como un memorial de la muerte de Cristo, y podemos dar gracias a Dios de que esto sea así. En los sistemas ordinarios de la cristiandad no se halla, es verdad, ninguna intención de celebrar la Cena como acto de responsabilidad colectiva, pues, a fin de excusar en lo posible la mezcla de cristianos con el mundo que ha crucificado al Salvador, se afirma que es un acto individual. Sin embargo, no dudamos que almas piadosas hallan allí una bendición al hacer memoria de una obra cumplida en favor de ellas.
Cuatro aspectos de la Cena
1) La Cena es un memorial de la persona del Señor.
2) Es un memorial de su obra.
3) Es una proclamación de la muerte del Señor.
4) Será celebrada hasta que él venga.
1. Un memorial de la persona del Señor
Dos veces el Señor repitió a sus discípulos, al tomar el pan y la copa:
Haced esto en memoria de mí (v. 24-25).
Si asistimos a esta comida con un corazón que no esté lleno de él, no responderemos a su deseo sino de una manera imperfecta.
2. Un memorial de su obra
“Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre” (v. 25). Sabemos que en un tiempo futuro, una nueva alianza será concertada con el pueblo de Israel y no con los cristianos, pues no existe ningún pacto antiguo concertado con la Iglesia. Pero los creyentes gozan ya actualmente de todo el beneficio que, en un día venidero, esta nueva alianza significará para Israel. El capítulo 8 de la epístola a los Hebreos, citando al profeta Jeremías, nos enseña que esta alianza comprende cuatro puntos:
a) “Éste es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré” (Hebreos 8:10), cosa enteramente opuesta a la alianza de la ley que se dirigía al corazón natural del pueblo, y que éste nunca pudo cumplir. Este nuevo pacto no será como el antiguo –o sea un pacto concertado entre dos partes– sino que dependerá de uno solo, a saber, del Señor, que hará su propia obra en sus corazones. En lo que nos concierne, la obra no está por hacer, sino que ya ha sido realizada.
b) “Y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo”. La relación de Israel con Jehová será restablecida (Oseas 1:10); para nosotros ya está establecida y podemos llamarle nuestro Dios y Padre.
c) “Ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos” (Hebreos 8:11). Este conocimiento de Dios lo tenemos por el hecho de que hemos recibido corazones nuevos y una nueva relación con él, mientras que Israel espera aún la alianza que realizará estas verdades en él.
d) “Seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades” (v. 12). Más tarde y para siempre Israel será liberado de sus pecados, los cuales serán echados de la presencia de Dios; pero para nosotros esto ya es un hecho, en virtud de la obra de Cristo, recibida por la fe. Ahora poseemos todo lo que el nuevo pacto significará para Israel, sin que por eso esta alianza sea hecha con nosotros.
Estos cuatro puntos constituyen las bendiciones cristianas; por eso la copa, símbolo de la sangre de Cristo, es nombrada como la copa del nuevo pacto.
3. La proclamación de la muerte del Señor
Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga (v. 26).
Es pues, una proclamación, en medio del mundo, de la muerte del Señor. Actualmente hay una Iglesia de Cristo reunida para anunciar este gran hecho y para darlo a conocer. No es preciso alzar la voz; el hecho mismo de que los cristianos participen de la Cena todos juntos anuncia al mundo, así éste lo tome en cuenta o no, el valor infinito de la cruz de Cristo.
4. La Cena será celebrada “hasta que él venga”
Esperamos su venida. La proclamación de su muerte durará todo el período de su ausencia y cesará desde el momento en que él venga. Entonces el mundo, librado a su suerte, será privado para siempre de lo que menospreció. Y los que tan débilmente han anunciado esta muerte, los que la han comprendido de manera tan incompleta, la celebrarán juntos en la gloria celestial con alabanzas infinitas, alrededor del Cordero inmolado.
Tomar la Cena indignamente
En relación con la Cena, cosas graves pasaban entre los corintios. Algunos la tomaban indignamente. Es necesario comprender la seriedad que encierra semejante acto. Puesto que tenemos parte en un Cristo muerto por nuestros pecados, no debemos comer ni beber sin distinguir el Cuerpo, de lo contrario, beberíamos y comeríamos juicio contra nosotros mismos. ¡Cuán serio es esto! Tal manera indigna de tomar la Cena del Señor, no distinguiéndola de una comida ordinaria, debía traer juicio sobre estos hijos de Dios en Corinto, el que los alcanzó en este mundo, puesto que no estaban ya expuestos al juicio eterno. Se encontraban, pues, entre ellos, muchos débiles y enfermos y un número bastante grande había sido retirado por medio de la muerte. Este pecado era para algunos un “pecado de muerte” por el cual no se podía orar (1 Juan 5:16-17). Para nosotros también es una cosa solemne con la cual hemos de tener mucho cuidado. Nunca olvidemos el juicio de nosotros mismos cuando tomamos la Cena, a fin de que el Señor no se vea obligado a juzgarnos por nuestra falta de piedad y de seriedad, al realizar este acto simbólico al cual nos ha convidado.