Capítulo 8
¿Se pueden comer las cosas sacrificadas a los ídolos?
En este capítulo, el apóstol responde a los corintios acerca de si podían comer cosas sacrificadas a los ídolos. Mediante esta pregunta el Espíritu de Dios va a alcanzar la conciencia de los corintios. Tal vez nos parezca que, como este tema no nos concierne, podríamos dejarlo de lado, pero vamos a ver que de ninguna manera podemos omitirlo. El apóstol empieza diciendo: “Sabemos”, expresión del conocimiento cristiano, pues “todos tenemos conocimiento” (v. 1).
El peligro del conocimiento sin el amor
Después introduce un paréntesis:
El conocimiento envanece, pero el amor edifica. Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo. Pero si alguno ama a Dios, es conocido por él (v. 1-3).
¡Aquí hay, pues, algo que nos concierne a todos! La cuestión de los ídolos es dejada de lado por un momento. Uno puede conocer muy bien la Palabra, exponer con claridad los detalles y el conjunto de ella, hallar la solución a las dificultades que presenta. Sin embargo, este conocimiento, que parece tan deseable, puede ser la fuente de orgullo espiritual, el peor de todos los orgullos. Precisamente éste era el lazo en que se encontraban los corintios. Sus conocimientos, a los que todavía deseaban añadir elementos nuevos, los habían envanecido. El apóstol insiste muchas veces sobre este pecado. Cuando nos ocupamos en las cosas de Dios, no busquemos el conocimiento sin que nuestra conciencia esté en juego, pues “el conocimiento envanece”. Si éste es lo único que poseemos, marchamos hacia la ruina. Una sola cosa edifica: el amor, y si no somos conducidos por el amor, ninguna edificación es posible. En el capítulo 14 veremos que la edificación es el fin de toda acción en la Asamblea; una predicación que no edifica no vale nada, pues “el amor edifica” (cap. 8:1). “Si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo” (v. 2); y el apóstol añade: “Pero si alguno ama a Dios, es conocido por él” (v. 3). ¡Ser conocido por él! ¡Esto es, pues, aquello de que tengo necesidad como creyente! Preciso poseer el conocimiento que Dios tiene de mí: esto me saca de mí mismo. Son las miradas de Dios, y no las mías, las que me sondean y aprecian si en mi corazón hay algún afecto por él. En el Evangelio según Juan, después de la restauración del apóstol Pedro, el Señor le pregunta tres veces: “¿Me amas?” (Juan 21:15-17). Pedro estaba profundamente humillado; sin duda que en él había amor hacia su Salvador, pero respondió lo que un corazón humillado debía responder: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo”. Se remitió al conocimiento de Dios, y no al suyo. Como deseaba que los ojos de Dios se dirigieran hacia su corazón, dijo: «Escudríñame y sondéame». La triste experiencia que había hecho de sí mismo en el patio del sumo sacerdote le había mostrado que no veía claro, pero también que Cristo lo veía, y esto le bastaba. No nos dejemos llevar tras la búsqueda del mero conocimiento; sin el amor que edifica, el conocimiento se convierte en ocasión de caída.
No hay más que un Dios
El apóstol añade: “Sabemos que un ídolo nada es en el mundo, y que no hay más que un Dios. Pues aunque haya algunos que se llamen dioses, sea en el cielo, o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él” (v. 4-6). Tal es el conocimiento cristiano. Pablo añade: “Pero no en todos hay este conocimiento” (v. 7). Había entre ellos personas salidas del paganismo que no habían captado que el ídolo no era nada en sí mismo, de manera que, cuando comían cosas sacrificadas a él, como no podían hacer abstracción del ídolo, sus débiles conciencias se sentían contaminadas. ¿Cómo debían comportarse los corintios frente a esos débiles? El apóstol da prescripciones al respecto. «Tú tienes plena libertad de comer cosas sacrificadas a los ídolos, pero si un hermano, para el cual un ídolo es algo, te ve comer, lo conduces en el mismo camino; su conciencia es contaminada, y, si has contaminado su conciencia, “se perderá el hermano débil” (v. 11)». Esto no quiere decir que el hermano haya perdido su salvación eterna, sino que yo soy responsable de haber conducido a mi hermano débil a tropezar y a dañar su vida espiritual. Dios es poderoso para sacarlo por su gracia, pero yo, por mi conocimiento, habré realizado un acto que hace naufragar a mi hermano. Por este acto, contra Cristo he pecado (v. 12).
Tal es el fin de este capítulo, el cual viene a ser esto: todas las cosas sean hechas para Cristo, en amor. Si es así, puedo estar seguro de que ello será para edificación de mi hermano, en lugar de serlo para destrucción.