La obra cumplida

2 Corintios 13:4 – Mateo 27:33-38 – Marcos 15:22-28 – Lucas 23:33-35 – Juan 19:17-24

“Crucificado en debilidad”

“Y le llevaron a un lugar llamado Gólgota, que traducido es: Lugar de la Calavera” (Marcos 15:22). No reviste mucho interés saber dónde estaba situado ese lugar y por qué tenía ese nombre1 . En cambio, los acontecimientos que ocurrieron allí nos conmueven profundamente. De modo que el nombre Gólgota hará resonar siempre un poderoso eco en el corazón de los creyentes.

Allí el Hijo de Dios fue “levantado de la tierra”; allí “sufrió la cruz, menospreciando el oprobio; allí fue “crucificado en debilidad” (Juan 12:32-33; Hebreos 12:2; 2 Corintios 13:4). Allí, además, fue llevada a cabo la gloriosa obra de la redención, y allí también hallaron su pleno cumplimiento los designios de Dios hacia el hombre pecador.

Lamentablemente, el lenguaje humano no puede describir en toda su dimensión el alcance y las infinitas consecuencias del evento que acabamos de considerar.

Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo, y en seguida le glorificará
(Juan 13:31-32).

El objetivo supremo de la obra que Cristo iba a cumplir en Gólgota era su propia glorificación y la glorificación de Dios en él.

“Y cuando llegaron a un lugar llamado Gólgota, que significa: Lugar de la Calavera, le dieron a beber vinagre mezclado con hiel; pero después de haberlo probado, no quiso beberlo” (Mateo 27:33-34). Aunque Marcos menciona “vino mezclado con mirra” (cap. 15:23), ciertamente se trataba del mismo brebaje, destinado a atenuar los sufrimientos de los crucificados2 . El Señor había dicho, mediante la boca del salmista: “Me pusieron además hiel por comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre” (Salmo 69:21).

El hecho de que el Señor haya probado el brebaje antes de rehusarlo (aunque supiese lo que era) constituye un testimonio muy conmovedor de su perfecta humanidad y de su humillación. Sin embargo, aunque sentía el dolor como nosotros, rehusó todo alivio que pudiera provenir de parte de los hombres: “Mas él no lo tomó” (Marcos 15:23). Rechazó el brebaje que el hombre le ofrecía a fin de beber, plenamente consciente, la copa amarga que había recibido de la mano de su Padre.

“Cuando le hubieron crucificado…”. ¡Qué sobriedad brilla en la Palabra al darnos tan pocos detalles respecto a la crucifixión en sí! Pero escuchemos al Señor expresando su lamentación ante su Padre: “Porque perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla de malignos; horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis huesos” (Salmo 22:16-17). ¿No recordaron los jefes del pueblo estas palabras del salmista, que habían descrito mil años antes lo que ellos acababan de hacer?

“Jesús nazareno… a este… prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole”. “A quien vosotros matasteis colgándole en un madero” (Hechos 2:22-23; 5:30; 10:39). ¡Ah, nosotros sabemos de qué madero se trataba, “porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero”! (Deuteronomio 21:23; Gálatas 3:13). Era el madero de la maldición.

El hombre perdió de vista completamente el hecho de que esa cruz y el mismo Crucificado dan testimonio contra él. El hombre ha hecho de la cruz un objeto de veneración idólatra, así como Israel durante siglos había quemado incienso a la “serpiente de bronce que había hecho Moisés”, sorprendente tipo de Cristo levantado en la cruz. Ezequías quitó del templo esa serpiente de bronce, la hizo pedazos y la llamó Nehustán (cosa de bronce) (2 Reyes 18:4). El creyente da la espalda con repulsión a tales cosas, que solo halagan a la carne y a sus sentimientos religiosos. Pero condena con igual vigor la ausencia de todo sentimiento humanitario, de lo cual la crucifixión de Jesús nos brinda un triste espectáculo.

“Cuando le hubieron crucificado, repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes” (Mateo 27:35). La fácil obtención de algunas vestimentas, la cínica alegría de enriquecerse a expensas de un suplicio, bastaron para barrer de esos corazones endurecidos todas las impresiones que habrían podido hacerles sentir la agonía que presenciaban. Luego vemos cómo el Espíritu Santo se esforzó para producir tales impresiones en algunos de los testigos de esta escena, lo cual redundó en bendición eterna para ellos (Lucas 23:40-49).

¡Con qué minucioso esmero procedieron los legionarios haciendo “cuatro partes, una para cada soldado”, incluso “echando suertes” sobre los vestidos a fin de determinar con equidad, “para ver qué se llevaría cada uno”, en ese lugar donde se acababa de cometer la peor de las injusticias! (Juan 19:23; Marcos 15:24).

Y el pueblo, igualmente desprovisto de toda inteligencia, “estaba mirando”. Para este, mirar al Hijo del Dios vivo, clavado en el madero maldito, era solo un espectáculo y nada más (Lucas 23:35, 48).

Pero, ¿qué significaba todo esto para el Señor, suspendido en una posición tan dolorosa entre el cielo y la tierra? “Ellos me miran y me observan. Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes” (Salmo 22:17-18). “Desechado de los hombres” (Isaías 53:3), Él estaba allí, solitario e incomprendido –soledad e incomprensión que sufrió durante toda su vida–,

semejante al pelícano del desierto… como el búho de las soledades… como el pájaro solitario sobre el tejado
(Salmo 102:6-7).

Sus bienes –herencia insignificante que da testimonio de su completa indigencia– fueron repartidos incluso antes de que muriera.

Sin duda había recibido de una mano amiga la preciosa túnica “sin costura, de un solo tejido de arriba abajo” (Juan 19:23). Él, a quien le pertenecen la plata, el oro y “los millares de animales en los collados” (Hageo 2:8; Salmo 50:10), había renunciado a todo. No poseía ni siquiera un estatero para pagar el impuesto del templo (Mateo 17:24-27).

Así pues, con toda razón, el apóstol Pablo escribió a los corintios: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9).

Todo esto sucedió “para que la Escritura se cumpliese”, tal como el evangelio según Juan lo repite varias veces (Juan 19:24, 28, 36-37). Allí se cumplió en todos los puntos la voluntad de Dios el Padre, la única a la cual se sometió el Hijo. El Espíritu añade inmediatamente: “Y así lo hicieron los soldados”. Esos legionarios romanos, cuya brutalidad parecía prevalecer siempre, incluso sobre el Señor Jesús, solo eran instrumentos en la mano de Dios que cumplían su Palabra de gracia. Era, pues, inútil que ellos custodiasen a su víctima (Mateo 27:36).

“Y pusieron sobre su cabeza su causa escrita”. ¿Cuáles eran los términos? Cada evangelio refiere solo una parte3  de ellos. Si unimos los diversos elementos de lo que fue escrito, obtendremos la siguiente frase: “Este es Jesús nazareno, el Rey de los judíos” (Mateo 27:37; Marcos 15:26; Lucas 23:38; Juan 19:19). “Jesús nazareno” es el Salvador que vino en humillación a esta tierra (Mateo 1:21). “El Rey de los judíos” nos recuerda su dignidad real, pero también que fue rechazado por su pueblo y que un día le será conferida la gloria en este mundo, donde solo halló odio, desprecio y la ignominiosa muerte en la cruz.

Tal era el “título escrito” que pusieron “sobre él”. Estaba “escrito con letras griegas, latinas y hebreas” (Lucas 23:38). De este modo, Dios hacía proclamar desde lo alto de la cruz –en las lenguas más conocidas en aquella época, utilizadas una por el mundo de la cultura, la segunda por el mundo oficial y la tercera por el mundo religioso– las soberanas prerrogativas de su Hijo, en el preciso momento en que era objeto de un trato tan humillante. Esta proclamación era perfectamente visible y comprensible para todos los que pasaban frente a la cruz. Por otra parte hacía constar la locura de la acusación lanzada contra el Señor Jesús. Bien podemos cantar: «En el oprobio, brilló Tu gloria en la cruz», porque la fe discierne en el Crucificado su humillación y gloria infinitas.

“Y muchos de los judíos leyeron este título; porque el lugar donde Jesús fue crucificado estaba cerca de la ciudad… Dijeron a Pilato los principales sacerdotes de los judíos: No escribas: Rey de los judíos; sino, que él dijo: Soy Rey de los judíos” (Juan 19:20-21). Los principales sacerdotes no querían reconocer el hecho anunciado en el título, cuya ironía intencional los irritaba de igual modo. Ellos se sintieron forzados a referirse a ello ante el representante de César, frente al cual acababan de decir que no querían otro rey que su amo (Juan 19:15). Esto generó una mordaz negativa de parte de Pilato: “Lo que he escrito, he escrito”. Es notable que haya sido Pilato, un adversario de la verdad, el hombre de quien Dios se sirvió para dar testimonio a la verdad en cuanto a su Hijo, y para proclamar al mundo entero que él es “Jesús nazareno, Rey de los judíos”.

“Entonces crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha, y otro a la izquierda” (Mateo 27:38). El Señor Jesús había salido de la ciudad con esta infamante compañía (Lucas 23:32), y junto a los dos malhechores fue crucificado, de manera que el más ciego de los pecadores puede reconocer qué lugar le dio el hombre a Aquel que “es Dios sobre todas las cosas” (Romanos 9:5). También “se dispuso con los impíos su sepultura”; pero “con los ricos fue en su muerte” (Isaías 53:9; Mateo 27:57-60). Sin embargo, durante todo el tiempo que Dios quiso, y en tanto que ello fuera necesario para dar cumplimiento a sus designios, Él permitió que el hombre diese libre curso a su maldad. Así, el Justo “fue contado con los pecadores” (Isaías 53:12).

Y se cumplió la Escritura que dice: Y fue contado con los inicuos
(Marcos 15:28).

En Juan 19:18, leemos: “Y allí le crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio”. ¡Qué diferente fue su parte cuando, después de la cruz y habiendo salido de la tumba como “el primogénito de entre los muertos” (Colosenses 1:18), “vino Jesús” y se puso “en medio” de los suyos! (Juan 20:19). Y tal es el privilegio que estos disfrutan aún hoy por la fe (Mateo 18:20).

Cuando ellos sean introducidos en el cielo, lo verán cual un “Cordero… inmolado”, situado allí “en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos” (Apocalipsis 5:6), y le darán el homenaje eterno de su adoración. Entonces los que rodearán al amado Señor y Salvador ya no serán los malhechores, sino sus amados redimidos.

Cuando el Señor Jesús vuelva a la tierra, aparecerá “con (o en medio de) sus santas decenas de millares” (Judas 14), ya no en humillación, sino rodeado de gloria; ya no como el Cordero inmolado, sino como “el León de la tribu de Judá” que “ha vencido” (Apocalipsis 5:5); ya no para salvar, sino “para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él” (Judas 15). ¡Cuán terrible será la parte de los que fueron jueces y verdugos del Señor!

  • 1El único detalle que las Escrituras refieren acerca de esto es que Gólgota, aunque “fuera de la puerta”, estaba “cerca de la ciudad”; probablemente en un lugar de tránsito frecuente (Juan 19:20).
  • 2Para este propósito se utilizaba vino ácido, al cual Mateo llama “vinagre”. La “hiel” era un producto amargo, tal como el aceite de mirra. Varios manuscritos del evangelio según Mateo emplean el término “vino”, en lugar de “vinagre”.
  • 3Algunos piensan que el texto habría sido redactado de manera diferente en cada una de las tres lenguas empleadas por Pilato. Marcos daría lo esencial, es decir, el objeto principal de la acusación, mientras que cada uno de los otros tres evangelios habría referido una de las tres inscripciones. Parece difícil conciliar tal opinión con el texto de Lucas 23:38.