La gloria moral del Señor Jesucristo

La gloria moral del Señor Jesucristo

El tema de mi meditación en estas páginas es la gloria moral del Señor Jesús o, según nuestro modo de hablar, el carácter de nuestro Señor. En él todo subía a Dios como sacrificio de olor grato. Cualquiera de las expresiones de lo que él era, aun la menor, y cualquiera fuese la circunstancia a que ella se refiriese, era un perfume de incienso. En su persona –pero únicamente en ella, por cierto– el hombre fue reconciliado con Dios. En Jesús, Dios volvió a hallar su complacencia en el hombre, y eso, además, con un incremento inefable, puesto que en Jesús el hombre es más caro para Dios que lo que hubiera podido serlo en una eternidad de inocencia adámica.

La persona y la obra de Cristo

La persona y la obra de Cristo

Siempre hallamos frescura en cada porción de la Palabra de Dios, pero más especialmente en aquellas partes que nos presentan a la bendita Persona del Señor Jesús; que nos dicen lo que era, lo que hacía, lo que decía, cómo lo hacía y cómo lo decía; que lo presentan a nuestros corazones en sus idas y venidas y en sus inmaculados caminos; en su espíritu, tono y manera, en su mirada y en su gesto. Hay algo en todo esto que domina y atrae el corazón. Es mucho más poderoso que la mera declaración de doctrinas, por importantes que sean, o que el establecimiento de principios, por profundos que sean.

La progresiva revelación de Dios

La progresiva revelación de Dios

“Jehová ha dicho que él habitaría en la oscuridad” (2 Crónicas 6:1). Cuando la nube –presencia de Dios– llenó el tabernáculo o el templo, ni los sacerdotes ni el mismo Moisés, en su tiempo, podían penetrar en él, “porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Dios” (Éxodo 40:35; 2 Crónicas 5:14). Él “habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver” (1 Timoteo 6:16). En otras palabras, él es desconocido en la tierra, permanece inaccesible en la luz celestial. Cuando Moisés desea ver la gloria de Dios, Jehová le responde: “No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá” (Éxodo 33:20). Sin embargo, a través de los siglos –como lo dice Pablo a los atenienses– algunos han buscado “si en alguna manera, palpando, puedan hallarle” (Hechos 17:27). Incluso un filósofo griego como Platón no pudo más que «palpar». Era necesario que Dios se revelase.

Ver a Jesús por donde anduvo

Ver a Jesús por donde anduvo

Al final de su vida en esta tierra el apóstol Juan, aquel a quien Jesús amaba y con quien tenía mayor intimidad que con otros, nos dice con emoción: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida… lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido” (1 Juan 1:1-4).

¡Cumplido está!

¡Cumplido está!

Pensamientos sobre el Salmo 22

De este Salmo 22 se puede decir con propiedad que constituye el centro moral del libro de los Salmos, pues nos muestra la obra del Señor Jesús, la que hace posibles todas las bendiciones contenidas en el resto del libro y el cumplimiento del consejo de Dios para con su pueblo y para con la tierra. Estamos aquí en presencia de lo que está en el corazón mismo del pensamiento de Dios con respecto a su gloria y también con respecto a nuestra bendición: los sufrimientos de Cristo durante las tres últimas horas de la cruz.

¿Quién es Jesús?

¿Quién es Jesús?

Cuando Jesús preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:15-16). Se lo había revelado el Padre, y por esta razón es llamado “bienaventurado”. Al final de su vida, sabiendo que en breve debía abandonar el cuerpo (2 Pedro 1:14), el apóstol hace una exhortación muy importante: “Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (cap. 3:18). De un modo muy simple, y sin duda muy parcialmente, hemos intentado mostrar algunas de las glorias de esta Persona maravillosa, cuya profunda contemplación puede transformar nuestras vidas (2 Corintios 3:18). Mientras estemos en la tierra, nunca podremos escudriñar todo este misterio. “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre” (Mateo 11:27). En su oración, el mismo Señor Jesús decía: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3). Efectivamente, “este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Juan 5:20).