Marcos

Pláticas sencillas

Marcos

Introducción

Cuando comenzamos nuestras pláticas sobre Mateo, notamos que cada uno de los cuatro evangelios posee su propio carácter. Es importante recordar esto para comprender el pensamiento de Dios en los diferentes escritos. Dios nos revela en ellos las diversas glorias de su Hijo en su manifestación sobre la tierra, mucho más ampliamente que si hubiéramos tenido un solo relato. Dichos escritos inspirados por el Espíritu Santo presentan a Cristo al mundo para que este crea en Él.

El relato confiado a Mateo nos presenta a Emanuel: “Dios con nosotros” (Mateo 1:23), el Ungido de Dios, el Cristo, el Rey prometido a Israel. Su nombre Jesús significa “Jehová Salvador”, pues él es quien venía para salvar a su pueblo de sus pecados. Al mismo tiempo, es presentado como Hijo de David e Hijo de Abraham, a quienes les fueron dadas las promesas, y de quienes según la carne, el Mesías debía descender. Además, en el evangelio según Mateo se mencionan por primera vez la Iglesia. Esta había de reemplazar a los judíos como testimonio de Dios sobre la tierra, pues ellos rechazaron las bendiciones que les traía el Mesías, así como su resurrección predicada por los apóstoles en el libro de los Hechos.

En el evangelio según Lucas, el Señor Jesucristo es presentado como el Hombre según el corazón de Dios; “nacido de mujer”, enviado “en semejanza de carne de pecado”, pero sin pecado. Su genealogía se remonta hacia Adán y hasta Dios. En Lucas tenemos un cuadro de la obra de la gracia divina cuya actividad continúa hasta el día de hoy en favor de un mundo perdido. Los dos primeros capítulos revelan la existencia de unos pocos judíos fieles, verdadero remanente piadoso de Israel, cuya fe en las promesas divinas le permitió ver su cumplimiento en la Persona de su Salvador.

En el evangelio de Juan no se menciona ninguna genealogía del Señor, ningún detalle de su nacimiento; pero leemos esta declaración divina: “Aquel Verbo fue hecho carne” (Juan 1:14). El Creador de todas las cosas aparece en la tierra como cuando despunta el sol en el horizonte. Es la Luz y la Vida de los hombres, es el Hijo unigénito del Padre.

Habiendo sido presentado de esta manera, es rechazado inmediatamente: “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (v. 10-11). Para conocerlo y recibirlo el hombre necesita una nueva naturaleza, la cual le es comunicada mediante el nuevo nacimiento, fruto de una intervención divina: “A todos los que le recibieron… les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (v. 12).

Finalmente, en el evangelio según Marcos, el Espíritu Santo presenta al Señor Jesús como Siervo y Profeta de Dios. De esta manera había sido anunciado en el Antiguo Testamento. Era una promesa cuyo cumplimiento se esperaba: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis… Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare” (Deuteronomio 18:15, 18). Así lo esperaban los jefes religiosos de Israel, aunque sus convicciones eran meramente teológicas: “¿Eres tú el profeta?”, preguntaron los sacerdotes y levitas a Juan el Bautista (Juan 1:21). El apóstol Pedro lo presentó bajo este carácter cuando predicó a Jesús al pueblo: “El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos… y toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo” (Hechos 3:22-23). Este dictamen iba a cumplirse sobre Israel pues acababa de rechazar a su Mesías, el Profeta que le había sido enviado.

En los primeros versículos del capítulo 42 de Isaías, Dios revela el carácter de humildad de su Siervo perfecto, como fue manifestado en su servicio. “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones. No gritará, ni alzará su voz… No se cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra justicia” (v. 1-2, 4). El pueblo de Israel, a quien se le había confiado la administración de los consejos de Dios según el Antiguo Testamento, es a menudo llamado el siervo de Jehová. Sin embargo, por su infidelidad, al igual que el hombre cuando Dios pone algo bajo su responsabilidad, fue puesto de lado, y su administración y su privilegio le fueron quitados.

El Señor Jesús, como Siervo de Dios, fue “fiel al que le constituyó” (Hebreos 3:2). Respondió plenamente a la misión que le fue confiada, aún cuando sufrió el más cruel rechazo por parte de su pueblo y del mundo: “Mi siervo eres, oh Israel, porque en ti me gloriaré” (Isaías 49:3); notemos que el Señor es llamado aquí “Israel” (esto es: Vencedor o Príncipe de Dios).

“Pero yo dije: Por demás he trabajado, en vano y sin provecho he consumido mis fuerzas; pero mi causa está delante de Jehová, y mi recompensa con mi Dios. Ahora pues, dice Jehová, el que me formó desde el vientre para ser su siervo, para hacer volver a él a Jacob… Poco es para mí que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob… también te di por luz de las naciones” (Isaías 49:4-6). El precioso capítulo 53 del mismo profeta, junto a los últimos versículos del capítulo anterior, exaltan la perfección del Siervo de Dios, perfección que llegó hasta el sacrificio supremo en la cruz: “He aquí mi siervo será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto” (cap. 52:13). “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos” (cap. 53:11).

Estos y otros muchos textos preanunciaban claramente los caracteres del ministerio del Señor Jesús. En el evangelio de Marcos lo encontramos relatado de manera particular, haciendo énfasis en la manera fiel y diligente con que el Señor cumplió su servicio de amor para la gloria de Dios.

Notemos que este evangelio sigue la cronología de los hechos, presentándolos en el orden en el cual acontecieron. Sin embargo, al igual que en los demás evangelios, Marcos no relata todo lo que hizo el Señor, tampoco menciona todas sus enseñanzas. Entre los innumerables hechos cumplidos, toma aquellos que presentan a Cristo como Siervo perfecto, de modo que se pudo decir: “Bien lo ha hecho todo” (Marcos 7:37). Revela el pensamiento de Dios que nos es útil conocer y no lo que hubiera satisfecho nuestra curiosidad. El apóstol Juan precisa que su evangelio no contiene todo lo que hizo Jesús, sino lo que era necesario para lograr el propósito del Espíritu Santo. “Para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (cap. 20:31). Y agrega que si se hubieran relatado una por una las cosas que hizo Jesús, no cabrían en el mundo todos los libros que se habrían de escribir (cap. 21:25). Esto significa que lo infinito, que es Dios mismo, no puede caber en lo finito y limitado de la mente humana. “¿Es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener” (1 Reyes 8:27).

Ahora bien, ¿quién era Marcos? No era uno de los doce discípulos que siguieron al Señor en los años del divino ministerio. Es mencionado por primera vez bajo el nombre de Juan en los Hechos de los Apóstoles (cap. 12:12, 25; 15:37). Vivía en Jerusalén con su madre María en cuya casa se reunían los creyentes para orar; allí, en cierta ocasión, oraron de manera particular por Pedro. Faltan pruebas para afirmar que era el hijo carnal de Pedro (1 Pedro 5:13). Marcos salió de Jerusalén acompañando a su tío Bernabé y a Saulo (Pablo) hasta Antioquía. Luego prosiguió con ellos como ayudante en el primer viaje apostólico que llevó el Evangelio a los gentiles. Pero Marcos abandonó a los apóstoles y volvió a Jerusalén. Más tarde, precisamente a raíz de esta circunstancia, Pablo rehusó los servicios de Marcos para otro viaje. Entonces Bernabé lo tomó consigo para viajar hacia Chipre (Hechos 15:37). Sin embargo, volvemos a encontrar a Marcos junto al apóstol Pablo. En la carta a los Colosenses lo recomienda a sus cuidados (cap. 4:10), y en la carta a Filemón envía sus saludos (v. 24). Marcos fue fiel y útil en el ministerio de la Palabra. Pablo lo reclamó desde Roma para su servicio en circunstancias difíciles y peligrosas, cuando se encontraba en vísperas de ser un mártir del Evangelio (2 Timoteo 4:11).

Indudablemente, como todos los que son llamados por el Maestro, Marcos debió pasar por numerosas experiencias que le fueron de provecho. De esta manera, le fue confiado un servicio especial. Debió aprender a poner de lado toda consideración carnal, hasta las más legítimas. Tuvo que reconsiderar los motivos que lo impulsaron a abandonar a los apóstoles en su primer viaje misionero. Debió renunciar a todo lo que un judío podía apreciar en Jerusalén, para trabajar con el apóstol de los gentiles en Roma. Estas experiencias formaron el carácter de Marcos, haciendo de él un instrumento dócil e inteligente a la vez. Bajo la dependencia del Espíritu Santo pudo escribir el evangelio que presenta al Señor Jesús en su servicio de amor y su entrega hasta la muerte.

Quiera Dios abrir nuestro corazón y nuestra mente, como lo hizo con Marcos, mientras leemos y meditamos este evangelio.