Marcos

Pláticas sencillas

Capítulo 13

Advertencias de Jesús a sus discípulos

Saliendo Jesús del templo, uno de los discípulos le habló sobre las inmensas piedras y edificios que componían dicho edificio, cuya imponente grandeza hacía pensar que tendría una duración perpetua.

Jesús, respondiendo, le dijo: ¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra, que no sea derribada (v. 2).

Jesús y los suyos continuaron su camino fuera de Jerusalén, descendieron al valle de Cedrón, para luego ascender al monte de los Olivos. Allí se sentaron, teniendo al frente los edificios del templo. Preocupados por la respuesta del Señor, Pedro, Santiago, Juan y Andrés le preguntaron en privado: “Dinos, ¿cuándo serán estas cosas? ¿Y qué señal habrá cuando todas estas cosas hayan de cumplirse?” (v. 4). En este evangelio el Espíritu de Dios, fiel al propósito de resaltar lo que está relacionado con el servicio, solo nos recuerda de esta conversación lo concerniente al ministerio futuro de los discípulos. Por eso hay menos detalles que en el tema correspondiente en Mateo, donde se habla más del Mesías y del establecimiento del reino. Aquí todo es más breve, más simple, más apropiado para el propósito que Dios tiene en vista.

En su respuesta, Jesús dio a los discípulos las enseñanzas y advertencias que les serían útiles a partir del momento en que los dejara, hasta su regreso en gloria. Todo lo que aquí les dice está relacionado con los judíos y el establecimiento del reino, pero expresado de tal manera que se aplica al ministerio que los apóstoles cumplieron poco después de la ascensión del Señor, así como el que será retomado en medio de los judíos después del rapto de la Iglesia. La Iglesia y su historia se desarrollan en los siglos que separan estos dos acontecimientos. Hoy todavía nos encontramos en ese tiempo; estos pasajes no lo mencionan, ni ninguna profecía del Antiguo Testamento, como a menudo hemos tenido la oportunidad de ver. El servicio de los apóstoles fue primeramente hacia los judíos, pero estos no escucharon a los apóstoles que les presentaban a su Mesías ascendido al cielo, como tampoco habían escuchado al mismo Señor, por esta razón los apóstoles continuaron su ministerio a favor de la Iglesia. Cuando Dios vuelva a tratar con su pueblo terrenal, los discípulos que se levanten de en medio de los judíos, que hayan regresado de Palestina, se alegrarán al encontrar en este capítulo, como en Mateo y otros pasajes, las enseñanzas que Jesús les dio. El Señor divide en dos partes el tiempo durante el cual su testimonio será dado. La primera comprende el período que transcurre desde su partida hasta el establecimiento del ídolo en el templo de Jerusalén (v. 5-13), y la segunda va desde este momento hasta su manifestación gloriosa al mundo (v. 14-27).

Primera parte

Jesús comienza advirtiendo a sus discípulos contra los seductores que, en esos tiempos de angustia, se presentarán en su nombre, cada uno afirmando ser el Mesías, para apartarlos de la fidelidad a Cristo, mientras lo esperan. Cuando el Señor venga, nadie podrá confundirse, porque su venida será con gran poder y gloria (v. 26). En estos tiempos habrá guerras y “rumores de guerras” (v. 7), ocasionadas por todos los preparativos bélicos entre las naciones respecto a los judíos, ya sea para defenderlos o para atacarlos; todos se levantarán “contra Jehová y contra su Ungido” (Salmo 2:2). Habrá terremotos en varios lugares, hambrunas y disturbios. Pero por muy aterradores que sean estos acontecimientos, solo serán “principios de dolores” (v. 8). En cuanto a los siervos del Señor, serán entregados “a los concilios, y en las sinagogas” serán azotados; serán llevados ante los gobernadores y los reyes por causa del nombre de Cristo, “para testimonio a ellos” (v. 9). Estas cosas les sucedieron a los discípulos a quienes Jesús se dirigía; así lo vemos en el libro de los Hechos; lo mismo sucederá a los que los seguirán en el futuro.

Antes del fin, el Evangelio aún debe ser predicado a todas las naciones. El Evangelio de la gracia fue predicado por los apóstoles, y el Evangelio del reino será anunciado en esos días, aún futuros, por fieles creyentes judíos. El Señor exhorta a los discípulos a no preocuparse por lo que tendrán que decir cuando sean entregados a las autoridades, pues todo les será dado en esa misma hora con la ayuda del Espíritu Santo. Testigos de todos los tiempos han experimentado esto. Personas muy jóvenes testificaron con verdadero poder y sabiduría divina durante las persecuciones, en presencia de enemigos que usaron artimañas diabólicas para ultrajarlos. Podemos contar con los mismos recursos cada vez que somos llamados a dar testimonio de la verdad.

El poder del mal será tan grande en esos días –como lo ha sido en todas las persecuciones–, que los vínculos naturales no protegerán del odio de los perseguidores a ningún miembro de la misma familia. Jesús dijo: “El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres, y los matarán. Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, este será salvo” (v. 12-13). Los que permanezcan fieles en estas circunstancias tan dolorosas, sin ser desviados por la sutileza de sus enemigos ni por las dificultades, llegarán al momento de la liberación que el Señor traerá con su venida.

Apreciemos la gracia que se nos ha concedido de vivir en días en que podemos dar testimonio en nuestras familias, entre los hombres, sin sufrir persecución, esperando la liberación por medio de la venida del Señor, que puede tener lugar de un momento a otro, para llevar con él a los suyos, a los que son salvos. Para cada uno de los redimidos surge esta pregunta: ¿Cómo damos testimonio de Aquel que nos ha salvado? ¿De qué manera aprovechamos los tiempos de paz que Dios nos concede para servirle?

Segunda parte

Llegará un momento en que ya no será posible dar testimonio en Judea; los fieles tendrán que huir, cuando vean la idolatría establecida en el templo de Jerusalén. Jesús lo anuncia a sus discípulos diciendo: “Cuando veáis la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel, puesta donde no debe estar (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea huyan a los montes. El que esté en la azotea, no descienda a la casa, ni entre para tomar algo de su casa; y el que esté en el campo, no vuelva atrás a tomar su capa” (v. 14-16). En ese momento todo el pueblo judío habrá apostatado, es decir, habrá rechazado a Dios como objeto de su culto, para adorar a un ídolo o abominación colocado en el lugar santo (ver Daniel 12:11). El anticristo, o rey de los judíos, y su aliado, la cabeza del imperio Romano, ejercerá libremente un poder satánico casi ilimitado contra aquellos que rehúsen someterse al nuevo culto (Daniel 7:21, 25; 11:36-39). Por eso durante ese tiempo, que será de tres años y medio, los fieles no podrán resistir; tendrán que huir para salvar sus vidas. Solo quedará un pequeño testimonio en Jerusalén, representado por los dos testigos de Apocalipsis capítulo 11, quienes al final de estos terribles días serán condenados a muerte, pero resucitarán de entre los muertos después de tres días y medio, y ascenderán al cielo ante los ojos de sus enemigos.

El poder perseguidor del anticristo y de la bestia romana estallará de manera tan inesperada en un momento en que públicamente el ídolo reemplazará a Dios en su templo, que se advierte a los fieles a no perder ni un instante, ni siquiera para llevar las cosas más necesarias como la ropa o cualquier cosa que no tengan a mano. El Señor piensa en todo lo que podría obstaculizar la huida de este residuo; piensa en las madres que tengan hijos con ellas; les dice que oren para que su huida no sea en invierno, para que no tengan que sufrir las inclemencias del tiempo que podrían retrasar su huida, pues, dice: “Aquellos días serán de tribulación cual nunca ha habido desde el principio de la creación que Dios creó, hasta este tiempo, ni la habrá. Y si el Señor no hubiese acortado aquellos días, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos que él escogió, acortó aquellos días” (v. 19-20).

¿A qué precio tendrán que ser salvos estos fieles para estar presentes cuando Cristo les traiga la liberación por medio de su venida? Nosotros tenemos el privilegio de vivir en un tiempo en que las leyes protegen a todos los hombres sin distinción, cualquiera que sea su fe, y de esperar en paz el regreso del Señor para llevarnos con él a las moradas celestiales, a fin de acompañarlo cuando venga a establecer su reino (Zacarías 14:5, al final).

En esos días los discípulos no solo tendrán que enfrentarse a la violencia de Satanás, sino también a sus mentiras y astucias. Jesús les advierte diciendo: “Entonces si alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo; o, mirad, allí está, no le creáis. Porque se levantarán falsos cristos y falsos profetas, y harán señales y prodigios, para engañar, si fuese posible, aun a los escogidos” (v. 21-22). Los malvados sabrán que los fieles esperan la liberación a través de la venida de Cristo; tratarán de engañarlos haciéndoles creer que Él está aquí o allá. Para triunfar en su engaño, tendrán a su disposición el poder satánico con el que realizarán milagros. En Apocalipsis 13:13-14 se dice de la bestia, tipo del anticristo: “Hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego del cielo a la tierra delante de los hombres. Y engaña a los moradores de la tierra con las señales que se le ha permitido hacer”. En el Salmo 74:4 leemos: “Tus enemigos vociferan en medio de tus asambleas; han puesto sus divisas por señales”. En el versículo 9 del mismo Salmo dice: “No vemos ya nuestras señales” –es decir, los milagros del Espíritu Santo–, “no hay más profeta, ni entre nosotros hay quien sepa hasta cuándo”. Los malvados admirarán el poder que realizará estas señales o milagros, y serán seducidos. Pero los fieles, que se beneficiarán de las enseñanzas del Señor, serán guardados. “Mas vosotros mirad” –dijo Jesús–, “os lo he dicho todo antes”. En todos los tiempos, hoy como entonces, la única guía segura es la Palabra de Dios. Por medio de ella Dios nos dice todo lo que necesitamos saber para permanecer fieles y llegar a un buen fin.

“En aquellos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias que están en los cielos serán conmovidas” (v. 24-25). Este lenguaje simbólico se refiere a las diversas autoridades y poderes que Dios había establecido sobre los hombres para gobernarlos bajo su dependencia. En vez de reconocer a Dios como fuente de su poder, se pondrán bajo la autoridad de Satanás; por lo tanto, ya no darán luz a los hombres; caerán de su alta posición. En aquel tiempo, los fieles

Verán al Hijo del Hombre, que vendrá en las nubes con gran poder y gloria. Y entonces enviará sus ángeles, y juntará a sus escogidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo (v. 26-27).

El glorioso poder del Hijo del Hombre sucederá al tenebroso poder de Satanás, y enviará a sus mensajeros a reunir de entre las diez tribus a los judíos aún dispersos entre las naciones en aquel tiempo, los que habrán entrado en Palestina antes de la venida de Cristo, pertenecientes a las tribus de Judá y Benjamín.

Este glorioso momento para el débil remanente, perseguido y sufrido, será terrorífico para los malvados. Así lo describen muchos salmos, donde vemos celebrar la liberación y el triunfo de los justos, mientras los juicios sin misericordia caen sobre los que los han odiado. Si ignoramos que la mayoría de los salmos hablan de este tiempo, y si lo aplicamos a los tiempos actuales de gracia, nos extraviamos. No entendemos. Llegamos a acusar a Dios de injusticia, e incluso no tememos decir que estos salmos, que algunos llaman «salmos de venganza», no son inspirados. Por no distinguir las diversas dispensaciones, tergiversamos las Escrituras, pretendiendo ser mejores y más sabios que Dios. Si no entendemos ciertas partes de la Biblia, debemos concluir que somos ignorantes, y creer, diciendo a Dios como el salmista: “Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley” (Salmo 119:18).

Exhortaciones a la vigilancia

En Oriente, cuando las hojas de la higuera brotan, se sabe que el verano está cerca. Jesús dijo a sus discípulos que lo mismo les sucedería a ellos cuando las cosas de las que había hablado tuvieran lugar; ellos sabrían que su venida para establecer el reino iba a llegar. En efecto, será un verano maravilloso, ya que el milenio sucederá a un invierno frío y oscuro, hacia el final del cual las primeras señales de su liberación animarán a los discípulos. Jesús les dijo de nuevo: “De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (v. 30-31). En los últimos tiempos, la generación rebelde y perversa de los judíos se encontrará con los mismos caracteres de odio y oposición a Dios que en los días en que Jesús y sus apóstoles ejercían su ministerio. Esto no significa que sean las mismas personas de entonces, ya que hay toda la duración de la dispensación actual entre dichos acontecimientos; pero esta generación tendrá el mismo carácter. Moisés usa una expresión similar en Deuteronomio 32:5 y 20.

Los discípulos podrán confiar en la palabra de Jesús, que es la palabra de Dios, aun cuando todo parezca oponerse a su cumplimiento. Lo que parece estable, como el cielo y la tierra, pasará, pero su Palabra permanecerá. Hasta que se cumpla, los discípulos no tendrán nada que temer. En cuanto al momento de su cumplimiento, nadie lo sabe, ni aun los ángeles que están en el cielo, ni siquiera el Hijo, el Hijo visto en su dependencia como siervo, porque el siervo no sabe lo que hace su señor. Solo Dios el Padre sabe en qué momento vendrá el Señor. Por eso es necesario velar y orar, para permanecer en el estado en que el amo desea encontrar a sus siervos cuando regrese. “Es como el hombre que yéndose lejos, dejó su casa, y dio autoridad a sus siervos, y a cada uno su obra, y al portero mandó que velase. Velad, pues, porque no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa; si al anochecer, o a la medianoche, o al canto del gallo, o a la mañana; para que cuando venga de repente, no os halle durmiendo. Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad” (v. 34-37).

El Señor salió de la tierra para ir al cielo; pero tiene una casa en la tierra, un estado de cosas en el cual su autoridad debe ser reconocida. Allí dejó a sus siervos, asignó a cada uno su obra, y dejó un portero en la entrada para que vigile durante la noche, hasta que él regrese. Este portero representa a todos los que esperan al Señor, hoy como entonces, porque la exhortación a vigilar se dirige a los fieles de todos los tiempos. La actitud de cada discípulo de Cristo es la de un portero, hasta que el Señor vuelva. Para esperar al Señor, debemos tener nuestros corazones ocupados de él; porque lo que espiritualmente nos duerme en la noche moral en la que debemos velar es dejarnos absorber por las cosas del mundo. Si ellas satisfacen nuestros corazones, ¿por qué querríamos dejarlas? ¿Por qué esperar a Aquel cuya venida perturbaría nuestras vidas y planes? Velar es el estado de quien no puede encontrar descanso en la noche de este mundo; él espera a su Maestro obedeciendo su voluntad; no puede traicionar su confianza. El descanso vendrá después y será eterno, en el gozo de la presencia del Señor a quien esperamos. Vale la pena esperar un futuro así. Nuestro precioso Señor y Salvador es digno de ello. Recordemos sus últimas exhortaciones:

“Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad” (v. 37)