¿Quién es Jesús?
Cuando Jesús preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:15-16). Se lo había revelado el Padre, y por esta razón es llamado “bienaventurado”. Al final de su vida, sabiendo que en breve debía abandonar el cuerpo (2 Pedro 1:14), el apóstol hace una exhortación muy importante: “Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (cap. 3:18). De un modo muy simple, y sin duda muy parcialmente, hemos intentado mostrar algunas de las glorias de esta Persona maravillosa, cuya profunda contemplación puede transformar nuestras vidas (2 Corintios 3:18). Mientras estemos en la tierra, nunca podremos escudriñar todo este misterio. “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre” (Mateo 11:27). En su oración, el mismo Señor Jesús decía: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3). Efectivamente, “este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Juan 5:20).
Compañeros de obra
En nueve de las trece epístolas que llevan su nombre, Pablo se llama a sí mismo “apóstol”. En aquellas iglesias en la cuales enseñanzas erróneas empezaban a difundirse (Corinto, Galacia, Colosas), era necesario subrayar la autoridad apostólica para combatirlas.
David (1)
En el secreto El Llamamiento Jehová mira el corazón (1 Samuel 16:4-13).
David (10)
Como centro de reunión, David había atraído alrededor de sí a muchos, pero el relato sagrado quiso conservar también los rasgos de compañeros y amigos en los que había suscitado devoción. Jonatán
David (11)
Alabanza después de los años de pruebas.
David (2)
En el desierto David huye y va primeramente a Samuel en Rama. Él y Samuel se fueron y moraron en Naiot (1 Samuel 19:18).
David (3)
Experiencias de los años de exilio (continuación) Las liberaciones de Dios
David (4)
Rey Por su actitud entre los filisteos, David había perdido todo derecho al trono. Si Dios no hubiese intervenido, habría combatido contra su propio pueblo, descalificándose así completamente para ocupar el cargo que lo esperaba. Es pues solo la gracia la que le otorga el reino.
David (5)
Padre de familia El que piensa estar firme, mire que no caiga (1 Corintios 10:12)
David (6)
Betsabé (continuación)
David (7)
Adonías y Salomón
David (8)
Tipo de Cristo Las aflicciones y las glorias “Los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos” (1 Pedro 1:11)
David (9)
Centro de reunión
David, período de formación
1 Samuel 16:7
Jehová mira el corazón. (1 Samuel 16:7)
El Nombre que congrega
Jesús: “No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Tampoco hay otra persona que sea el centro de la reunión de los redimidos (Mateo 18:20). El deseo del Señor también es congregar a sus redimidos alrededor Suyo, para ser su Centro. Pero uno debe tener mucho cuidado para no aplicar estricta y teóricamente las verdades concernientes a la congregación, mientras individualmente deshonra al Señor, lo cual desacredita Su Nombre y Su testimonio, además de ser piedra de tropiezo para los que quieren acercarse.
La nueva vida del creyente
Uno no es salvo por las buenas obras que cumpla: “Dios… nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia” (Tito 3:5). Es también un grave error pensar que es necesario completar de alguna manera la obra de Cristo respecto de nuestros pecados, al cumplir buenas obras que nos acrediten méritos (Efesios 2:9). La Palabra de Dios es muy clara: hemos sido “creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10).
La oración
Primero es necesario escuchar, luego hablar. “Hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero” (Éxodo 33:11). Hoy el creyente goza de un privilegio aún mayor: comunicarse con Dios no solo como con su amigo, sino escucharle y hablarle como a su Padre.
La progresiva revelación de Dios
“Jehová ha dicho que él habitaría en la oscuridad” (2 Crónicas 6:1). Cuando la nube –presencia de Dios– llenó el tabernáculo o el templo, ni los sacerdotes ni el mismo Moisés, en su tiempo, podían penetrar en él, “porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Dios” (Éxodo 40:35; 2 Crónicas 5:14). Él “habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver” (1 Timoteo 6:16). En otras palabras, él es desconocido en la tierra, permanece inaccesible en la luz celestial. Cuando Moisés desea ver la gloria de Dios, Jehová le responde: “No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá” (Éxodo 33:20). Sin embargo, a través de los siglos –como lo dice Pablo a los atenienses– algunos han buscado “si en alguna manera, palpando, puedan hallarle” (Hechos 17:27). Incluso un filósofo griego como Platón no pudo más que «palpar». Era necesario que Dios se revelase.
La tentación y el socorro divino
¿Qué es la tentación? Es la incitación a pecar. Y pecar es, fundamentalmente, hacer la propia voluntad, la cual se opone a lo que uno sabe que es la voluntad de Dios. Esta “voluntad de Dios” la resume el Señor mismo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas… Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:30-31).
Las siete fiestas de Jehová
Levítico 23 – Números 28 – Números 29 – Deuteronomio 16
Las fiestas de Jehová, como están expuestas en Levítico capítulo 23, eran “fiestas solemnes”, es decir, tiempos fijados para acercarse a Dios y presentarle sacrificios (v. 37). Según el pensamiento divino, no eran fiestas del pueblo, sino “las fiestas solemnes de Jehová”, santificadas para él y para su gloria. Cuando la tradición y los ritos las despojaron de su verdadero carácter –hasta el punto de excluir de ellas al mismo Señor Jesús–, esas fiestas fueron llamadas meramente “fiesta de los judíos” (Juan 5:1; 7:2).