G. André

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El Nombre que congrega

El Nombre que congrega

Jesús: “No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Tampoco hay otra persona que sea el centro de la reunión de los redimidos (Mateo 18:20). El deseo del Señor también es congregar a sus redimidos alrededor Suyo, para ser su Centro. Pero uno debe tener mucho cuidado para no aplicar estricta y teóricamente las verdades concernientes a la congregación, mientras individualmente deshonra al Señor, lo cual desacredita Su Nombre y Su testimonio, además de ser piedra de tropiezo para los que quieren acercarse.

La nueva vida del creyente

La nueva vida del creyente

Uno no es salvo por las buenas obras que cumpla: “Dios… nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia” (Tito 3:5). Es también un grave error pensar que es necesario completar de alguna manera la obra de Cristo respecto de nuestros pecados, al cumplir buenas obras que nos acrediten méritos (Efesios 2:9). La Palabra de Dios es muy clara: hemos sido “creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10).

La progresiva revelación de Dios

La progresiva revelación de Dios

“Jehová ha dicho que él habitaría en la oscuridad” (2 Crónicas 6:1). Cuando la nube –presencia de Dios– llenó el tabernáculo o el templo, ni los sacerdotes ni el mismo Moisés, en su tiempo, podían penetrar en él, “porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Dios” (Éxodo 40:35; 2 Crónicas 5:14). Él “habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver” (1 Timoteo 6:16). En otras palabras, él es desconocido en la tierra, permanece inaccesible en la luz celestial. Cuando Moisés desea ver la gloria de Dios, Jehová le responde: “No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá” (Éxodo 33:20). Sin embargo, a través de los siglos –como lo dice Pablo a los atenienses– algunos han buscado “si en alguna manera, palpando, puedan hallarle” (Hechos 17:27). Incluso un filósofo griego como Platón no pudo más que «palpar». Era necesario que Dios se revelase.

Las siete fiestas de Jehová

Las siete fiestas de Jehová

Levítico 23 – Números 28 – Números 29 – Deuteronomio 16

Las fiestas de Jehová, como están expuestas en Levítico capítulo 23, eran “fiestas solemnes”, es decir, tiempos fijados para acercarse a Dios y presentarle sacrificios (v. 37). Según el pensamiento divino, no eran fiestas del pueblo, sino “las fiestas solemnes de Jehová”, santificadas para él y para su gloria. Cuando la tradición y los ritos las despojaron de su verdadero carácter –hasta el punto de excluir de ellas al mismo Señor Jesús–, esas fiestas fueron llamadas meramente “fiesta de los judíos” (Juan 5:1; 7:2).

Más fruto

Más fruto

Nuestro tema parece austero a primera vista, sin embargo es muy actual. A menudo los jóvenes y los menos jóvenes se preguntan: «¿Por qué permitió Dios tal acontecimiento en mi vida? ¿Por qué perdí mis exámenes? ¿Por qué mi madre está enferma? ¿Por qué este duelo?». A tales preguntas se dan dos grandes categorías de respuestas; una es la del fatalismo: «Estaba ya escrito; solo hay que aceptarlo y someterse, porque es inevitable». La otra respuesta, la cristiana, es muy diferente: «¿Qué quieres enseñarme?».