El Nombre que congrega

“El que conmigo no recoge, desparrama” (Mateo 12:30).

Nombre que congrega

Introducción

La Palabra dice, hablando de Jesús:

No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos
(Hechos 4:12).

Tampoco hay otra persona que sea el centro de la reunión de los redimidos (Mateo 18:20).

Después de haber liberado de Egipto a los hijos de Israel, Dios quiso reunirlos y habitar en medio de ellos en el tabernáculo (Éxodo 25:8; 29:45-46).

Cuando entrara “en la tierra” que el Señor le daba como posesión (Deuteronomio 12), el pueblo debía buscar el lugar donde Dios pondría su nombre. Transcurrieron varios siglos antes de que Jerusalén fuese conquistada y el templo erigido sobre el monte Moriah, donde Abraham había ofrecido a Isaac y David había ofrecido los sacrificios cuando sobrevino la peste. La nube llenó el templo (2 Crónicas 5:13) como había llenado el tabernáculo de reunión (Éxodo 40:34). Después de siglos de infidelidad de parte del pueblo y paciencia de parte de Dios, la nube abandonó el templo (Ezequiel 10:4, 18; 11:23); este, destruido y reedificado varias veces, finalmente fue asolado cuarenta años después de la muerte del Salvador.

Hoy la morada de Dios sobre la tierra ya no está en una casa hecha de manos, sino que, mediante su Espíritu, Dios habita en los corazones de los suyos. Efesios 2:21 nos presenta a los creyentes bajo la forma de un edificio en construcción que “va creciendo para ser un templo santo en el Señor”, edificio que solo será terminado cuando el Señor Jesús vuelva. Pero el versículo 22 los presenta como siendo juntamente edificados para ser actualmente “morada de Dios en el Espíritu”.

Las ovejas de Israel se mantenían juntas mediante el cerco de leyes y ordenanzas: era la época del “redil” (Juan 10:1). El Señor Jesús sacó de allí a sus ovejas judías (v. 3-4), pero dijo: “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquellas también debo traer (las que sacaría de entre las naciones)… y habrá un rebaño, y un pastor” (v. 16). De ahí en adelante no son las paredes las que mantienen juntas a las ovejas, sino un centro: el único Pastor.

En el libro de los Hechos vemos cómo las almas eran añadidas “a la iglesia” (cap. 2:47), o “al Señor” (de entre los judíos, cap. 5:14, V. M., de entre los gentiles, cap. 11:24), para formar “la iglesia” (v. 26).

Solo el Señor Jesús es el centro de la reunión. Un Cristo conocido en poder y en gracia es el que debe agrupar a las almas alrededor de sí mismo, y no doctrinas, por más útiles que sean en su debido lugar.

La Palabra emplea, entre otras, cuatro figuras para representar la congregación de los creyentes:

•   El rebaño, cuyo centro es el Pastor de las ovejas;
•   El cuerpo, cuya Cabeza es Cristo;
•   La casa, cuya principal piedra del ángulo es Jesucristo;
•   La esposa, cuyo Esposo es el Cordero.

El creyente es llamado a seguir individualmente al Señor. Esto se manifiesta en el andar, y Cristo es su Modelo. El deseo del Señor también es congregar a sus redimidos alrededor Suyo, para ser su Centro. Pero uno debe tener mucho cuidado para no aplicar estricta y teóricamente las verdades concernientes a la congregación, mientras individualmente deshonra al Señor, lo cual desacredita Su Nombre y Su testimonio, además de ser piedra de tropiezo para los que quieren acercarse.