David (3)

Experiencias de los años de exilio (continuación)

Las liberaciones de Dios

Jehová no abandona a su joven siervo. Si le hizo hacer a menudo la amarga constatación de la hostilidad de los hombres, le dio también la oportunidad de ser el objeto de la salvación divina.

En Naiot, es el mismo Espíritu de Dios quien se apodera de los mensajeros de Saúl y de Saúl mismo, impidiéndoles apresar a David (cap. 19:20). En Keila David debe optar por huir después de haber recibido una dirección positiva del Señor (cap. 23:12-13). En Zif la providencia interviene: Saúl iba a tomar a David y a sus hombres cercados en la montaña cuando un mensajero sobreviene y anuncia el ataque inesperado de los filisteos.

En la cueva de Engadi y en la colina de Haquila, son la fe y el temor de Dios, tan marcados en David, los medios de su salvación. Dios inclinó el corazón de Saúl alcanzado por la generosidad de su victima, para convencerle momentáneamente, por lo menos, de renunciar a su persecución.

Amigos y compañeros

Jehová no quiso que David estuviera solo para atravesar estos años de ejercicios. Cuán preciosa, es en el camino de la fe, la amistad en Cristo con aquellos que le siguen: “Mejores son dos que uno… porque si cayeren, el uno levantará a su compañero” (Eclesiastés 4:9-10).

Ya hemos visto cómo la intimidad con Samuel en Naiot fue de un gran socorro para David. Los sacerdotes Ahimelec y Abiatar, luego Gad el profeta, son tantos otros instrumentos en las manos de Dios para alentar y dirigirle.

Ningún amigo fue más unido a David que Jonatán; en el día de su victoria sobre Goliat el alma de Jonatán fue ligada con la de David; por él se despojará de todo (cap. 19:1-4), su afección permanecerá en los días difíciles en el palacio de Saúl y también en el desierto.

¿Qué decir de los valientes que se refugiaron en la cueva de Adulam y también de aquellos que poco a poco se unieron a David? En el ocaso de su vida cuán satisfecho se hallará de recordar sus nombres y mentar sus promesas (2 Samuel 23). Abigail en fin (1 Samuel 25), ¿no fue notablemente empleada por Dios para detener a su siervo de hacer el mal y para alegrarle en su casa?

La comunión con Dios

Sin ¡embargo, nada marca tanto estos años de prueba como la comunión con que David gozaba con el Señor. El Salmo 63 nos da un ejemplo muy llamativo: lejos del Santuario (v. 2) “en tierra seca y árida donde no hay aguas”, David tiene sed, pero busca a su Dios y hace la experiencia que su “misericordia es mejor que la vida”, su alma está saciada como de meollo y de grosura y bajo la sombra de sus alas se regocija (v. 7).

A menudo el Señor permite circunstancias difíciles, hasta atravesar angustias para llevar el alma a experimentar sed y buscar así esta comunión tan preciosa, lo único que la pueda satisfacer. En Marcos 6, los discípulos, “que aun no habían entendido lo de los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones”, precisaron una tempestad para llevarlos al conocimiento personal del Señor, lo que no había alcanzado mediante otra circunstancia.

En el desierto también David goza de las direcciones divinas, en contraste con Saúl quien, fruto de sus yerros, no tiene otros recursos que la pitonisa de Endor, para evocar a los espíritus. Gad, el profeta le comunica el pensamiento del Señor quien le dirige directamente. En otra circunstancia Dios emplea a Abigail para mostrarle su camino.

Errores y restauración

Sin embargo, el sendero de David en el desierto no siempre pasó por la luz de la presencia de Dios. La Palabra no calla sus errores y las consecuencias que estos acarrearon.

En Nob, oculta la verdad y atrae así una desgracia en la familia de Ahimelec. En casa de Aquis, finge ser loco para salir de una falsa situación. Los Salmos 52 y 34 revelan como en estos dos casos, su alma ha sido restaurada.

Cuando quiso vengarse de Nabal, la sola intervención de Abigail, enviada de Jehová, impedirá derramar sangre y sentir el pesar más tarde de haberse hecho justicia a sí mismo (cap. 23:31).

El error más grave de estos años fue, sin embargo, su segunda huida a casa de Aquis. “Dijo luego David en su corazón: Al fin seré muerto algún día por mano de Saúl; nada, por tanto, me será mejor que fugarme a la tierra de los filisteos…” (cap. 27:1). ¿No había entonces aprendido nada de su primera experiencia? No consulta a Jehová, mas razona consigo mismo, “en su corazón”. Acababa de afirmar su confianza en Jehová y su te en que lo libraría de toda congoja. Pero esa fe parece desvanecerse y sigue así su propio camino; las consecuencias fueron amargas.

Al principio todo parecía ir bien; a fuerza de recursos dudosos, contestaciones ambiguas, gana la confianza de Aquis. Así también el cristiano que se asocia al mundo puede parecer prosperar en el primer momento. Pero llega el día cuando esa falsa posición se vuelve intolerable. Los filisteos van a atacar a Israel y David deber marchar con ellos. ¿Qué hacer? No sabe en qué forma salvarse de este mal paso y finalmente pasa a la retaguardia con Aquis y sus hombres. Precisa la providencia divina valerse de los príncipes de los filisteos para solucionar este dilema.

Pero si la misericordia de Dios interviene, su gobierno da lugar al castigo. Volviendo a Siclag, David y sus hombres hallan la ciudad destruida, mujeres y niños llevados cautivos. Son presos de ¡profundo dolor y lloraron “hasta que les faltaron las fuerzas para llorar”.

Una vez más es por el camino de una grande angustia que David es devuelto a su Señor y “se fortaleció en Jehová su Dios”. Desde su salida del territorio de Israel, durante los dieciséis meses pasados en casa de Aquis, no pronuncia una sola palabra de Dios, ni una oración, ni un salmo.

Necesita las grandes aguas, la hondura de la prueba, para hacerlo volver a clamar. Dios contesta: David y sus hombres recobran todo lo que habían perdido, en el mismo momento en que Saúl perece en los montes, de Gilboa.