Jehová mira el corazón.
(1 Samuel 16:7)
En el secreto
El llamamiento
Desechado por Dios, Saúl siguió reinando hasta el momento en que fue puesto de lado; pero Dios quiso elegir y designar al que lo reemplazaría y que sería “un rey” para él.
Los hombres forman y luego llaman a ocupar un puesto, según los títulos y aptitudes del candidato. En cambio Dios, el único que conoce los corazones, llama primero. Si por la fe uno decide responderle y ponerse a su disposición (el joven Isaías dijo: “Heme aquí, envíame a mí”, Isaías 6:8), entonces él forma y prepara a su siervo mediante una educación adecuada para la actividad que quiere confiarle.
Viendo la apariencia de los hijos de Isaí, Samuel quería elegir a Eliab, pero Dios le respondió con esta frase que tiene valor para todos los tiempos: “Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7). Entonces el profeta ungió al joven David, quien ni siquiera había sido convidado a la cena.
Muchos fueron llamados años antes de comenzar su actividad pública. Moisés tuvo que pasar cuarenta años en el desierto antes de ser apto para encabezar el pueblo de Israel. Elías tuvo que aprender lecciones divinas en Querit y en Sarepta, antes de ir al monte Carmelo. Pablo tuvo que pasar por distintas etapas antes de que el Espíritu lo pusiera aparte “para la obra” a que lo había llamado (Hechos 13:2).
Después de haber sido ungido por Samuel, David siguió “apacentando las ovejas” de su padre. Es lo primero que se nos dice de él, y esto caracterizaría toda su carrera: antes de ser pastor del pueblo de Israel, tuvo que aprender a cuidar el rebaño de Belén, a salvar de las garras del león a la oveja, a exponerse a su zarpazo. Así ignorado, demostró cuánto valor tenía para él uno solo de sus corderos (Lucas 15:4-6). Por la fe aprendió a triunfar sobre el poder del adversario. Estas experiencias dieron origen a algunos salmos que, como el 23, han sido el aliento y el consuelo para generaciones sucesivas de creyentes durante siglos.
En 1 Timoteo 3:10 se requiere que los siervos “sean sometidos a prueba primero”, y así ministren, “si son irreprensibles”.
Aun siendo músico de Saúl, nada cambió para David: “David había ido y vuelto, dejando a Saúl, para apacentar las ovejas de su padre en Belén” (1 Samuel 17:15).
En público
1. Goliat
La fe del joven, ejercitada en secreto, fue puesta a prueba delante de todos. El gigante Goliat “ha provocado al ejército del Dios viviente” (v. 36). Cuando todos huyeron, David, indignado por los ultrajes del enemigo y el oprobio puesto sobre Israel, con la certeza de la fe, se ofreció para combatir.
Saúl le dijo: “No podrás tú ir contra aquel filisteo, para pelear con él…” (v. 33). Sin embargo, David tenía la seguridad de que Dios, quien lo había librado de las garras del león y del oso, también lo libraría de las manos del filisteo. En el momento del ataque, su fe no flaqueó.
Para que todos pudieran ver que la victoria procedía de Dios, que la batalla era de Dios, y que en ella solo contaba la fe, David se quitó el casco de bronce y la coraza con la que Saúl lo había ceñido, y con una sola piedra de honda alcanzó al filisteo. Luego lo mató con la propia espada de Goliat. De igual manera, más tarde, el Señor Jesús destruyó “por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Hebreos 2:14).
2. En la corte
Ahora todo cambiaría para David. Una doble prueba lo alcanzaría: los celos de Saúl y la popularidad.
Cuando el rey Saúl se dio cuenta de que el vencedor de Goliat podría llegar a ser el rival anunciado por Samuel (cap. 15:28), se llenó de celos y quiso matarlo (cap. 18:8-9). Saúl no solo incumplió sus promesas, no dando a David su hija ni las grandes riquezas prometidas, sino que trató de hacerlo caer bajo la espada de los filisteos (v. 17). Cuando David cumplió las condiciones para casarse con Merab, esta fue dada a otro, y él tuvo que exponerse nuevamente para poder recibir a Mical.
El joven no se indignó; aceptó sencillamente y peleó “las batallas de Jehová” (v. 17). Cuando Saúl le rogó que tocara nuevamente el arpa delante de él, pese a las peligrosas experiencias anteriores, aceptó, arriesgando su propia vida (cap. 19:10). ¡Qué hermoso ejemplo para nosotros que tan difícilmente aceptamos ser objetos de los celos y la ingratitud! Con todo, David prosperó en el palacio de Saúl. Llegó a ser yerno del rey, y su nombre fue muy ilustre. No vemos ningún indicio de orgullo en su corazón; al contrario, permaneció en la humildad y sencillez.
En la disciplina
Rechazado por Saúl
Dios no permitió que los filisteos mataran a David, como el rey lo esperaba. Antes de que pudiera reinar, David debía pasar por una larga disciplina acompañada de las tristezas de su rechazo. Para adquirir las cualidades de un rey según el corazón de Dios, debía ser formado.
Con profundo pesar huyó de la casa de Saúl. Debió abandonarlo todo: mujer, casa, poder, recursos… Después trató de volver, buscando una solución con Jonatán (cap. 20). Pero Dios no se lo concedió, y finalmente, llorando, tomó nuevamente el camino hacia el desierto, abandonando a su amigo y todo lo que amaba allí.
La separación, la huida, las lágrimas y el rechazo formaban parte del plan de Dios para su siervo, a fin de que, por una parte, aprendiera a confiar solo en Dios (Salmo 62), y por otra, que se conociera a sí mismo.
En el curso de sus sucesivas pruebas, David expresó los sentimientos que el Espíritu de Dios produjo en su alma. Comenzando por el Salmo 59, nos dejó estos cánticos que relatan las experiencias de su fe y de su confianza, los cuales son un aliento y fuerza para los hijos de Dios. Además, revelan el corazón del Señor Jesús mismo, el verdadero Hijo de David.
según G. André