David (1)

En el secreto

El Llamamiento

Jehová mira el corazón
(1 Samuel 16:4-13).

Desechado de Dios, Saúl reinará todavía hasta el momento cuando en su gobierno, Jehová quiere elegir y designar al que lo deberá reemplazar: “Un rey para él”.

En efecto, los hombres forman, luego llaman a un puesto, según las calificaciones y aptitudes del candidato. Mas Dios, quien solo conoce los corazones, llama primero. Si por la fe uno se decide a contestar y colocarse a su disposición (el joven Isaías dijo: “Heme aquí, envíame a mí”.), entonces él forma y prepara mediante una educación adecuada para la actividad que él quiere confiar luego.

Considerando la apariencia de los hijos de Isaí, Samuel quería elegir a Eliab, pero el Señor le contesta con esta frase que tiene valor para todos los tiempos: “Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”. Entonces el profeta unge al joven que ni aun a la fiesta había sido convidado.

Muchos han sido llamados años antes de comenzar su actividad pública. Moisés tuvo que pasar cuarenta años en el desierto antes de ser hallado apto para encabezar los ejércitos de Israel. En Querit y en Sarepta, Elías tuvo que aprender lecciones divinas antes de marcharse hacia el Carmelo. El primer capítulo de la Epístola a los Gálatas recuerda cuales fueron las etapas que Pablo “que no era conocido de vista a las iglesias de Judea” tuvo que pasar antes que el Espíritu lo pusiera aparte “para la obra para la cual él lo llamó” (Hechos 13:2).

Después de haber sido elegido por Samuel, David siguió “apacentando las ovejas” de su padre. Es la primera cosa que se nos dice de él, y ésta señalará toda su carrera. Antes de llegar a ser pastor de Israel, tuvo que aprender a cuidar el rebaño de Belén, a salvar la oveja que él león llevaba, a exponerse a su zarpazo. Así ignorado, demostró qué valor tenía para él uno solo de sus corderos (Lucas 15); por la fe aprendió a triunfar del poder del adversario.

De estas experiencias brotaron Salmos que, como el 23, son desde tantos siglos, el aliento y la consolación de generaciones sucesivas de creyentes.

La primera etapa de nuestra propia historia contiene y revela las cualidades principales que marcarán las etapas sucesivas de nuestra vida; en consecuencia, nada más importante para el cristiano que la influencia que reciba al recorrer esta primera etapa.

En 1 Timoteo 3 se requiere que los siervos sean antes probados y así ministren si fueren sin tacha.

Aun siendo música de Saúl, nada cambió para David: “Pero David había ido y vuelto con Saúl para apacentar las ovejas de su padre en Belén” (1 Samuel 17:15).

En público

Goliat

La fe del joven ejercitada en el secreto, va a estar puesta a prueba delante de todos. El gigante “ha provocado al ejército del Dios viviente”. Cuando todos han huido, David, indignado por los ultrajes del enemigo y el oprobio puesto sobre Israel, se ofrece para combatir.

Mas Saúl le contesta: “No podrás tu ir contra aquel Filisteo, para pelear con él…”. Sin embargo, tiene la seguridad de que Jehová que lo había librado de las garras del león y del asa, lo libraría también de las manos del filisteo. En el mismo momento del ataque, su fe afirmada delante de Saúl, no flaqueará.

Para que sea manifiesta a ojos de todos que la victoria procedía de Dios, que la batalla era de Jehová y que allí, solo la fe contaba, David echa de sí el almete de acero y la coraza con que Saúl lo había ceñido, y con una sola piedra de honda, abate al filisteo. Luego, con la misma espada del gigante le da muerte, como más tarde el Señor "destruyó par la muerte al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo" (Hebreas 2:14).

En la corte

Ahora todo va a cambiar para David. Una doble prueba la va a alcanzar; los celos de Saúl y la popularidad.

Ni bien el rey se da cuenta (cap. 18:8-9) que el vencedor de Goliat podría llegar a ser el rival anunciado por Samuel (cap. 15:28), se llena de celos y le quiere matar. No solamente Saúl es infiel a sus promesas, no dando a David ni su hija ni las grandes riquezas, sino que busca en su osadía hacerlo caer bajo la espada de los filisteos. Cuando David ha llenado las condiciones para obtener a Merab, es dada a otro, y debe exponerse nuevamente para obtener a Mical.

El joven no se indigna, acepta sencillamente, “hace las guerras de Jehová”. Cuando nuevamente Saúl le ruega tocar el arpa delante de él, pese a las peligrosas experiencias anteriores, acepta, arriesgando su propia vida (cap. 19:10). Hermoso ejemplo para nosotros que tan difícilmente aceptamos ser objetos de celos e ingratitud ajena.

Sin embargo, en el palacio de Saúl, David prospera. Llega a ser yerno del rey y “se hizo de mucha estima su nombre”. Ningún indicio de orgullo había en su corazón, al contrario, permanece en la humildad y la sencillez.

En lugar de matar a David —como el rey lo esperaba— ¿por qué los filisteos no habrían herido de una vez para siempre a Saúl mismo, como lo harán más tarde? Dios lo hubiera podido permitir; pero su momento no había llegado aún. Antes que pudiera reinar, David debía pasar por una larga disciplina acompañada de las tristezas de su rechazo. Para adquirir las cualidades de un rey según el corazón de Dios, debía pasar por su formación.

No es sin un profundo pesar que huyó de la casa de Saúl. Debió abandonarlo todo: mujer, casa, mando, recursos… Después de marcharse una primera vez, en el capítulo 20 le vemos tratar de volver y con Jonatán buscar una solución. Pero Dios no la da y finalmente, llorando debe tomar nuevamente el camino hacia el desierto, abandonando a su amigo y todo lo que había podido amar allí.

Pero la separación, la huida, las lágrimas, el rechazo, formaban parte del plan de Dios para con su siervo, con el fin, por una parte de que aprenda a confiar solo en él (Salmo 62), y por otra, que se conozca a sí mismo.

En el curso de pruebas sucesivas dará expresión a los sentimientos que el Espíritu de Dios producirá en su alma. Comenzando por el Salmo 59, nos dejará estos cánticos que no solamente relatan las propias experiencias de su fe y de su confianza —aliento y fuerza para los hijos de Dios a través de todas las edades— sino que llega hasta revelar el corazón del Señor Jesús mismo, el verdadero Hijo de David.