Como centro de reunión, David había atraído alrededor de sí a muchos, pero el relato sagrado quiso conservar también los rasgos de compañeros y amigos en los que había suscitado devoción.
Jonatán
Vencedor de Goliat, David se presenta delante de Saúl, la cabeza del filisteo en mano. Hasta entonces era Jonatán quien había obtenido las victorias de la fe (capítulo 14). Ahora es otro el instrumento de la liberación, ¿Cuál será la reacción del hijo de rey? Hubiera podido, como su padre, sentir celos y tratar de menoscabar la victoria del héroe del día. Al contrario, “el alma de Jonatán quedó ligada con la de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo”.
Tan profundo amor no se tradujo en palabras solamente; Jonatán se despojó de las ropas que tenía sobre sí y las dio a David, hasta su espada, su arco y su talabarte; todo lo puso a disposición de David, hermosa figura de aquel que, atraído por el amor de Jesús, coloca a su servicio todo lo que posee.
Esta afección de Jonatán por David no se limitó a un momento de entusiasmo como demasiado fácilmente en un ambiente propicio algún joven se declara listo para servir al Señor, doquier lo puede enviar. Jonatán permaneció fiel a su amigo cuando Saúl comenzó a maltratarlo; intercedió por él, no escondiendo su afección, arriesgando aun su vida bajo los insultos de su padre (1 Samuel 20:30-33).
En un bosque del desierto de Zif, Jonatán vendrá todavía a alentar a su amigo, a confortar su mano en Dios. ¿Debía haber abandonado a su padre y el palacio para seguir a David en el desierto? Nada en el texto lo indica, salvo la circunstancia cuando cayó con Saúl en Gilboa, bajo la espada de los filisteos. Pero cuando se piensa en Aquel del cual David es figura, a la luz del Nuevo Testamento, es obvio que aquellos que quieren seguir al Señor, son llamados a abandonar a su familia si ésta se opone al Evangelio, y que el Señor guía verdaderamente a realizar ese paso tan cargado de consecuencias1 .
Abiatar
Después del paso de David por Nob, Saúl hizo asesinar a todos los sacerdotes “así a hombres como a mujeres, niños hasta los de pecho, bueyes, asnos y ovejas, todo hirió a filo de espada” (1 Samuel 22:19). Uno de los hijos de Ahimelec, Abiatar, logró escapar. Fue junto a David donde halló refugio en su angustia, acogiéndole con estas palabras: “Quédate conmigo, no temas… pues conmigo estarás a salvo”.
A veces el duelo y la angustia son necesarias para llevar al alma al Señor, mas, ¡qué refugio y consolación se encuentran junto a él! Mas tarde María no irá al sepulcro para llorar allí, como lo pensaban los que habían venido a consolarla, sino a los pies de Jesús quien llorará con ella.
Mefiboset
Cuando murieron Saúl y Jonatán, temiendo las represalias de David, la nodriza del pequeño Mefiboset, de cinco años (2 Samuel 4:4), huyó. En su fuga dejó caer al niño quien quedó lisiado para el resto de sus días.
Veinte años aproximadamente habían transcurrido y el joven Mefiboset se había refugiado en Lodebar (esto es: lugar sin pasto), en casa de Faquir hijo de Amiel. Seguramente, a su enfermedad se unió la pobreza (2 Samuel 9).
Es allí donde un día escuchó la noticia que David, aquel que su abuelo había perseguido y odiado tanto, lo llamaba a Jerusalén. Tal vez el mensajero le habrá dicho que David quería manifestar para con él “la misericordia de Dios”. Pero es sin duda con un sentimiento muy mezclado de temor y desconfianza que Mefiboset emprendió un largo viaje para presentarse ante aquel que lo llamaba.
Hermoso cuadro del Evangelio que se dirige a un alma llena de temor, rodeada de miseria espiritual y lejos de Dios, y la solicita a acudir al Salvador. El “viaje” será más o menos largo hasta el momento decisivo.
No es ni el mensajero ni el siervo (Siba) quien puede otorgar la paz al alma, sino solo el Señor.
David acoge al joven postrado delante de él y le llama sencillamente por su propio nombre: “Mefiboset”. Pero bien pronto agrega: “No tengas temor, porque yo a la verdad haré contigo misericordia…” no solo le perdona David, más también le devuelve su heredad y recibe al hijo de Jonatán a su propia mesa donde cada día podrá comer pan.
“He aquí, yo estoy a la puerta si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20). Bendita comunión a diario del rescatado con su Señor, más preciosa aun cuando se realiza en torno al memorial al cual le es dado participar con los suyos reunidos alrededor de él.
David hace más aún. Va a tratar a Mefiboset “como uno de los hijos del rey”. “A todos que le recibieron… les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.
Pero el capítulo termina recordando que, aunque comía cada día a la mesa del rey, Mefiboset quedaba “lisiado de ambos pies”. La vieja naturaleza no es cambiada en el creyente. Esta siempre allí mientras estamos en la tierra y si no velamos llevará sus frutos (Romanos 7:25).
Cuan importante es, pues, permanecer cerca del Señor, para andar en “novedad de vida”, “andar por el Espíritu”, y así gozar sin trabas de la comunión con la que él nos quiere dar cada día.
Itaí
Era cosa cómoda someterse a David en días de paz, era actuar a favor de su propio interés, pero cuando David tuvo que huir delante de Absalón, los corazones se manifestaron (2 Samuel 15:19-22). Muchos como Ahitofel lo abandonaron, otros le permanecieron fieles. “Un Cristo rechazado exige la entrega de sí mismo y es en esas circunstancias que se puede ver que los suyos le son verdaderamente fieles”.
Muchos quedaron en Jerusalén, mas Itai, aunque llegado de otras tierras desde hace poco, no lo quiso abandonar. Los motivos que le hicieron llegarse a David fueron manifestados. ¿Ha venido de Gat para unirse a la gloria y el poder del rey de Israel, o es solamente la persona de David que lo ha atraído, aun cuando sería necesario compartir con él el oprobio y las fatigas del desierto?
La fe de Itaí brilla en su respuesta: “Vive Dios, y vive mi señor el rey, que o para muerte o para vida, donde mi señor el rey estuviere, allí estará también tu siervo” (2 Samuel 15:21; Juan 12:26).
Itaí va a acompañar a David, pero no está solo. “Y pasó Itaí geteo, y todos sus hombres, y toda su familia”. Hermoso aliciente para los padres que quieren seguir sin vacilación al Señor con toda su familia, recordándose también que solo Dios podrá obrar la salvación de sus hijos.
Husai
Todos no son llamados al mismo servicio. Itai debía seguir a David; Husai su amigo fue llamado a abandonarle por un momento para quedarse en Jerusalén; y con el riesgo de su vida, cumplir una misión delicada que le fue confiada: Disipar el consejo de Ahitofel.
Husai no titubeó, manifestó su devoción hacia aquel que amaba y, por su medio Dios, contestó a la oración del rey (cap. 15:31; 17:14) y permitió así la victoria final.
Ahimaas
Ahimaas es aquel que corrió, el mensajero. En 2 Samuel 17:17-21, junto con Jonatán hijo de Abiatar, fue a transmitir las advertencias recibidas de Husai. En el capítulo 18:19-21, quería ser el primero en llevar al rey las nuevas de la victoria. Pese a los obstáculos, aun ante la oposición de Joab, él quiere correr. “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis” (1 Corintios 9:24).
Barzilai
Con diferencia de los anteriores, Barzilai es un anciano (2 Samuel 17:27-28; 19:31-40; 1 Reyes 2:7). A los ochenta años, hubiera podido estimar terminada su tarea. Más cuando David, después de haber cruzado el Jordán, llegó a Mahanaim su pueblo, Barzilai con todos los suyos, suplió las necesidades del rey y de todos los que le seguían, hambrientos y cansados en el desierto.
La lista de todas las cosas que puso a disposición de David y de sus hombres no perece terminar (cap. 28-29). Gálatas 6:6 nos recuerda que “el que es enseñado en la Palabra, haga participe de toda cosa buena al que lo instruye”; y la parábola del mayordomo en Lucas subraya nuestra responsabilidad de administrar para el Señor, y con fidelidad, los bienes temporales que a él le pertenecen; los que para un tiempo nos quiso confiar.
Poca cosa tal vez, puesto que son llamadas “lo poco”; “riquezas injustas”, que hemos de administrar fielmente si queremos que se nos confié “lo verdadero”, los bienes espirituales que son nuestros y que nadie nos podría quitar.
David quiso recompensar a Barzilai, mas el anciano no lo pudo seguir a Jerusalén; recibió el abrazo del rey y su bendición (cap. 19:39); pero Quiman, su hijo –más tarde todos sus hijos (1 Reyes 2:7)– comerán a la mesa del rey.
Los valientes
David llega al final de su vida (cap. 23:8-39). Ha pronunciado sus últimas palabras; su mirada recorre el camino seguido con los que le han sido fieles. Va a establecer la lista de sus “valientes”.
En el día del tribunal de Cristo, todo será manifestado en luz. El Señor recordará todo lo que ha sido hecho por él, y con sabiduría y según la medida del “santuario”, dará recompensas y coronas.
Entre los valientes de David, muchos se entregaron al servicio del pueblo de Dios. Por su medio Jehová “dio una gran victoria”. Con David habían pelado los filisteos y también, como Eleazar, habían salvado lo que debía servir para alimentar al pueblo de Dios.
A través de los tiempos, ¡Cuántos cristianos han luchado por el Evangelio y por la Palabra, el alimento de nuestras almas! ¡Qué perdida inmensa para nosotros si numerosos cristianos llamados por el Señor a este trabajo no habrían luchado para conservar el texto de las Escrituras y colocarlo a nuestro alcance en nuestro idioma, con toda facilidad!
Tres de los treinta jefes tienen la ocasión de demostrar a David su verdadera afección en un día de verano, cuando este expresa casualmente, tal vez, su deseo de poder gozar del frescor del agua del pozo de Belén. Proeza inútil a primera vista, realizada por estos tres hombres al abrir el paso a través del ejército de los filisteos para traer un poco de agua a su jefe. Pero habían querido complacerle, ofreciéndole lo que había deseado ese día (cap. 23:15-16). “Y la trajeron a David; más él no la quiso beber, sino que la derramó para Jehová… los tres valientes hicieron esto”.
Mas tarde María quebrará el alabastro de perfume para ungir la cabeza del Servidor, los pies del Hijo de Dios; sacrificio fuera de lugar, al punto de vista de los discípulos, el de Judas sobre todo, pero ofrenda preciosa al corazón del Maestro quien quiso que en cualquier lugar que ese Evangelio fuese predicado, se hable de lo que esa mujer había hecho, para memoria de ella.
David no quiso concluir la lista de sus valientes omitiendo a “Urías heteo”. Hubiera podido hacer tachar este nombre que recordaba “todo su pasado de vergüenza y de castigo; pero condenándose a sí mismo y exaltando la gracia que lo había restaurado, jamás hubiera pensado en hacer borrar su nombre del libro donde se hallaba registrado” (H. R.).
Todos los valientes, fieles a David en el tiempo de su rechazo, han compartido su gloria. “Si alguno me sirve, mi Padre le honrará”.
- 1Desde luego que tal no es el caso, por cierto del cónyuge salvo cuyo compañero es incrédulo, excepto si es éste quien lo abandona (1 Corintios 7:2-16).