En nueve de las trece epístolas que llevan su nombre, Pablo se llama a sí mismo “apóstol”. En aquellas iglesias en la cuales enseñanzas erróneas empezaban a difundirse (Corinto, Galacia, Colosas), era necesario subrayar la autoridad apostólica para combatirlas. Lo mismo se observa en las epístolas que presentan de una manera especial el fundamento de la fe cristiana, como las escritas a los Romanos y a los Efesios. Cuando el apóstol delegaba tareas específicas a sus colaboradores, Timoteo o Tito, en las iglesias que visitaban, también hacía resaltar la autoridad apostólica que le había sido confiada.
En cambio, al escribir a los Filipenses, a los Tesalonicenses y a Filemón, para quienes no era necesario insistir en esta autoridad de apóstol, es decir, “enviado” del Señor, Pablo renuncia a cualquier título, o simplemente se designa como siervo o prisionero de Jesucristo.
Observemos también que al escribir a los Colosenses como “apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios”, dice que predica el Evangelio como “ministro” o siervo (Colosenses 1:1, 23). Igualmente es como «ministro de la Iglesia» que le fue confiada una administración especial por parte de Dios: “para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios” (v. 25). Apóstol, sí, y lo subraya cuando es necesario, pero también siervo que hace todo lo posible para el bien de aquellos a quienes su Maestro le envía. Su actitud correspondía a las enseñanzas del Señor Jesús: sea “el que dirige, como el que sirve” (Lucas 22:26).
Si en la obra del Señor el apóstol sabía tomar esta posición de siervo del Evangelio y de la Iglesia, también tenía con él numerosos y diversos compañeros de obra, cuyos nombres menciona varias veces. Epafras era un “consiervo amado” (Colosenses 1:7). Tíquico era “amado hermano y fiel ministro y consiervo en el Señor” (Colosenses 4:7; Efesios 6:21), a quien el apóstol enviaba a los hermanos para animarlos. Aristarco (Colosenses 4:10), Andrónico y Junias (Romanos 16:7) eran “compañeros de prisiones”; Aristarco, así como Marcos y Jesús (llamado Justo), eran compañeros de obra que habían sido un consuelo para Pablo. Lucas, “el médico amado” (Colosenses 4:14), lo había acompañado en varios de sus viajes, como lo vemos en el libro de los Hechos. Como Marcos, Lucas fue escogido por el Señor para escribir uno de los evangelios.
De Timoteo, el apóstol puede decir: “Él hace la obra del Señor así como yo” (1 Corintios 16:10), de manera que le llama “mi colaborador” (Romanos 16:21). Cuántos personajes más podrían ser añadidos a esta lista: Priscila y Aquila, “mis colaboradores en Cristo Jesús” (v. 3); Urbano, “nuestro colaborador en Cristo Jesús” (v. 9); las hermanas Evodia, Síntique y otras que “combatieron juntamente conmigo en el evangelio”; y otros colaboradores de Pablo “cuyos nombres están en el libro de la vida” (Filipenses 4:2-3).
Podríamos citar aún muchos pasajes para mostrar cómo el Señor condujo al apóstol a tener junto a sí, en su obra, a compañeros con temperamentos y dones diferentes, con misiones variadas, pero que tuvieran un mismo corazón respecto a los intereses del Señor, la salvación de las almas y el bien de las iglesias.
Cualquiera sea el servicio que el Señor nos haya confiado, por humilde o pequeño que nos parezca, ¡cuán precioso es que el Señor conduzca a algunos a orar juntos, a servirle juntos, a ser colaboradores en el Evangelio de Cristo (1 Tesalonicenses 3:2). No como en el tiempo de los jueces, cuando “cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jueces 21:25), sino que, con dependencia del Señor y en comunión con los hermanos, podamos cumplir juntos la tarea a la cual él nos ha llamado. Sin duda, el llamamiento del Señor es individual, y no tenemos que procurar imitar a nuestro prójimo. Pero, por otra parte, el ejemplo del apóstol Pablo es colocado por la Palabra ante nuestros ojos, para enseñarnos a estar “firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio” (Filipenses 1:27).
G. André
La dependencia del Señor en el servicio
“Después (Jesús) subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar” (Marcos 3:13-14). Los siervos del Señor son llamados por él mismo según su propia voluntad, y solamente él los manda fuera.
¡Pero eso no es lo único! El servicio tiene que ser desempeñado con dependencia del Señor.
“Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo” (1 Corintios 12:5). Los siervos en Mateo 25:14-30 tienen que hacer cuentas y son responsables ante el Señor. En Marcos 6:30 los discípulos se reunieron con Jesús y
Le contaron todo lo que habían hecho, y lo que habían enseñado.
(Ver en relación con lo citado 1 Corintios 3:10 a 4:5).
El Espíritu Santo nos ayuda para poder asumir esta responsabilidad. Él quiere guiarnos en todas las cosas, a fin de que no hagamos nuestra propia voluntad (Gálatas 5:17). Ese es el caso, en una medida especial, en el “servicio”. “Los que en espíritu servimos a Dios” (Filipenses 3:3; ver también Hechos 16:6-10). “Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (1 Corintios 12:11). Entonces servimos en la dependencia del Señor y con responsabilidad ante él.