En el desierto
David huye y va primeramente a Samuel en Rama.
Él y Samuel se fueron y moraron en Naiot
(1 Samuel 19:18).
Antes de hacerle probar las soledades del desierto, Dios quiso brindar un oasis a su joven siervo.
En Naiot pudo gozar de la intimidad de Samuel; el joven y el anciano, el siervo y el profeta eran de la misma familia; uno ingresaba en la escuela de Dios en el momento en que el otro egresaba. Alrededor de ellos, un número considerable de jóvenes profetas se había congregado: ¡cuántos alientos pudo recibir así David, y brindar también, en esos días o semanas aparte!
Después de los acontecimientos del capítulo 20, David tuvo que huir nuevamente; Ahimelec, sacerdote, no le fue de mucho socorro: temblaba. David mentía; sin embargo, la gracia le proveyó de alimento y de una espada.
Pero la fe de David se debilita y, olvidando su confianza en Dios, busca refugio junto a Aquis, rey de Gat. ¿Cuál fue el resultado? “Tuvo gran temor” y, para salir de este mal paso, “se fingió loco entre ellos”. No es en el país de los filisteos que Dios quería formar a su joven siervo. Debe partir y huir de allí.
Humillado pero restaurado, compone entonces el Salmo 34, en cuyas líneas, pese a su caída, cuenta lo que Dios ha hecho para su alma: “Busqué a Jehová, y él me oyó, y me libró de todos mis temores. Los que miraron a él fueron alumbrados…”.
Poco después no tiene otro refugio que la cueva de Adulam, donde abatido y en angustia, queda allí algún tiempo; el Salmo 142 lo comprueba. Su único recurso es la oración: “Con mi voz clamaré a Jehová; con mi voz pediré a Jehová misericordia. Delante de él expondré mi queja; delante de él manifestaré mi angustia… No hay quien me quiera conocer… No hay quien cuide de mi vida”.
Todo refugio parece perdido, pero hace la maravillosa experiencia de que Dios está muy cerca de él: “Cuando mi espíritu se angustiaba dentro de mí, tú conociste mi senda… Tú eres mi esperanza y mi porción en la tierra de los vivientes”.
¿No valía la pena descender tan bajo para hacer como Job la experiencia de que “Dios da canciones en la noche”, y no solamente cantos de gozo, mas también compañeros? Alrededor de David, acuden muchas personas, “los pobres del rebaño”; él llega a ser el guía de “todos los afligidos, y de todo el que estaba endeudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu”.
Hermoso tipo del Señor Jesús rechazado y menospreciado que acoge a todos los que reconocen sus miserias y sienten sus angustias. Hallan en él su centro y su fuerza.
Experiencias en los años de exilio
Hostilidad de los hombres
En esos años difíciles Jehová ha formado a su siervo, no solo en el ejercicio de una comunión a diario con él, mas también haciéndole realizar la experiencia de lo que es el ser humano.
Los celos y el odio de Saúl han perseguido a David sin tregua, si alguna circunstancia le obligaba a abandonar el objeto de su odio, bien pronto un nuevo pretexto surgía para seguir hostigándole. Masacra a los sacerdotes cuyos jefes habían ayudado al fugitivo.
¡Con qué profundo dolor se entera David de este hecho y acoge al joven Abiatar, el único superviviente de su familia!
Cuando la generosidad de David y su paciencia también (hasta el momento cuando Dios le librará de su enemigo y le dará el reino), perdonaron a Saúl en la cueva, no faltará que éste, incitado por los de Zif, vuelva a perseguirle… Pero David mostrará en la colina de Haquila lo que en realidad hay en su corazón (cap. 26). Una vez más perdonará a Saúl, confiando en Dios para recibir el trono en su hora. A lo largo de estas circunstancias, David devolvió bien por mal (cap. 24:18).
En Keita, David hará la dolorosa experiencia de la ingratitud de los hombres (cap. 23), pues al arriesgar su vida y la de sus compañeros libró la ciudad de los filisteos. Y cuando Saúl viene para tomarlo allí, Jehová le revela que los de Keita le entregarán en sus manos.
¿Qué hacer sino huir todavía, irse donde pueda, sin quejarse, sin vengarse, sin buscar a hacer daño a los que le rechazan? Refleja así los caracteres del Maestro amado quien cuando los Samaritanos rehusaron recibirle en su ciudad, sencillamente va a otro lugar (Lucas 9).
Dos veces (1 Samuel 23:19; 26:1), los de Zif demuestran su servilismo descubriendo a Saúl, simplemente para congraciarse con él, los lugares donde se esconde David. ¿Esto no sucede a menudo aun entre el mismo pueblo de Dios? ¿No hay quien con la esperanza de conseguir la estima de los bien considerados no temen contar cosas que perjudican a sus hermanos? El corazón se acongoja y quisiera indignarse pero es mejor imitar a David y pasar de largo.
Con Nabal (1 Samuel 25) David encontrará el menosprecio y el egoísmo altivo que no quiere dar nada, ni de su pan, ni de su agua, ni de su carne a aquel que sin embargo ha velado sobre sus ganados y ha protegido sus pastores. David soportó el celo, el, odio, la ingratitud, el servilismo sin quejarse; pero el menosprecio de Nabal le empuja a la rebeldía y quiere vengarse.
Solo Aquel que fue “despreciado y desechado entre los hombres” ha sido perfecto en todas las circunstancias:
Cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente
(1 Pedro 2:23).
Ejercicios diversos por los cuales el Señor hace pasar a los suyos, solo su gracia puede brindarles el aceptarlos como de su mano y guardar también el corazón en su paz.